Alexander Shulgin (1925 - 2014) nació en Berkeley, California. Cuando acabó el bachillerato, empezó a estudiar Química en la Universidad de Harvard, pero abandonó los estudios para alistarse en el ejército naval durante la Segunda Guerra Mundial. Los retomó tras el conflicto en su localidad natal, mucho antes de que ésta se hiciera famosa como cuna del movimiento hippy, y en su conocida universidad se doctoró en Bioquímica, formación que completó con cursos postdoctorales en la vecina San Francisco, esta vez en Psiquiatría y Farmacología.
Posteriormente, entró a trabajar como científico en la empresa Dow Chemical Company, donde desarrolló el primer pesticida biodegradable, Zectram, cuya patente proporcionó a la compañía sustanciosos beneficios y a él una inesperada libertad, ya que sus jefes le dieron vía libre para diseñar sus propias áreas de investigación, según se recuerda en la web del instituto de investigación que lleva su nombre.
Las drogas no se sintetizan porque haya químicos malévolos
Pero Shulgin no ha pasado a la historia como un benefactor de la ecología sostenible, sino por algo mucho más polémico, al menos a ojos del público general. El investigador de origen ruso dedicó toda su vida a abogar por el estudio tanto farmacológico como terapéutico de las llamadas drogas psicodélicas, muchas de las cuales sintetizó en su laboratorio cuando aún no estaban prohibidas.
"No se sintetizan porque haya químicos malévolos intentando inundar el mercado de drogas que dañen los cerebros de los jóvenes, sino porque se cree que estas sustancias pueden tener interés para avanzar en el conocimiento de las relaciones cerebro-mente", explica a EL ESPAÑOL José Carlos Bouso, psicólogo y doctor en Farmacología en la Fundación ICEERS, una entidad que, entre otros objetivos, promueve la investigación científica con sustancias clasificadas como ilegales.
Investigación minoritaria
Es algo que se lleva a cabo en pocos centros del mundo, entre otras razones por las numerosas trabas legales que existen para ello. El jefe del Servicio de Farmacología Clínica del Hospital Universitari Germans Trias i Pujol (HUGTiP), Magí Farré, es uno de los investigadores que se han animado a ello.
Recientemente, publicó en la revista BioMed Research International el estudio Efectos agudos de la droga psicoativa 2C-B en las emociones. En el trabajo, se evaluaba la capacidad de regular este parámetro de una droga que, lejos de encontrarse en las farmacias, se puede ver en las pistas de las discotecas: el 2C-B, también conocido como Nexus, vivió sus días de gloria en el auge de la ruta del bakalao y se suele ver como un sustituto del éxtasis o MDMA, a pesar de que sus efectos difieren bastante.
2C-B fue una de las drogas sintentizadas en su laboratorio por Alexander Shulgin (en 1974) y una de las que, según explica Bouso, el bioquímico de origen ruso distribuyó entre su grupo de colaboradores, entre los que estaba el conocido psiquiatra Claudio Naranjo. "Estos médicos se dieron cuenta de que tenía interés como coadyuvante en la psicoterapia, que permitía acceder a experiencias internas de una manera pacífica y manejable", subraya el investigador de la Fundación ICEERS. Tras la prohibición de las drogas, la investigación paró casi por completo. Hasta hace relativamente poco.
"Desde hace algunos años hay un interés en el uso terapéutico de algunas drogas recreativas; se ha evaluado el MDMA, también la psilocibina, la ayahuasca... Previamente se necesitan ensayos para conocer sus propiedades farmacológicas en humanos, como sus efectos y concentraciones en sangre y otros fluidos", relata a este diario Farré, que resalta que no había ningún trabajo de este tipo sobre el 2C-B, que fue lo que les llevó a plantearlo.
