Vaya por delante, sin acritud y del modo más sincero que exponerse pueda, que no tengo yo nada en contra del LXI Festival de la Canción de Eurovisión, que se celebrará en la ciudad sueca de Estocolmo los días 10, 12 y 14 de mayo. Como tampoco lo tengo por la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos, ocurrida el martes 29 de mayo de 1453 (de acuerdo con el calendario juliano) o por la toma de Granada del 2 de enero de 1492 (final de la Reconquista) por los ínclitos Reyes Católicos Don Fernando V, el de Aragón, y Doña Isabel I de Castilla. Son tres hechos históricos, aunque el primero esté aún al caer. Y, consecuentemente, anacrónicos. Bostezantes y entusiásticos. Fechas hechas para olvidar. Consecuentemente.

Eso sí, el momento en que vivimos es idóneo para ganar esa megachorrada denominada Eurovisión. Rajoy pide a Bruselas que no multe a España por el déficit. La UE considera retrasar la sanción hasta después de las elecciones para no interferir en la campaña electoral que se avecina. Por su parte, el Papa Francisco reclama a Europa cambios profundos en su política económica y en el acuciante desafío migratorio. “¿Qué te ha pasado, Europa?”, se lamenta el Sumo Pontífice. Se desploma todo a nuestro alrededor y lo único que interesa a algunos, al parecer, es dar el cante con denominación de origen en la hoguera de las vanidades kitsch.

Mandamos este año a Barei, que es algo así como enviar, sin la ene del final, a un Estado soberano insular asiático situado cerca de la costa oeste del golfo Pérsico. Hasta que, al final, se entera uno por ahí de que Barei es, en realidad, el sobrenombre de cuchipandi de una tal Bárbara Reyzábal González-Aller, desconocida cantante y compositora española de 34 años que, para más inri, canta en inglés algo cuyo estribillo dice así: “Hurray! Sing it lalalala / Go on singing lalalala / Hurray! Sing it lalalala! / Hurray! / Say yay, yay yay / Hurray!”. ¡Y olé!

Muy jondo resulta todo esto, sí. Aunque un jondo de los de tocar fondo. Cumplimos los 400 años de la muerte de Cervantes facturando a Estocolmo, por vía aérea, a una especie de Armada Invencible musical recargada de ‘gallitos’ y ‘hurrays’ que, patrioteramente, canta en la lengua del imperio. Pero del imperio británico, para ser exactos. Lo que es a mí, por favor, que me lo explique alguien con un poco de sentido común en la cabeza. ¿De qué ‘community manager’ avispado ha sido idea lo de esta canción? ¿Qué diferencia hay entre esta estúpida ‘Say Yay!’ y el ‘Baila el chiki-chiki’ de Rodolfo Chikilicuatre? ¿Forma todo esto parte de una enorme coña audiovisual en plan ‘Inocente, inocente’? ¿Nos hemos vuelto acaso todos locos?

La Real Academia de la Lengua se mosquea porque en Eurovisión no se escuchará el castellano, sino el 'Say Yay!’. Qué cosas. “Teniendo en cuenta que el español es una lengua que hablan 500 millones de personas, presentarse con una canción en inglés es sorprendentemente estúpido”, muestra así su total desacuerdo el académico José María Merino. Y el caso es que lleva toda la razón. Seguimos siendo lo de siempre. Un país de ‘outsiders’ acomplejados dispuestos, sorprendente y estúpidamente, a dejarnos estafar por el primer tramposo que pasa. Voto por recuperar, por la vía de urgencia, al Chikilicuatre.

Para que componga, por vía de urgencia, un temazo interestelar en los que aparezcan, en este orden, ‘almóndiga’ (por albóndiga), ‘murciégalo’ (por murciélago), ‘muslamen’ (por ‘viejoverde que te quiero viejoverde setentero’), ‘toballa’ (por toalla), ‘asín’ (por así), ‘cederrón’ (por CD-ROM), ‘güisqui’ (por whisky), ‘bacón’ (por panceta) y el resto de palabros incorporados en la última edición del diccionario, la 23ª, hace justo cosa de un año.

Muy de ‘Amanece, que no es poco’ todo esto. Muy de La Charanga del Tío Honorio. Sonará la cosa, en realidad, como si se tratase de un goyesco sueño de la razón. Pero cuando éste no produce monstruos, sino payasos de la telebasura. Y entonces podremos tomar Manhattan. Y, después, conquistaremos Berlín. Hasta triunfar, con un coro formado por miles de refugiados desahuciados, en el mismísimo Estocolmo. Seis días quedan.