Cúpula del hall de entrada de los baños Széchenyi, en Budapest (Hungría), con la imagen de Faetón, hijo de Helios, conduciendo el carro solar de su padre.

Cúpula del hall de entrada de los baños Széchenyi, en Budapest (Hungría), con la imagen de Faetón, hijo de Helios, conduciendo el carro solar de su padre.

Historia

Helios, venturas y desventuras del dios Sol

El dios del sol no era para los antiguos una divinidad del calor veraniego, sino mucho más. Era ante todo el dios de la luz, un bello astro fogoso que cruzaba los cielos y que daba vida en todas las estaciones del año.

7 agosto, 2023 01:36

"Ver la luz del sol" era sinónimo de "vivir", del mismo modo que la mejor marca del mundo de los muertos, el Hades, es que allí no penetra nunca el fulgor del sol.

En la mitología helénica Helios era hijo de una pareja de dioses del mundo primigenio, es decir, de una pareja de los arcaicos Titanes. Tal como lo era el señor de los cielos, el poderoso y olímpico Zeus. Helios era hermano de la diosa de la luna, Selene, que fue también su esposa, y de Eos, la Aurora.

Lo cuenta muy bien Hesíodo (Teogonía,371 y ss): "Tía, entregada al amor de Hiperión, dio a luz al elevado Helios, a la brillante Selene, y a Eos; y Helios alumbra a todos los seres de la tierra y los inmortales dioses del Olimpo".

Más adelante, en el mismo poema (Teogonía, 950 y ss.) Hesíodo menciona a los hijos de Helios: "Con el incansable Helios, la ilustre Oceánide Perseis tuvo a Circe y al rey Eetes. Eetes, hijo de Helios que ilumina a los mortales, se casó con una hija de Océano, río perfecto, por decisión de los dioses, con Idía de hermosas mejillas. Ésta dio a luz a Medea de bellos tobillos, sometida a su amor por mediación de la áurea Afrodita".

Convertido en soberano del Olimpo, tras echar del trono a su padre Crono y someter a los Titanes, Zeus ordenó el mundo y colocó en él a sus divinos hermanos y primos. A Helios le asignó un importante trabajo cotidiano. Lo cuenta bien un poeta lírico antiguo, Mimnermo de Colofón: "Helios, pues, consiguió su tarea para todos los días,/ y jamás se le ofrece descanso ninguno, ni a él mismo/ ni a sus caballos, en cuanto la Aurora de rosáceos dedos/ abandona el Océano y asciende a los cielos./ A él sobre el mar lo transporta su lecho encantado,/ cóncavo, moldeado por las manos de Hefesto,/ de oro precioso, provisto de alas, sobre las ondas del agua./ Durmiendo plácidamente viaja desde el País de las Hespérides/ a la región de los Etíopes, donde su raudo carro y sus corceles/ le aguardan, en tanto aparece la Aurora nacida en el alba".

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Es muy interesante ese "viaje nocturno" de Helios en un "lecho encantado" desde Occidente (el país de las Hespérides) a Oriente, que le permite volver cada día a salir de nuevo en la aurora siempre por Oriente. Mientras sus caballos descansan en los bordes de Océano, Helios viaja en camino de vuelta, en su cama o en una especie de cómoda copa mágica, como se ve en algún dibujo. Los griegos no sabían aún que se podría viajar dando la vuelta por abajo a la tierra, ya que desconocían su forma esférica.

De los lances del titánico Helios no hay mucho que contar. Solo un episodio un tanto trágico que protagoniza su hijo Faetón. Joven audaz y demasiado ambicioso, Faetón solicitó vivamente a su padre que le dejara conducir un día por los cielos su cuadriga fogosa, y Helios se lo permitió. Pero el muchacho fue incapaz de dominar las riendas y marcar el rumbo de los fogosos corceles, que se desbocaron y amenazaron con estrellarse en la bóveda del cielo y luego se precipitaron contra la tierra arrasando con su fuego montañas y llanos. Intervino Zeus para corregir la catástrofe, y con un rayo fulminó al carro y al torpe auriga. De modo que el atrevido Faetón se precipitó como una bola de fuego en los márgenes del Erídano.

Como otros dioses primigenios, Helios quedó luego suplantado por un Olímpico más poderoso, el luminoso Apolo

A las riberas del río acudieron luego las hermanas del joven, las Helíades, tan inconsolables en sus llantos que los dioses las convirtieron en álamos o sauces llorones, con una metamorfosis muy poética.

