La política española deja mucho que desear y cuanto más se habla de regenerarla parece que más se degenera. Es imposible escuchar un debate sosegado que busque un acuerdo y sólo nos encontramos discusiones enconadas y llenas de argumentos grandilocuentes sacados del programa electoral.

Hace unos años se celebraba el fin del bipartidismo, pero no era real y por lo vivido, ni siquiera parece que beneficioso. Quizás sí sea necesario un partido de centro que medie entre PSOE y PP, pero los partidos que han sobrevivido a la irrupción del Ciudadanos han sido partidos asentados en los extremos ideológicos y el nacionalismo, por lo que, como dice el refrán, el remedio ha sido peor que la enfermedad.

Quizás sea el momento de analizar la posibilidad de crear dos grandes partidos, al estilo americano, que engloben todas las derivadas ideológicas de izquierdas o derechas, y que los pactos, acuerdos y chanchullos varios se generen internamente, para que el candidato a la presidencia ya llegue con la cartilla clara y transparente a las elecciones.

No crean que lo tengo claro del todo, porque si cogemos un símil futbolístico, sería reducir la liga a un partido entre Madrid y Barça y, la verdad sea dicha, sería de un aburrimiento soporífero.

Aun así creo que merece la pena al menos discutirlo, igual que el reparto de los ingresos televisivos, que está arruinando el interés de la liga española, pues aquí deberíamos poner encima de la mesa la posibilidad de crear el grupo socialista y el grupo conservador, o el grupo social-progresista y el grupo demócrata-liberal, o el grupo rojo y el grupo azul…como se quiera.

Sea como sea, que se dependa para gobernar de grupos "periféricos" que solo miran por los intereses de unas fronteras para dentro, no está trayendo más que crispación, insultos, mal ambiente y peor política, que al final pagamos los ciudadanos con peores servicios y mayores impuestos.

Mucho se ha hablado de la Ley d’Hont y de la injusta distribución de los escaños en el Congreso. Injusta hoy, justa en su momento, porque toda decisión tiene su contexto temporal e histórico, pero es cierto que lo que valía hace 40 años podría necesitar una actualización para evitar ser rehenes de partidos minoritarios y tan tóxicos.

También se podría debatir la posibilidad de ampliar las legislaturas a ocho años, porque igual así podríamos mantener más tiempo las leyes que ordenan nuestras vidas. Es absurdo tener que cambiarlas cada cuatro años, pero más todavía que se redacten y aprueben sin el consenso y respaldo mayoritario.

Para mí no tiene culpa quien las cambia, sino quién las hizo sólo contando con los suyos. Se legisla pensando con el ombligo y no con la cabeza.

Unas legislaturas más largas podrían ofrecernos más seguridad jurídica y más tranquilidad social, aunque en estos momentos no sería una medida que yo aplicaría, porque antes tendríamos que dotar de la suficiente calidad democrática a la política nacional, que hoy por hoy, ni de lejos llega a los mínimos exigibles. Han llegado a ministros personajes propios de un sainete fallero.

Nos vienen unos meses con tres procesos electorales, dos autonómicos y un europeo, que pudiera ser nos llevaran a un cuarto nacional. Ojalá sirvan para dotar de sensatez, honestidad y buenos dirigentes a nuestras instituciones.

Ninguna de las medidas que propongo debatir se podrán aplicar, por supuesto, y falta ver si alguna sería una solución, pero habría que plantarse, porque creo que no nos merecemos tantos sinvergüenzas y vividores de nuestro esfuerzo.