Un camino plagado de obstáculos
No se trató de un camino fácil. El primer paso fue conseguir la financiación. "Pedí una ayuda al Plan Nacional sobre Drogas para estudiar la farmacología del 2C-B y su comparación con la del MDMA: primero hicimos unas encuestas sobre consumo y después evaluamos los efectos subjetivos", comenta.
Pero, para ello, había que conseguir la sustancia. "No encontramos proveedores comerciales que la quisieran vender, ya que la producen para animales y especifican que no es para uso humano", señala el investigador catalán, que hubo de recurrir "como cuando se investiga con el MDMA" a decomisos en los juzgados a través del Instituto Nacional de Toxicología.
Sin embargo, recuerda Farré, tuvieron la "mala suerte" de no poder conseguir la sustancia "con la pureza y cantidad requerida". "Cuando el estado español nos dio el 2C-B en decomiso, que es la única forma de conseguirlo, tenía una pureza baja, por lo que no pudimos hacer el experimento", relata.
El estudio tal y como estaba planteado se tuvo que anular y se llevó a cabo de otra manera, distinta a la deseada por los autores. "Escogimos a personas que consumían voluntariamente 2C-B, quienes adquirieron la droga por su cuenta y la analizaron en la ONG Energy Control [entidad que evalúa la pureza de los estupefacientes]. Prepararon unas dosis y se las tomaron por su cuenta y nosotros les facilitamos unos cuestionarios y unas pruebas de ordenador", explica Farré.
En la más estricta legalidad
El investigador subraya la legalidad de su estudio, financiado totalmente con dinero público, pero reconoce que "alguien lo puede ver" como un llamamiento al consumo de sustancias ilegales. No es así. "Todo lo que hacemos sigue un protocolo y está aprobado por comités éticos", afirma y aclara que, de haber conseguido una droga con la suficiente pureza, hubiera preferido hacer la investigación en el entorno de su laboratorio.
El trabajo se llevó a cabo y los investigadores concluyeron que Nexus era un agente entactógeno. "Es una sustancia que te permite interiorizar tu ser, hacer reflexiones y podría tener este efecto terapéutico. Es distinto que el empatógeno, que te permite interiorizar y empatizar con los demás; es el efecto del MDMA", recalca Ferré, que no concluye, tras su estudio, que Nexus pueda usarse en la consulta del médico, algo que ve "más claro" con el MDMA.
En cualquier caso, este investigador destaca que ésa no es su principal finalidad. "Con este estudio y otros similares con éxtasis buscamos conocer la farmacología y los efectos y no si sirve para una aplicación terapéutica, algo que buscan organizaciones como la Fundación ICEERS o la organización internacional MAPS", concluye Ferré.
El exjefe del Servicio de Toxicología del Instituto Nacional de Toxicología, José Cabrera, resume para EL ESPAÑOL la dificultad de llevar a cabo estudios como el de Ferré: "Se requiere elaborar una memoria justificativa de la investigación y su necesidad, que ha de dirigirse a la Agencia Española del Medicamento; si ésta le da el visto bueno, se ha de solicitar la sustancia tras el visto bueno de la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas [que tiene una comisión técnica ad hoc] y, si todo es correcto, hay que solicitar del juez instructor que lleva un decomiso determinado que del mismo se extraiga la cantidad solicitada".
"La utilización de drogas ilícitas para investigación es algo muy complejo y restrictivo", reconoce Cabrera.
Los requisitos legales
Si es complejo analizar los efectos farmacológicos de una droga, aún lo es más estudiar su efecto terapéutico en pacientes, según denuncia Bouso. Para ello no se pueden utilizar drogas de decomisos, sino que hay que tirar de las sintetizadas en laboratorios autorizados para ello.
"Desde que cambió la ley europea en 2006, cualquier droga que se estudie tiene que fabricarse de acuerdo a las Buenas Normas de Manufactura (GMP, por sus siglas en inglés); esto implica que un gramo de MDMA puede costar 3.000 euros, frente a los 50 que cuesta en la calle", resalta Bouso. "Tan sólo el encapsulado de producto para 20 pacientes cuesta 9.000 euros".
