Ana Martía Matute en su casa. Foto: Antonio Moreno

Ana Martía Matute en su casa. Foto: Antonio Moreno

El Cultural

Ana María Matute: "Mi discurso del Cervantes me tiene muy preocupada"

6 diciembre, 2010 01:00

La voz que me saluda desde el portero automático es la suya, una voz sorprendentemente aniñada. Choca en esta mujer de apariencia frágil y andares vacilantes, sujetados por una muleta. Presumida, no puede negarlo. Luce un peinado perfecto en un blanco impoluto y sus manos, de dedos finos y elegantes, están rematadas por una impecable manicura francesa. Una pulsera de medallas esmaltadas, a la que acaricia durante toda la entrevista, con pendientes y anillo a juego rematan su aderezo. Tiene 85 años y su cuerpo está machacado por la osteoporosis, pero esta mujer es muy joven. Me lo dice su atuendo, un pantalón de franela gris y un jersey tostado de cuello alto y envolvente. Me lo dice también su mirada, curiosa y penetrante. Pero sobre todo me lo dice su conversación. Nos sentamos bajo un bonito retrato suyo firmado por su amigo Rafael Santos Torroella en un salón lleno de las flores que ha recibido por el reciente Premio Cervantes, cuyo discurso le tiene muy preocupada "detesto flagelar a la audiencia", y por libros y más libros, apilados por las esquinas para dejar paso a unos operarios inmersos en la remodelación de este sobreático del Guinardó.

Se reconoce escritora desde siempre porque Ana María Matute (Barcelona, 1925) ya escribía cuentos a los cinco años “y por entonces ya sabía que quería pasar el resto de mi vida haciendo lo mismo. Se los leía a mis hermanos y a las tatas que nos cuidaban. Y por supuesto a mi madre, que además los fue guardando uno por uno. El día que me casé me los entregó en una carpeta y fue una bonita sorpresa. En realidad fue lo único bueno que me ocurrió ese día”, dice sonriendo con ironía. Con esta elegancia pasa de puntillas por el episodio más traumático de su vida, la separación de su primer marido a los nueve años de la boda que le costó perder la tutela de su hijo Juan Pablo, un niño por entonces. Las leyes de la España de la época eran despiadadas para una mujer separada. Eso la sumió en una depresión que la mantuvo entre tinieblas durante años, alejada de la escritura y de la vida, hasta que la justicia le permitió recuperar a su hijo.

“La literatura ha sido desde siempre mi vida entera, con mayúsculas. Mi familia era culta, en casa se leía mucho, pero no eran unos intelectuales ni se movían en ambientes artísticos. Mi padre tenía una fábrica de paraguas -continúa-, pero a mí lo de escribir me ha salido de una manera innata. Nunca me ha supuesto un gran esfuerzo sino que me resulta tremendamente divertido y estimulante. Tampoco me ha costado encontrar temas para mis cuentos y novelas. A veces todo empieza por una frase que te impacta. Eso te remueve y es la semilla de un largo proceso de reflexión y de análisis porque, en mi caso, todo empieza en la mente. Siempre lo tengo todo madurado e interiorizado antes de empezar a escribir y no necesito ni siquiera tomar notas. Solo en el caso de Olvidado Rey Gudú tuve que hacerme un árbol genealógico de los personajes, para no confundirme entre tanta gente”. Publicada en 1996 no puede decir que sea su obra favorita “porque con los libros propios pasa como con los hijos, no puedes escoger, pero sí que ha sido la más ambiciosa y un punto de inflexión en mi carrera. Cuando salió llevaba veinte años sin publicar nada aunque nunca dejé de escribir”. Se trata de una novela ambientada en la Edad Media (“mi época favorita”, añade “porque es una etapa llena de magia y de acontecimientos”) en la que se mezclan elementos de literatura fantástica, de los libros de caballerías y de los cuentos de hadas.

