“Más Europa”. Como un coro (griego), los políticos españoles diagnostican que ha sido la falta de más unidad, de más solidaridad, y de gasto público europeo, lo que ha provocado que el Brexit triunfara en el Reino Unido. Lo han dicho el popular García-Margallo y el socialista Pedro Sánchez en Onda Cero, y lo ha tuiteado Pablo Iglesias.

Por lo visto, nuestros líderes no conocen a Nigel Farage, ni a los millones que han votado a favor de la salida de la Unión Europea. El UKIP ha conseguido conectar con sentimientos muy profundos de la sociedad británica, algunos de los cuales Margaret Thatcher ya identificó a finales de la década de 1970 y manejó con maestría. Cameron se ha revelado como un aficionado. Y ahora, además de dimitir y asumir el veredicto democrático, propone efectuar en octubre una conferencia del Partido Conservador que debió realizar mucho antes del referéndum para evitar convertir en un drama europeo el deterioro de su electorado.

Hay en este voto del Brexit un rechazo al intervencionismo de la Comisión Europea y del Europarlamento, a su manía por regular el tamaño de las vinagreras y a meterse en la vida de las gentes. Hay un rechazo a la creación de una superburocracia europea, contra la que las críticas de Boris Johnson -muchos años corresponsal en Bruselas- han sido particularmente eficaces. Y hay un rechazo a la mutualización de riesgos y de políticas, como la de aceptación de refugiados, que ha despertado una oleada de xenofobia impropia en un país que colonizó el planeta.

-¿Y si hemos hecho demasiada Europa?- le preguntó Carlos Alsina desde Londres a García-Margallo.

- Eso no lo es- contestó el ministro, cerrándose en banda. A continuación entró en contradicción consigo mismo al afirmar que dos factores -la política de inmigración y la recuperación de competencias- han sido claves para que el Brexit triunfara.

La propuesta de “más Europa”, que parece asentarse en la teoría de los actos reflejos más que en otra cosa, puede agravar las cosas. Primero, porque supone saltar en el sentido contrario a como lo ha hecho el Reino Unido y eso teñirá el proceso de desvinculación con una rivalidad futbolística que puede llevar a cometer múltiples errores y, sobre todo, a dañar las economías al avivar el proteccionismo al que Europa es tan propensa. O sea, nos alejamos aún más, abrimos más la brecha con el Reino Unido.

En segundo lugar, una estrategia de “más Europa” puede dar alas a los euroescépticos de Francia, de Holanda y de Alemania provocando una reacción más fuerte e indeseada.

Y en tercer lugar, porque las lealtades perrunas, por mucho que la Unión Europea sea el proyecto de civilización más admirable de nuestro tiempo, son pésimas consejeras y junto con las prisas abonan el terreno para múltiples errores.