Este martes se encendió el fuego de las cocinas de MasterChef 9. 50 candidatos llegaron a una última prueba en la que los jueces Pepe Rodríguez, Samantha Vallejo Nágera y Jordi Cruz debían decidir quién entra y quién no, y a la vez que probaban sus platos, les preguntaban algunos datos de su vida.

Algunos perfiles nos sonaban de otros años, o incluso de otros programas. El militar, la gimnasta retirada por una lesión, el extranjero que se enamoró de España y se quedó aquí a vivir. Cuando los jueces preguntaban sobre la motivación para entrar a MasterChef, los aspirantes decían de todo; Hugo, uno de los primeros, en enfrentarse a la valoración, aseguraba que quería fama, admiración, incluso ligar gracias al programa. No fue elegido.

La frase que más se escuchó en los aspirantes fue la clásica de que quieren que MasterChef les cambie la vida. En algunos casos, el testimonio de los concursantes demostraba que tras ese topicazo había mucha verdad. Así fue el caso de Toni, un chico de 34 años de Mallorca, que es jugador de póker profesional. Sin vergüenza alguna, explicó que tuvo problemas relacionados con el ocio nocturno, que cayó en adicciones y que se rehabilitó gracias a Proyecto Hombre. Como además cocinó muy bien, recibió el delantal blanco que le convertía en concursante de pleno derecho.

Sin embargo, el candidato para entrar al concurso cuya historia más emocionó fue José María, un chico de 18 años natural de Badajoz. En principio, el joven parecía un torrente de alegría, y entró en las cocinas con un delantal que él mismo se había decorado con referencias a la música, la cocina y “la coquetería”, porque es muy coqueto. Mientras montaba el plato no paraba de exclamar “ave maría purísima”, una y otra vez.

Cuando habló con los jueces, José María demostró que es un auténtico superviviente. Contó que su madre es toxicómana, y que no conoce a su padre. Por los problemas de su madre con las adicciones se ha criado con su abuela, que ahora tiene Alzheimer; como él está estudiando, ahora no puede hacerse cargo de ella. Tenía una hermana, que falleció a con nueve meses en un accidente de tráfico.

Aunque estaba emocionado, la actitud de José María estaba lejos de dar pena, y se mostraba orgulloso de sí mismo y de su abuela. “Voy tirando para adelante con mis estudios; me pago mi piso y me pago yo todo”, narraba, con la cabeza bien alta, mientras añadía que lo que quería al entrar al concurso era que la vida le fuese mejor, tal y como le ha sucedido a otros concursantes de años anteriores. Se llevó el delantal blanco, y lo celebró con su abuela, que le esperaba fuera, en una de las imágenes más tiernas de toda la historia de MasterChef.

Parece que las historias personales de los aspirantes tendrán mucha importancia en esta edición. O así se desprende de lo sucedido con Ofelia, una gallega amante de la hípica. En su primer contacto con los jueces explicó que vivió en un internado porque su padre engañó a su madre con la niñera. Que con ella tuvo más hijos, a los que casi no considera hermanos, y que su padre es un gran ausente que no fue a su comunión.

Por ello, la sorpresa fue todavía mayor cuando en la prueba de exteriores Aurelio, el padre de Ofelia, le dio una sorpresa. Ella se quedó boquiabierta, y aunque lo abrazó emocionada, explicó que casi no lo ve desde que tiene cuatro años. Cuando Aurelio se fue, ella terminó llorando, arropada por sus compañeros.

De los 15 aspirantes que finalmente lograron entrar al concurso, el programa despidió ya a Jesús, cocinero más mayor de la edición. Un abogado que según sus palabras está “medio jubilado” y que enviudó hace dos años.

Al igual que Álex, María, Amelicious, Jesús, Ofelia y Arnau, debía cocinar una lamprea en 60 minutos, pero no tuvo mucha suerte. Samantha Vallejo Nájera calificó su sabor como el “barro de un charco de agua sucia”, terminando así su aventura en el programa.

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