carlos-velasco-director-noticiascyl-prueba-buena

carlos-velasco-director-noticiascyl-prueba-buena

Región

Regenerar España

1 mayo, 2018 15:57

Se generaliza la sensación de que cualquier cosa que tocas en este país está emponzoñada: la política, la economía, el sistema judicial, la universidad, la sanidad, los sindicatos, la patronal, los medios de comunicación, las organizaciones no gubernamentales…

El sistema de partidos diseñado en la Transición ha propiciado un clima de corrupción que no sólo afecta a la clase política, sino que al cabo de los años ha penetrado en toda la sociedad. Una pena, sin duda. Porque no hay mayor enemigo de la democracia que la corrupción. La Historia es pródiga en ejemplos.

La sorprendente sentencia sobre esa piara de energúmenos autodenominada La Manada ha puesto el foco ciudadano sobre el mundo judicial, del que se desconfía por las arbitrariedades que se perciben en muchas sentencias. La ley se retuerce en las interpretaciones, en muchos casos incluso se ignora, y todo queda al albur de lo que decida la subjetividad del juez.

Y poco o nada puede hacer el ciudadano, salvo recurrir. Una solución solo aparente, porque los recursos resultan muy caros, y en el caso de las provincias, acaban en las audiencias provinciales, donde a menudo jueces y abogados se conocen y algunas resoluciones judiciales pueden ser cualquier cosa menos justas.

¿Qué hace al respecto al Consejo General del Poder Judicial? Por lo que parece, muy poco o nada. Se mira para otro lado o, simplemente, se tapa. Sorprende la afición que los políticos de este país tienen a eso que se denomina ‘aforamiento’, que consiste en que al político lo juzguen instancias superiores de la Justicia en vez de los tribunales ordinarios. ¿Por qué ese interés? Está claro que eso de que todos somos iguales ante la ley es una castaña.

El tinglado universitario ha quedado en entredicho al salir a la luz el fraudulento máster concedido a Cristina Cifuentes. Desde hace años se sabía de la endogamia en la que se ha atrincherado la universidad española. Al albur de la cuestionable autonomía universitaria, los puestos de docencia los han ido acaparando familiares de unos y otros y simples amiguetes de los partidos políticos. Al fin y al cabo, el máster de Cristina Cifuentes y los cuestionables títulos de otros personajes son solo el ejemplo de la politización y el caciquismo que impera en el mundo universitario.

La sanidad huele igualmente a putrefacción. Lo ponía de manifiesto el reportaje de la 4 sobre cómo se accede a muchas plazas de los diferentes sistemas sanitarios españoles, por el sistema del dedazo, sin respetar las bolsas de trabajo establecidas. Es decir, no se busca la excelencia del profesional que más méritos tiene, sino el amiguismo o la familiaridad, con el consiguiente perjuicio para el paciente.

De la relación entre economía y política qué decir después de todos esos casos de amaño de adjudicación de contratos, que perjudican ostensiblemente el bolsillo de los ciudadanos para favorecer a determinadas empresas y a los propios políticos. Todavía no hemos conseguido entender por qué en España se prohíbe instalar placas solares en las viviendas, cuando tenemos gratuitamente ese oro negro que es el magnífico sol que calienta el solar hispano. Como todo lo demás, da mucho que pensar, claro.

La corrupción nos alcanza también a los medios de comunicación, obligados a callar los excesos del poder político porque de lo contrario se corre el riesgo de que se cierre el grifo generoso de las subvenciones públicas. Mientras el sistema de subvenciones públicas a los medios de comunicación no se ajuste a criterios objetivos y a órganos no politizados, la democracia será solo una representación teatral. Porque no existe democracia sin una prensa libre, sin una prensa que no esté sometida a la tiranía y a los caprichos del político de turno.

Luego está ese afán del español de los bandos: o eres de los ‘hunos’ o eres de los ‘hotros’, según se lamentaba don Miguel de Unamuno. Se puede tener ideología, pero eso no significa que por convicciones ideológica se cierren los ojos ante determinados asuntos que son claves para el interés general. Aquí no hemos entendido todavía que el interés general tiene que estar muy por encima de los intereses particulares si en verdad lo que deseamos es construir un país moderno.

Hacer de España un país moderno de verdad y no solo en apariencia. Demasiadas lacras, demasiados intereses particulares, demasiados vicios impiden todavía que alcancemos ese deseado objetivo.

Igual que aquellos intelectuales de finales del siglo XIX, que decidieron levantar su voz para denunciar la decadencia finisecular de España, nuestro país necesita hoy un nuevo regeneracionismo, acaso sobre todo moral. A estas alturas, después de casi 40 años de ‘transición’, se echa de menos a pensadores de talla como aquellos. ¿Dónde están esos pensadores? ¿Ha muerto o han sido fagocitados también por la larga mano de la política? Una pena, porque, por lo que se ve y se oye, nuevamente hace falta, y mucho, regenerar España.

Y, fíjense, ni siquiera he citado a Puigdemont, ay.