Castilla y León

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Turismo

Con el Duero por la Tierra del Vino en el Camino de Levante

4 octubre, 2020 09:00

Aunque no es costumbre, en esta ocasión salimos al camino un lunes, jornada poco propicia para adentrarnos en pueblos y su arquitectura, como podríamos observar después, al encontrarse cerrados muchos monumentos. Aún y así, por un asunto de índole política –craso error- al final de la jornada, partimos desde la capital charra el primer día de la semana al encuentro del Duero en la Tierra del Vino por donde atraviesa el Camino de Levante a Santiago. La mañana amenazaba lluvia, según avanzaba el día se hacía agradable nuestro recorrido.

Alaejos, de ladrillo y torres

La primera parada, dada nuestra curiosidad por las piedras, en esta ocasión por el ladrillo de adobe en un mudéjar que nos acompañó en todo el camino, tiene lugar en Alaejos, el pueblo de las dos torres casi gemelas que se otean desde los vastos horizontes cerealistas de la meseta vallisoletana.

Nos adentramos en el pueblo, que en 1180 se registra con la forma ‘Falafeios’, indudablemente asignada al actual Alaejos. Parece por lo tanto, como indica Riesco Chueca, que se trata de un nombre de propietario, el conocido antropónimo mozárabe Jalaf o Halafe. La inicial impresión es majestuosa en la amplitud de su plaza, típica castellana porticada, edificaciones blasonadas de dos alturas con balconadas y el ladrillo mudéjar, que según uno de los acompañantes denota cierta pobreza arquitectónica.

Municipio de historia fecunda, aunque no se sabe a ciencia cierta cuál es su origen. Logramos indagar que a mediados del s. XIV es vendida a Medina del Campo por Diego Fernández de Medina. En el s.XV doña Juana de Portugal, esposa de Enrique IV, fue retenida en el castillo de Alaejos por orden del rey bajo la supervisión del arzobispo Alonso de Fonseca y Ulloa, señor de las villas de Coca y Alaejos. Durante esa estancia, la reina Juana inició una relación con el sobrino del arzobispo, el caballero Pedro de Castilla y Fonseca, biznieto bastardo del rey Pedro I el Cruel, fruto de cuya relación nacieron dos hijos gemelos. En 1520, durante la Guerra de las Comunidades, los comuneros destruyeron una gran parte de la ciudad. En 1595 se unió al nuevo Obispado de Valladolid, aunque política y administrativamente siguió dependiendo de la provincia de Segovia. Durante el siglo XIX perteneció a la antigua provincia de Toro. En 1997 la Junta de Castilla y León declaró el recinto urbano Bien de Interés Cultural con categoría de Conjunto Histórico.

Conjunto Histórico

Alaejos (Valladolid), rica en patrimonio

De este Conjunto Histórico llama nuestra atención, y motivo de la visita, sus dos templos, la iglesia de San Pedro que se encuentra en la Plaza Mayor –típicamente castellana, porticada, es decir, con soportales, según expresión popular- y la iglesia de Santa María –una joya- que necesita de una restauración en cuanto a la vistosidad de su ornamentada torre.

La primera visita se produce a la iglesia de San Pedro, declarada Monumento Histórico Artístico, diseñada en el siglo XVI bajo estilos tanto góticos como renacentistas con materiales como el ladrillo y ornamentaciones en yeso y azulejos mudéjares. Salimos por una de las calles que parten de la Plaza Mayor, de puro tipismo castellano –estrechas, de dos alturas y con el adobe como elemento de construcción más característico por ser el más fácil de elaborar y utilizar así como por su versatilidad como elemento principal constructivo-, porque como en toda Castilla, son los materiales que se encuentran a mano, así, el barro o la piedra junto con la madera serán los argumentos básicos de la arquitectura popular castellana- hasta llegar a la plaza de Santa María, donde se encuentra la iglesia del mismo nombre. También del siglo XVI, renacentista, donde el material predominante es el ladrillo con argamasa de cal y yeso, a nuestro entender la verdadera joya arquitectónica de Alaejos. Al exterior cabe destacar, a parte de sus dos curiosas portadas, la increíble torre que presenta, de cuatro cuerpos que se eleva a unos 64 metros del suelo y en cuyo último piso se alza una delgada torrecilla a modo de chapitel. Nos llaman también la atención los azulejos que decoran torres y vanos del cuerpo central y de la cúpula y que, como decía anteriormente, necesitan de una urgente restauración. La obra principal de este templo es el precioso retablo mayor realizado por Esteban Jordán en el siglo XVI bajo influencias del romanismo italiano dedicado a la Asunción de María.