El científico señala que esto es un requisito innecesario en EEUU y Canadá "donde se lleva a cabo la mayoría la investigación". Apunta también a que la medida ha impedido el desarrollo de nuevos tratamientos farmacológicos que no vengan promovidos por la industria farmacéutica. "Se han cargado la investigación independiente, esto es lo verdaderamente denunciable", resalta.
Una tendencia creciente
Bouso no está solo en esta causa. En enero de 2015, la revista PLoS Biology recogía en sus páginas las reflexiones de David Nutt, del Imperial College de Londres, en un artículo con un esclarecedor título: Las leyes sobre las drogas ilegales: clarificando un obstáculo a la investigación de 50 años.
Meses después, la revista BMJ hacía lo propio con el reputado psiquiatra del King's College James Rucker, que directamente pedía una "reclasificación legal" de las drogas psicodélicas para que los investigadores puedan investigar su potencial terapéutico.
En EEUU, las cosas son más fáciles y la investigación con drogas ilegales y pacientes está mucho más avanzada. La organización MAPS, con la que colaboran diversos científicos y el propio Bouso, pide directamente que el MDMA se convierta en un fármaco con receta, lo que espera lograr para 2021. "Hay algo de negocio en el tema", reflexiona Ferré.
Posibles indicaciones
Los estudios más avanzados se refieren a dos problemas de difícil solución: la superación del trastorno por estrés post traumático (PTSD, por sus siglas en inglés) y la aceptación de la propia muerte en pacientes terminales de cáncer.
"Ahora que tenemos tan recientes los atentados de París, es bueno recordar que no hay fármacos para el tratamiento del PTSD; sólo funciona la psicoterapia, pero tiene unos altísimos índices de abandono, porque la persona tiene que volver a narrarle al terapeuta el suceso y revivirlo. El MDMA [principio activo del éxtasis] permite que estos pacientes, en un estado de ausencia de miedo, puedan recordar y enfrentarse a lo que ocurrió para que el control de las cosas que le pasan y sus emociones deje de estar fuera y pase a estar dentro de ellos", destaca Bouso.
Quizás esto pueda ser fácil de visualizar pero ¿dar una pirula a alguien diagnosticado con un cáncer terminal? El psiquiatra Phil Wolfson, que investigó con éxtasis cuando aún no estaba prohibido, ha retomado sus trabajos en un estudio con 18 pacientes diagnosticados con enfermedades terminales. Se trata de experimentos preliminares, que evaluarán el impacto de dosis controladas de la droga en la ansiedad, la depresión y la calidad del sueño, entre otros parámetros.
"Podría permitir reducir el miedo a las emociones y reconciliarse con uno mismo de cara a afrontar sus últimos meses", destaca Bouso, que comenta que en España no hay en marcha ninguna investigación de este tipo.
"Cuando hablamos de un estado de conciencia diferente, siempre nos viene a la cabeza una situación en la que uno pierde el control, pero es justo todo lo contrario; hay mucho más control sobre lo que le pasa a uno, por eso se es más capaz de trabajar sobre ello y existe ese componente terapéutico", explica el investigador.
Siempre con control
Bouso quiere dejar claro que "no se trata de dar una pildorita a alguien y que se le pasen todos los males", sino de un tratamiento "en un contexto de psicoterapia" y con la participación de profesionales.
Pero, como recuerda en su artículo Rucker, no parece algo fácil que la situación vaya a cambiar. La prohibición legal de algunos psicotrópicos es un requisito para ser miembro de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), lo que hace difícil que escapen a las restricciones.
Como suele ocurrir en investigación, sólo el tiempo podrá decir si la investigación con estas drogas quedará como un reducto para idealistas o se convertirá en el estándar de tratamiento de algunas dolencias. Lo que está claro es que hay gente dispuesta a intentarlo.