Un gin tonic después de la siesta

Profundamente anárquica, confiesa que lo de madrugar no es lo suyo. Se sienta ante su máquina electrónica hacia las 12 de la mañana y escribe hasta la hora de comer. Luego no perdona la siesta y a las 6:30 vuelta a escribir acompañada de un gin tonic. “Me va la mar de bien. Antes tomaba whisky pero me daba un tono más barroco. El gin tonic es cristalino, estimulante y te da una lucidez bárbara. Luego corrijo a mano y siempre con lápices de distintos colores, para hacerlo más divertido. Corrijo muchísimo porque soy muy obsesiva. Y llega un momento en que tengo que dejarlo porque no pararía nunca de cambiar palabras, frases... luego entregas el libro y te invade un vacío atroz... es como si te quitaran algo muy tuyo que te ha acompañado durante mucho tiempo”.

Ahora, a raíz de este premio que la ha llenado de felicidad “porque los humanos somos así, nos gusta el reconocimiento”, se encuentra abrumada por los medios, concediendo entrevistas a diario “ y después de Navidades, cuando haya recuperado la calma, empezaré mi nueva novela que ya está casi acabada in mente. Perdóname pero no te voy a contar nada de ella -dice riendo-. Nunca lo hago, un poco por superstición y otro poco para no aburrirme antes de empezar. Si me pongo a contar lo que va a ocurrir me canso del tema, es mejor dejarlo así, quietecito en la cabeza”.

Se duerme muy tarde porque las noches están reservadas a la lectura. “Paso horas y horas leyendo. No concibo la vida sin la literatura. Ahora me ha dado por la novela negra, me entretiene muchísimo. De jovencita leí todas las de Agatha Christie y también me gustaba mucho Georges Simenon. Últimamente he leído un par de Alicia Jiménez Bartlett que me han parecido muy buenas y también me gustan las de Donna Leon. Y me compré Millenium, aunque me da una cierta pereza. Descubrí la literatura de verdad en la adolescencia, leyendo a los rusos. Los Hermanos Karamazov, Ana Karenina y Guerra y Paz me impactaron muchísimo. También recuerdo la primera vez que leí Madame Bovary. Me maravilló pensar que aquello estaba escrito por un hombre y no por Emma Bovary. Y luego llegó William Faulkner, el más grande. Luz de agosto me abrió un universo desconocido”.

Se mueve con soltura entre sus dos géneros preferidos, el cuento y la novela. “El primero es pura oportunidad, hay que contar mucho en muy poco lo cual es una hazaña”, aunque ahora su reto más inminente es preparar el discurso que leerá cuando le entreguen el Cervantes, “me tiene muy preocupada, no dejo de darle vueltas. Quiero dar un buen contenido pero en un formato corto, detesto flagelar a la audiencia”.

La dejo sola, con su mundo privado, construyendo una de sus muchas casas de muñecas que de noche se pueblan de gnomos y elfos. “A veces los oigo, entran cuando oscurece a guardar sus cosas y por la mañana veo los estragos de su desorden”. Siempre le han gustado los seres pequeños y mágicos, como los que imaginaba dentro de la radio que tenía su padre. Aquellas voces que salían del aparato procedían de la garganta de unos duendes escondidos entre un amasijo de cables y botones. “La soledad del escritor es muy grande (me dice) pero es una soledad buscada y placentera. Siempre he estado muy sola. Ya desde mi infancia, porque nunca tuve buenas amigas. Las niñas de mi época y de mi clase social eran muy malas y muy ignorantes. Solo tuve una verdadera amistad con mi hermana mayor, que me llevaba dos años. Luego, como adulta, sí he tenido buenísimas amigas pero sobre todo he tenido buenos amigos. De niña ya me encontraba más a gusto con los chicos y participaba siempre de sus juegos. Y de mayor sigo siendo aquella niña, porque los adultos somos en realidad lo que queda de cuando fuimos niños. Aunque hay adultos que nunca fueron niños, y eso se les nota, no se puede disimular”.