Regresamos a la Plaza Mayor, donde calmamos la ansiedad del estómago en un característico bar de adornos taurinos entre los que destacan fotografías y firmas de José Miguel Arroyo ‘Joselito', para acercarnos a contemplar la fachada del Ayuntamiento, que data del siglo XVIII. Por el entramado urbano hemos dejado diversas casas blasonadas de indudable atractivo, como la Casa del Inquisidor, con dos escudos del siglo XVI o la Casa del Marqués de Gastañaga, de dos plantas, bodega y escudo del XVII, además de unos grandes huecos ventanales con rejería de forja.

Abandonamos Alaejos oteando las ruinas del antiguo castillo. Aunque no quedan muchos restos de él, sí logramos saber que existió una construcción defensiva situada en las últimas casas de Alaejos en dirección a Salamanca. Precisamente en la calle que rodea estos restos, se ha instalado una Colección Etnográfica en la que se muestran más de mil piezas de oficios ya desaparecidos y utensilios de la vida cotidiana.

Camino de Santiago en Castronuño, que llaman de Levante

Hoz del río Duero a su paso por Castronuño

Los puertos levantinos eran lugar de arribada de los peregrinos mediterráneos hacia Compostela. Valencia, en el siglo XIII, llegó a tener trece hospitales. Y en sentido inverso eran los puntos de salida de romeros y palmeros en sus viajes hacia Roma y Jerusalén. Por ello debieron ser frecuentados por peregrinos ya que la ruta sur de los reinos cristianos llevaba a Toledo a través de calzadas de origen romano y caminos más modestos. Desde allí se podía conectar con la Vía de la Plata en tierras extremeñas, o más al norte a través de Ávila y Zamora. Hay indicios de que a partir del siglo XIII, los peregrinos alicantinos partían de la Iglesia de Santa María después de recibir la bendición, rumbo a Compostela.

Abandonamos Alaejos al encuentro del Camino de Levante que nos llevará hasta Castronuño y la vega del Duero, que discurre parsimonioso en unos tramos y en otros estancado en la presa que da nombre el propio pueblo. La primera impresión al llegar a Castronuño, atravesando tierras de secano salpicadas con alguna alameda, no es grata. Cuando accedemos a una pequeña loma que domina el cauce del Duero, la que llaman La Muela, reconocemos que merece la pena visitar este lugar –río y alameda, bodegas y arte-.

El principio de su andadura en la historia fue la existencia de un castillo en las márgenes del río Duero, junto a la embocadura del Trabancos, siendo sus primeros nombres Castro-Benavente y, más antiguamente, Toro el Chico y La Gran Florida del Duero. Según dice un cronista nada de esto sería cierto, sino que la población tomó el nombre de un alcaide del castillo, D. Castro de Nuño, hasta llegar a su forma actual. Los datos que más manejan los historiadores como fecha fundacional sería el período 866 a 910, durante el reinado de Alfonso III de León a cuyo reino pertenecía en esta época de batallas de reconquista contra los musulmanes. Para otros historiadores su origen era romano. El emplazamiento de esta época estaría en lo alto del cerro, bien comunicado y de fácil defensa. Durante la Edad Media fue plaza fuerte, defendiendo el villorrio existente sobre el alto de la Muela, en torno del castillo. Que existía en el siglo XI, es más que probado ya que el monarca castellano Alfonso X El Sabio, dice que, cuando Sancho II de Castilla pensaba despojar a su hermana Dña. Urraca de la ciudad de Zamora en el año 1.072, se detuvo a pernoctar una noche en Castronuño.

Acompañados por la canción ‘La Peregrina’, cántico muy popular y arraigado en el pueblo que suena en una casa cercana,


Viva la peregrina/ con su esclavina, su cartera y su bordón./ Lleva subido el cabello/ tan largo y bello/ que el alma en ellos/ se me enredó./ Lleva zapato blanco/ medias de seda,/ sombrero fino/ que es un primor./ La lara larala larala lara...

