Si, como afirmaba el maestro Umbral, el periodismo “mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto”, lo que sucedió anoche en La Sexta fue algo así como el curso definitivo (Lección 01 Nivel Avanzado) para futuros plumillas del ramo. Es decir, para aquellos que quieran estar formados para informar con el rigor pertinente. Y que opten, para ello, por mantenerse ajenos a esos marcos ideológicos que son el caldo de cultivo de las burdas manipulaciones nuestras de cada día. Que se muestren, asimismo, dispuestos a asumir que el lenguaje nunca tiene que ser político, sino neutral, en toda buena entrevista.

Se planta Ana Pastor en el centro de Moscú y saca de su escondrijo, durante poco menos de una hora, sonsacándolo con preguntas acertadas y punzantes, a Edward Snowden. Asistimos a un efectivo tercer grado a uno de los hombres más buscados del planeta.

Resulta apabullante, didáctico, esclarecedor.

Objetivo cumplido, superadísimo, el de ‘El Objetivo’ de Ana Pastor y el de La Sexta, única cadena patria que ha entrevistado al ex empleado de la CIA. Pocas veces se ha dado voz en nuestra televisión, últimamente, a un tipo tan interesante y con tantas cosas que decir. Alguien a quien demasiada gente querría ver muerto y enterrado. Sin embargo, su único miedo es a que llegue el día en que el resto de la gente tema levantarse, que tema hablar. Snowden es un espía americano en Rusia. Algo digno de la mejor película.

Contesta este treintañero, con absoluta normalidad, a preguntas que, en realidad, superan las ‘cienciaficciones’ que alimentan todas las novelas del conspiranoico Philip K. Dick. Se muestra risueño frente a la falsa candidez de una Ana Pastor que sabe hacer su trabajo. De él han dicho, tras los atentados de París, que tiene las manos manchadas de sangre.

Metadatos, encriptación, Apple, ciberseguridad, Unicef, periodistas, políticos, empresas, Merkel, Rajoy, Berlusconi, CNI, servidores, empresas de comunicaciones… Cada una de sus respuestas se convierte en un aviso para navegantes en las procelosas aguas de la sociedad de la información y la urbe global. Nos cuenta, como quien habla de su última visita al peluquero para domesticar su flequillo destartalado, la forma en que vigilaba todo lo vigilable cuando curraba para la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. Viste de negro riguroso, anticipándose quizás a llevar su propio luto, y sonríe al avisarnos sobre la verdadera naturaleza del Gran Hermano que nos vigila. Su pinta es la de que no ha matado, en su vida, a una mosca.

¿Héroe o traidor? Defendido por cinco abogados (“Todos los días estamos preocupados por su vida”, confiesa uno de ellos a la periodista en el interior del vehículo que les lleva hasta el lugar de la cita), Snowden, el llamado ‘hacker’ del apocalipsis, se enfrenta a cadena perpetua por hacer públicos, a través de ‘The Guardian’ y ‘The Washington Post’, documentos clasificados como alto secreto sobre varios programas de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU., entre los que se incluían los de vigilancia masiva PRISM y XKeyscore.

Aparece un espectral Rajoy, en una imagen de archivo, para ilustrar un momento de la entrevista: “Sobre si España ha sido espiada, es decir, yo tengo que decir con absoluta claridad, que no tenemos constancia de ello. Y a partir de ahí no puedo añadir nada más”. No obstante, el bueno de Edward Snowden lo tiene mucho más claro, aún, si cabe: “Hay 45 millones de ciudadanos en España aproximadamente, y si lo piensas, cada vez que alguien manda un mensaje de texto, hace una llamada, visita una web, eso genera un registro”, explica. “Cuando yo estaba sentado en mi mesa en Hawái y trabajaba en el ordenador, allí veía entradas de llamadas españolas, y lo sé porque cada una estaba marcada con una banderita. EE.UU. obtuvo de España los metadatos de 60 millones de llamadas telefónicas”.

“¿Sigue ocurriendo?”, interroga la entrevistadora. “Sí –responde él, cariacontecido–. Esto todavía sucede. De hecho, es ahora más agresivo e invasivo que antes”.

Le recuerda Ana Pastor que, según el general al mando de nuestros servicios secretos, en España no se ha vulnerado el derecho a la intimidad. Y Snowden, que no puede evitar la risa al oírlo, tercia con un tajante: “Si eso así, ¿para qué le pagáis?”.

Quedan, flotando en el aire, una pregunta y su respuesta: “¿Intercepta el Gobierno alguna comunicación con personas?”. “Sí. Y yo creo que en España alguien lo filtrará en breve”.

También dos palabras que, juntas, adquieren forma de amenaza: total impunidad.

Y una última cita: “Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco” (Jaume Perich).