Hardware

Terminator, mas cerca que nunca con un nuevo metal líquido para los gadgets del futuro

11 julio, 2013 19:01

Que si plástico, que si cristal, que si acero o aluminio en una pequeña parte. Estos son, hasta ahora los materiales que predominan en nuestros gadgets tales como móviles, reproductores, etc. pero puede que esto haya llegado a su fin. Gracias a investigadores de la Universidad de Carolina del Norte, en EEUU, que han ideado una nueva técnica que permite que las impresoras 3D puedan crear y producir objetos utilizando metal líquido con la ventaja de que una vez seco se mantiene flexible aumentando su resistencia contra los golpes.

Este metal líquido está compuesto por la alineación de dos metales no tóxicos como son el Galio y el Indio que son capaces de alcanzar facilmente un estado líquido manteniéndose así incluso en temperatura ambiente por lo que garantiza que su mantenimiento en ese estado no sea caro ni se precise de equipación especial para su conservación. Solo cambia a un estado sólido una vez entren en contacto con el aire. Cuando esto ocurre, aunque su exterior se solidifica, su interior sigue siendo líquido manteniendo un cuerpo flexible.

Esta nueva fórmula amplia el abanico de posibilidades de utilizar otros materiales para la creación de productos, desde dispositivos como cables u otro tipo de objetos.

El investigador principal comentó una entrevista en la revista New Scientist que está en marcha el estudio para poder combinar este nuevo material con otros como por ejemplo el caucho que permita que las estructuras puedan ser estiradas o deformadas. Pero existe un gran contra que puede evitar que esto se convierta en un hábito o sea a corto plazo para sustituir a otros tipos de materiales y es que el uso del metal líquido para la construcción de productos y materiales es hasta 100 veces más caros que el uso de plásticos que es lo que predomina en la actualidad.

Los investigadores han hecho un vídeo para poder mostrar esta nueva técnica utilizando metal líquido en impresoras 3D:

Fuente: New Scientist