... recorremos algunos de los lugares que el peregrino visita cuando llega al municipio. El principal monumento que encontramos según descendemos del montículo es la Ermita del Cristo, con una imagen gótica en su interior de influencia renana del siglo XIV. Edificada sobre el Alto de la Muela, a la misma orilla del río Duero, la ermita del Santo Cristo, actualmente iglesia parroquial de Santa María del Castillo, al dársele el nombre de la primigenia que se encontraba donde están las escuelas actuales, perteneció a la Orden de San Juan, quien la construyó a finales del siglo XII, principios del XIII. Es uno de los monumentos románicos más interesantes de la provincia de Valladolid. Constituye esta ermita una interesante y pequeña construcción donde se funden los influjos góticos, como lo demuestran arcos y cubiertas, con pervivencias románicas de origen zamorano como la cabecera o la decoración de las portadas. Construida en sillarejo, de recia contextura que le da aspecto de severidad y fortaleza con poderosos muros y prismáticos contrafuertes. Considerada como una iglesia importante y de considerable interés, fue declarada monumento Histórico Artístico el 5 de junio de 1962.

En la misma zona del Alto de la Muela –excelso mirador sobre el río Duero, donde se encuentra empantanado por encima de las tierras de labor, donde dibuja un perfecto meandro- se encuentra La Casa del Parque, centro de interpretación de la Reserva Natural Riberas de Castronuño-Vega de Duero-, siendo un edificio de cemento, de estilo moderno que encontramos cerrado. En este mismo cerro divisamos bodegas excavadas en la pizarra, con sus chimenas de respiración esparcidas, con algún detalle de su primitiva construcción y antiguos pasadizos de la desaparecida fortaleza.

Decíamos anteriormente que por Castronuño pasa la Ruta de Levante del Camino de Santiago que une Valencia con Santiago de Compostela, correspondiendo a la etapa 26 de la Ruta, trayecto que une Sieteiglesias con la la Ciudad de Toro.

Presa de San José, único espacio protegido de Valladolid

El Duero saliendo de la presa de San José

Dejamos Castronuño para salir al encuentro de la presa de San José (también conocida como presa de Castronuño). Una obra de ingeniería hidroeléctrica construida en el curso medio del río Duero. Situada a 2 kms de Castronuño, con un embalse de 250 ha de superficie y una capacidad de 6 hm³.

El embalse forma parte de la Reserva Natural de las Riberas de Castronuño-Vega del Duero, el único espacio natural protegido de la provincia de Valladolid. Se puede practicar senderismo, cicloculturismo y bicicleta de montaña. Hay especies de árboles como pinos piñoneros, cipreses y es posible observar animales como zampullines, gallipatos o galápagos, tencas, bermejuelas, jabalíes y lobos. Su construcción se inició en 1941, para finalizarse en 1945. Fue inaugurado por Francisco Franco el 3 de octubre de 1946. La central hidroeléctrica lleva funcionando desde 1957.

Merece la pena adentrarse en uno de los caminos, situado en una zona de páramos y vegas sedimentadas. Es por tanto, una zona migratoria y de nidificación para las aves acuáticas. El Duero está rodeado de bosques de ribera y constituye un ecosistema palustre muy interesante. Es una zona de grandes praderas y ausencia de grandes elevaciones.

Este apresamiento de las aguas del río fue lo que originó la formación de esta reserva que constituye un ecosistema con singulares elementos bióticos y paisajísticos. Encharcó muchos sedimentos fértiles de la orilla del río, que fueron colonizados poco a poco por grandes masas de carrizal, mantenidos por el nivel tan constante del embalse. Cuanto mayor fue creciendo la masa de carrizal atrajo a más aves especializadas en la vida de los humedales. Se trata pues de un humedal seminatural.

Es Castronuño la gloria,/ del mundo entero,/ tiene campiña preciosa,/ tiene unos grandes paseos,/ tiene la Muela elegante,/ donde van a pasear,/ muchachas de 15 a 20,/ llenas de formalidad.

Con esta murga que nos canta un par de abuelas dejamos Castronuño, edificado sobre las laderas del Alto de la Muela, para avanzar dirección Toro en lo que antiguamente fue su propia provincia. Toro es una provincia histórica de la Corona de Castilla, dentro del antiguo reino de León. Estuvo vigente entre los años 1528 y 1804 –cuando Carlos IV lleva a efecto la idea planteada por su antecesor de dividir el territorio en provincias con dimensiones regulares, siendo ya con Isabel II, reina denostada en Toro y por algo se llama reina de los Tristes Destinos, el 30 de noviembre de 1833, cuando queda configurada tal y como se conoce en la actualidad la actual provincia de Zamora- y sus territorios estaban situados en las actuales provincias de Zamora, Palencia, Cantabria y Valladolid.