Los poderes de Helios sobre el mundo parecen bastante limitados. Pero desde lo alto podía verlo todo y así tiene la facultad de informar a los dioses de algunos sucesos o encuentros secretos. Por ejemplo, él pudo contarle a la diosa Deméter el rapto de su hija Perséfone por el dios infernal Hades, cuando el dios de los infiernos surgió de lo profundo para llevarse a la bella joven a su mundo. Ya en otra ocasión pudo informar al dios Hefesto de los amores de su esposa, Afrodita, con el bello y seductor Ares, como nos recuerda la famosa escena en La fragua de Vulcano de Velázquez.

Por otra parte, el dios tenía un buen rebaño de estupendas vacas blancas en una isla mediterránea, por donde pasaron los hambrientos marineros de Odiseo y se comieron algunas, por lo que Helios fue luego a quejarse a Zeus, que castigaría a los sacrílegos y famélicos navegantes con una pronta muerte. Odiseo escapó porque no participó de la matanza. Pero es curioso que el dios solar no actúe por su cuenta, sino que acuda a quejarse ante el todopoderoso y justiciero monarca del Olimpo.

Como otros dioses primigenios, Helios quedó luego suplantado por un Olímpico más poderoso, el luminoso Apolo, apodado Febo –Phoíbos, "el brillante"–, juvenil dios del sol y la luz. El luminoso Apolo suplanta a Helios, del mismo modo que su hermana Ártemis queda ascendida a diosa lunar, en lugar de la antigua Selene. Así en el período más clásico de la mitología griega, los dos dioses hijos de Leto van quedando eclipsados por los dos dioses más jóvenes y bellos olímpicos: Apolo y Diana. Parece que el testimonio más antiguo de Apolo como dios sol está en un texto de una tragedia de Eurípides titulada precisamente Faetón, ya en el siglo V a.C.

Por otra parte, al repartir Zeus las tierras entre los varios dioses, como atendía sobre todo a sus hijos olímpicos, dejó muy marginado a Helios, quien a petición propia vino a contentarse tan solo con una bella isla, Rodas. En esa isla tuvo especial culto desde época arcaica y en su puerto se levantaría luego la imponente estatua del Coloso dedicada a él.

Otras culturas, otros ámbitos

Huitzilopochtli. Códice Telleriano-Remensis

Huitzilopochtli. Códice Telleriano-Remensis

El Sol fue venerado como un dios por civilizaciones como la egipcia, la mesopotámica, la mexica, la incaica, la china o la japonesa. En Egipto se asoció
su poder a muchos dioses, como Horus, Ra, Uadyet, Sejmet, Hathor, Nut, Isis, Bat y Menhit. A partir de la quinta dinastía, los dioses locales se funden con Ra para crear divinidades sincréticas: AtumRa, Min-Ra o Amón-Ra. También los méxicas adoraban a Huitzilopochtli, dios de la guerra y el sol.

Pero el casi jubilado Helios volvió a brillar como un gran dios en una época tardía del mundo antiguo. Su culto llegó, aumentado y renovado de manera asombrosa desde Oriente, en época tardía del Imperio romano. Los emperadores Heliogábalo, Aureliano y Galieno intentaron imponer en el Imperio romano el culto a Helios, titulado Sol Invictus, como divinidad única y suprema. Tenían sus razones políticas, como comentaba Paul Veyne: "El Sol podía ser el dios buscado para todos, el astro indudable y bienhechor, visible hasta ser cegador; era emperador del cielo; no tenía biografía mitológica y no era antropomorfo, y no tenía un nombre propio como los humanos. Era solo el Sol. Sería algo corto no ver en este nuevo dios solo "ideología", un calco celeste de la persona el emperador, un golpe de propaganda política, algo superior a cualquier revelación (y a las supersticiones cristianas)".

La influencia de los cultos y creencias orientales, de Siria y Palmira, en la propaganda del nuevo dios solar para un imperio agitado y confuso tuvo su momento de esplendor, pero no logró perdurar, se apagó pronto. Fue un empeño fogoso, pero impopular y quedó muy derrotado a fondo por el cristianismo. Fue un signo de la confusión religiosa del siglo III d.C.

En fin, y como conclusión, ese Sol invictus, venido del sabio Oriente, tenía, aparte del nombre, muy poco del dios pagano Helios. Nunca el viejo Helios había tenido la pretensión de convertirse en un dios universal, y, sin embargo, ese fue un último chispazo de su prestigio mítico.

Carlos García Gual es filólogo, helenista y miembro de la Real Academia Española.