Me pregunta mi barman si los Reyes me han traído muchas cosas. Intento convencerle de que él es mi regalo, pero me devuelve a la calle, compuesta y sin novio. Me acusa de haber empinado demasiado el codo. Nunca he entendido bien esa frase hecha. Admito que hay que articular el codo para mover el antebrazo, pero he comprobado mil veces que puedes calzarte los gin-tonics dejando el codo en un punto fijo del espacio. ¿Se referirá a los días en los que había que utilizar porrones? Posiblemente.

"¡Y duerme la mona!", grita mientras me alejo. El origen de esa frase sí la conozco. Tiene que ver con fiestas en las que ofrecían vino a los monos para comprobar su efecto.

Me despejo de camino al despacho y me encuentro con mi buen amigo Javier, uno de los mayores divulgadores de tecnología que ha dado España. Lo bueno que tiene es que es fácil de reconocer. No porque haya salido en miles de vídeos, que también. Sino porque tiene un notable bigotazo que se ha convertido en su sello. Si algún día atraca un furgón blindado, sólo tendrá que afeitarse para que nadie vuelva a saber nada de él.

Me convence de tomar una caña rápida. O, mejor dicho, me aseguro de que me pague una. “Siempre que no intentes llevarte a casa otra vez al camarero”, bromea. “¿Por quién me tomas?”, respondo desencajada. No le había contado mi desagradable episodio. ¿Cuántas veces habré intentado lo mismo? Mi pronóstico para el nuevo año va a ser escandalizar a mis amigos sin repetirme.

El caso es que, después de la quinta cerveza, me cuenta una historia realmente sorprendente. Al parecer, cuando él trabajaba a toda máquina para el grupo Unidad Editorial y, concretamente, para el diario El Mundo, tuvo una idea.

Periodistas mineros

En los primeros tiempos de Bitcoin, hace ya tiempo, Javier propuso a la empresa utilizar la capacidad de procesamiento acumulada de todos los ordenadores de la sede de Avenida de San Luis para minar bitcoins. Me quedo boquiabierta por un momento. Hoy en día es complicadísimo ‘minar’ esta criptomoneda, y requiere tarjetas gráficas de alta capacidad y con un precio de varios cientos de euros ensambladas las unas con las otras y con un gasto energético que ha puesto en duda la sostenibilidad de esta criptomoneda. Las granjas de servidores que se utilizan para ‘minar’ bitcoins suman un consumo de energía de 38 teravatios/hora, suficientes para suministrar energía a todo Qatar.

Pero si Unidad Editorial u otras empresas españolas hubiesen hecho lo mismo que ese chico que se había olvidado de que tenía bitcoins en el garaje para descubrir, un día, que tenía criptomoneda por valor de varios millones de dólares, todo hubiese sido muy diferente, especialmente en momentos en los que la criptodivisa ha coqueteado con los 20.000 dólares.

Es difícil creer que hubiera podido ser tan lucrativo como para que Unidad Editorial se convirtiese en un gran grupo de bitcoin con actividades de medios accesorias. Pero probablemente habría podido recaudar sumas considerables con las que mejorar drásticamente sus cuentas.

El problema es que nadie hizo caso a Javier, que hoy imagina cuánto dinero tendría el grupo de medios si le hubieran hecho caso. Si además se hubiese llevado una comisión por la idea, en lugar de pagarme unas cervezas estaríamos brindando con una botella de Dom Pérignon Mathusalem.

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