Antes cruzamos Villafranca del Duero, ya en la Tierra del Vino, en la margen izquierda del Duero y muy cerca del embalse de San José. Su nombre indica que el lugar fue repoblado por francos, sobre el siglo XI, con iglesia dedicada a Santa María Magdalena, antiguamente fue edificio de ladrillo y tapia, pero el actual es moderno, de 1981, aunque conserva la misma advocación.

Majestuosa se otea la ciudad de Toro


Majestuosa en la distancia la ciudad de Toro


No es motivo de este Camino la ciudad de Toro, porque ella, por sí misma, tiene categoría, historia y autoridad suficiente para varios reportajes –que haremos en adelante-. Solo decir que Toro, la Albocela de los Vacceos de Tito Livio, se otea majestuosa en un pronunciado altozano, haciendo éste de muralla natural, el mirador del Espolón, tras la Colegiata, desde donde se puede disfrutar de las amplias y vastas extensiones de la Vega del río Duero a su paso por Toro. Poseía un imponente recinto amurallado desde antes de la dominación romana –del que se conservan algunos tramos- y cuenta con numerosos monumentos: La Colegiata de Santa María la Mayor, de románico avanzado fundada por Alfonso VII cuya construcción empezó en 1160; la iglesia del Salvador, mudéjar del siglo XIII, la iglesia de San Julián de los Caballeros, la de San Lorenzo también mudéjar del siglo XII o la iglesia de San Pedro del Olmo, edificada en la primera mitad del siglo XIII. Pero también sus monumentos civiles como el Ayuntamiento, reconstruido en 1778 o la Torre del Reloj. Tal es así, como resumen y adelanto de nuestra posterior visita a Toro, que ha sido declarada Ciudad de Interés Turístico y Conjunto Monumental Histórico y Artístico.

Antes de entrar en Toro visitamos la ermita del Cristo de las Batallas, o de Santa María de la Vega, que perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén, de ahí que a su consagración en 1208 por el obispo de Zamora Martín Arias, asistiera el Comendador Mayor de la orden en León, Martín Sánchez.

La ermita, en una vega del Duero, posee una sola nave, cubierta con armadura de par y nudillo, más una capilla mayor rectangular con bóveda de cañón apuntado y ábside semicircular techado con bóveda de horno. En el exterior, el ábside presenta siete arquerías ciegas dobladas, en tanto que el tramo presbiteral contiene tres arcos en el costado de la epístola y dos en la contraria. Posee una espadaña de un cuerpo de dos vanos semicirculares en el lado del evangelio. Nos cuenta nuestro amigo Mario González que en este lugar se libró la Batalla de Toro, el 1 de marzo de 1476, entre las tropas de los Reyes Católicos por un lado y las de Alfonso V de Portugal y Príncipe Juan por otro, dentro del transcurso de la Guerra de Sucesión Castellana –que se recreó en la serie de TVE ‘Isabel’-. La batalla de Toro representó una gran victoria política para los Reyes Católicos, asegurando el trono en manos de Isabel y la unión de Castilla y Aragón. Además, explica Mario, en el paraje se levantó el primer hospital de campaña, bajo la orden de la reina Isabel para atender a los miles de heridos en la cruel batalla.

Seguimos adelante, antes de entrar en la ciudad, para inundarnos del sonido del Duero al correr tumultuoso bajo los arcos del puente que llaman romano, aunque el actual data de los siglos XII-XIII. Desde tiempos de los romanos debió de erigirse en el mismo lugar un puente que debió de unir el campamento romano de Villalazán con la Ciudad de Toro, la antigua Arbucala; aun así, de aquel puente no queda nada, sino las formas que se volvieron a repetir en el románico, de finales del s. XII y principios del s. XIII, y algún que otro sillar reutilizado. Tras su construcción, el puente tuvo que ser fajanado internamente, en sus arcos apuntados mayores, porque fue edificado en arenisca en vez de la caliza del páramo, que trabaja bien con el agua. También ha perdido la torre que defendía su paso desde el sur y que tantas molestias provocó a las tropas de Pedro I el Cruel durante el asedio de Toro. En la edad moderna hubo de construirse una barbada o vía sobre terraplén que se prolonga hasta el puente nuevo para evitar que el Duero pasase por encima del acceso al cambiar este de curso, en el que el río entra de lado al puente. En la actualidad no tiene uso, porque la vía del ferrocarril, Medina-Zamora-Orense-Vigo, pasa justo por el comienzo del puente en su lado urbano.

