“El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas; el inmigrante mira hacia el futuro, dispuesto a aprovechar las oportunidades”. (Isabel Allende).

En mi opinión, la única forma de que el sistema de pensiones español sea sostenible en el futuro pasa por favorecer la inmigración de jóvenes mínimamente cualificados. Si además queremos velar por la cohesión, parece lógico incentivar la inmigración latinoamericana.

Habrá quien piense que no se puede discriminar la inmigración por origen, pero, de hecho, ya se hace: sólo los nacionales de países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial y Portugal pueden adquirir la nacionalidad española tras solamente dos años de residencia legal en nuestro país. Además, siempre ha habido acuerdos selectivos para atraer trabajadores de algunos países. Se trata de ahondar en esta cuestión y verdaderamente atraer talento joven con mucho más ahínco.

Luego está la cuestión humanitaria. Por ejemplo, personalmente, me alegro muchísimo de que España haya contribuido fuertemente a acoger a nuestros hermanos venezolanos en el éxodo irremediable que han acometido.

Para mí, hay dos requisitos indispensables que debe cumplir todo inmigrante: civismo y trabajo. Es sencillo de comprender: ningún país quiere delincuentes ni cargas para el Estado de personas con capacidad para trabajar.

Me ha generado mucha curiosidad un reciente informe del Ministerio de Finanzas de Dinamarca, máxime cuando el Gobierno de ese país es socialdemócrata. El informe es tan demoledor que el propio The Economist se ha hecho eco de él publicando este gráfico:

En Dinamarca y en todos los países nórdicos, se incentiva mucho la natalidad pagando el Estado una mensualidad por cada hijo hasta determinada edad. Por lo tanto, el análisis por tramos de edad de la contribución neta (impuestos pagados menos subsidios percibidos) de la población dibuja siempre una campana: saldos negativos en los extremos (niños y ancianos) y saldo positivo en la edad de trabajar. Pero ¿realmente es así?

El Gobierno socialista del país escandinavo ha publicado este controvertido estudio (cuyos críticos han catalogado de racista) distinguiendo:

- Nativos daneses.

- Inmigrantes occidentales (y descendientes, aunque hayan nacido en Dinamarca).

- Inmigrantes MENAPT: Oriente Medio, Norte de África, Pakistán y Turquía (y descendientes, aunque hayan nacido en Dinamarca).

- Otros inmigrantes no occidentales (y descendientes, aunque hayan nacido en Dinamarca).

Impactantemente, los musulmanes no contribuyen en términos netos en ningún tramo de edad. Representan el 50% de los no occidentales, pero el 77% del drenaje. Interpreto desde el desconocimiento que podría deberse en parte a que, en muchos países islámicos, las mujeres no pueden trabajar.

Veamos ahora dos gráficos del informe traducidos al inglés por Inquisitive Bird. El primero de ellos muestra las contribuciones netas reales y estandarizadas por edad de los inmigrantes y sus descendientes (es decir, inmigrantes de segunda generación). En los cálculos estandarizados por edad, los inmigrantes occidentales y sus descendientes proporcionan una contribución neta ligeramente positiva, mientras que, para MENAPT y otros países no occidentales, el efecto neto es negativo:

Por último, el informe también proporciona la contribución financiera neta media de los inmigrantes por naciones de origen. La lista incluye todos los países de procedencia con al menos 5000 personas asentadas. Los que más aportan son Reino Unido, Francia y Países Bajos. Los que más drenan: Somalia, Siria y Líbano. Sin embargo, estos cálculos no están estandarizados por edad:

Salvador Pániker, de padre indio y madre catalana, manifestó: "No me gustan las fronteras, soy defensor de leyes abiertas, pero no comparto una política suicida de inmigración. Hay una solución que sería invertir en los países de origen, subdesarrollados".