La realidad de la vida a orillas del Duero

Un pescador a la orilla del Duero a su paso por Toro

En su orilla encontramos la realidad de la vida en nuestros días. Dos pescadores cercanos a los sesenta años pasan las horas en el río para ‘olvidarse’ del cruel desempleo. “Aquí venimos a pescar, aquí comemos, porque de comer no nos falta –tienen montada una mesa con hule y cobertizo por si la lluvia-, pero el paro nos consume. Y qué vamos a hacer, si para robar no valemos”. Ellos son trabajadores fijos discontinuos de la Azucarera y, como tal, no tienen derecho a los 426 euros cuando finaliza el periodo del subsidio de desempleo. “Y que venga bien el año de recolección de remolacha…”, ruegan más que dicen. Y son las verdes viñas de caballeros/ que en placeres de cama gastan dinero./ Y recogen la uva vendimiadores/ por las dos gordas que les dan los señores./ Por eso el fruto sigue dándole al amo todos los gustos.

Este es el panorama de nuestra gente/ que se queja de vicio dice el pudiente./ Con la renta per cápita que nos asignan/ tenemos para leche pan y sardinas./ La moraleja: los lamentos del pobre siempre son quejas -decía mi abuela-.

Ascendemos a la ciudad por una calle empedrada porque lo nuestro, en esta ocasión, es pasear por Toro, y el mejor embajador y guía de la ciudad, Mario González-, nos acompaña por la ciudad de arte y arquitectura y sosiego: asomarse a contemplar la vega y el Duero desde la Colegiata es dejar volar las emociones en el espacio abierto, donde se otea el camino dejado atrás como una línea blanca dibujada entre los árboles, y como nuestro espíritu nos lo permite, tomamos un buen tinto de Toro en el Mesón Noche y Día, que regentaban Pili y Alberto, donde pudimos degustar unas exquisitas tapas, como la llamada ‘Lagartijo’, en honor al famoso torero.

Avanza ya la tarde, con el regusto de las tapas toresanas y el tinto entramos en el Restaurante ‘Los Bocoyes’, del Hotel Juan II, de extensa carta de platos que combinan los productos más típicos de la zona como verduras de la Vega de Toro y las últimas variantes de la nueva cocina. Abrimos apetito con jamón ibérico, morcilla artesana frita con piñones y espárragos de la Vega toresana. Seguimos con entrecot de Aliste, tostón asado y chuletillas de lechazo, postre de la casa como un confitado arroz con leche y, claro, vino de la D.O. TORO.

Escapada a Villalar de los Comuneros

Cae la tarde oscura que amenaza lluvia. Nos despedimos de nuestros amigos, de la ciudad que tiene vida por sí sola y de la amabilidad de sus gentes con la promesa de volver pronto, para encaminarnos a Villalar de los Comuneros. El lugar donde aconteció la famosa batalla del mismo nombre. Hasta la avenida del Mester y el monolito levantado en la plaza para recuerdo de Padilla, Bravo y Maldonado. Ofrezco la versión íntegra y original del poema épico ‘Los comuneros’, de Luis López Álvarez, que fue adaptado por Nuevo Mester de Juglaría convirtiendo a algunos de sus fragmentos en himnos de la reivindicación regional castellana en el bajo-franquismo. Señalo en negrita los versos que el Mester no utilizó en su ‘Castilla, canto de esperanza’ y creo que no hará falta explicar el por qué (no se atrevieron o no les dejaron):

Mil quinientos veintiuno,/ y en abril para más señas,/ en Villalar ajustician/ quienes justicia pidieran./ ¡Malditos sean aquellos/ que firmaron la sentencia!/ ¡Maldiga el cielo a Cornejo,/ alcalde de mala ciencia,/ y a Salmerón y a García,/ y al escribano Madera,/ y la maldición alcance/ a toda su descendencia,/ que herederos suyos son/ los que ajusticiar quisieran/ al que luchó por el pueblo/ y perdió tan justa guerra!

Desde entonces ya Castilla/ no se ha vuelto a levantar,/ en manos de rey bastardo/ o de regente falaz,/ siempre añorando una Junta,/ o esperando un capitán.

Quién sabe si las cigüeñas/ han de volver por San Blas,/ si las heladas de Marzo/ los brotes se han de llevar,/ si las llamas comuneras/ otra vez crepitarán./ Cuánto más vieja la yesca/ más fácil se prenderá./ Cuanto más vieja la yesca/ y más duro el pedernal./ Si los pinares ardieron/ aún nos queda el encinar.

Con la melodía de esta jota comunera inundando de sonido nuestro auto abandonamos esta tierra de ríos, llanuras sin límites e historia.


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