Manuela Velasco: “Quise ser madre y no pude. Llegué a odiar mi cuerpo”
La actriz, ganadora de un premio Goya, estrena la serie ‘La Agencia’ en Telecinco el próximo miércoles, día 10 de septiembre.
Por las venas de Manuela Velasco (Madrid, 1975) corre a toda velocidad la sangre del oficio y la luz de los escenarios de los teatros con más solera. Sobrina de la inolvidable Concha Velasco, heredó de ella la pasión por la interpretación y la honestidad con el público, además de esa manera de lanzarse de pecho, sin red, que convierte a la actuación en un acto de verdad.
Su primer gran momento -y qué momento- le llegó a la temprana edad de diez años: debutó de la mano de Almodóvar en La ley del deseo (1987). Y aunque el destino la llevó después a recorrer otros caminos —series de éxito, cine de género, teatro clásico, un premio Goya—, Manuela nunca ha dejado de soñar con volver al colorido universo de Pedro.
“Fui ‘niña Almodóvar’, pero me encantaría ser ‘mujer Almodóvar’”, confiesa a Magas, con brillo en los ojos y apretando los labios, como quien prefiere no soplar la vela de su tarta de cumpleaños para que el deseo no vuele demasiado lejos.
Al filo de cumplir la simbólica y espléndida cifra de 50; su sino le ha puesto pruebas, quizá la más dura la de la maternidad no cumplida. Un anhelo profundo que provocó dolor, herida y aprendizaje.
Manuela habla de ello sin dramatismos, con la serenidad de quien ha transitado una suerte de duelo y ha descubierto otros modos de amor, otros sentidos para vivir. “Hice locuras por intentar ser madre, pero la vida merece la pena también sin hijos”, dice, tajante.
El próximo miércoles, 10 de septiembre, estrena la serie La Agencia, en Telecinco, y sigue mirando al futuro con ilusión y curiosidad como actriz, como mujer y como una artista en constante crecimiento que no deja de buscar nuevas formas de conocerse y de transmitir. Su existencia, como su carrera, es una obra abierta, llena de páginas en blanco aún por escribir.
Cuando supe que la iba a entrevistar, me puse otra vez La ley del deseo. Siempre es una sorpresa verla actuar siendo una niña.
Mi padre me lo dijo el otro día, que también la vio: “Me he quedado alucinado con lo bien que actuabas”. La rodamos en el verano del 86, yo todavía no había cumplido los 11, así que tenía diez años.
¿Qué recuerdan los ojos de aquella niña del rodaje y de la convivencia con actores tan increíbles como Carmen Maura, Antonio Banderas o Eusebio Poncela?
Lo recuerdo todo: desde el casting hasta los ensayos. Recuerdo especialmente una sensación que me gustaría recuperar ahora de adulta: la certeza absoluta de que me iban a llamar para hacer la película. Yo estaba en mi casa y lo tenía clarísimo, y además mis padres ni siquiera sabían que había hecho el casting porque me llevó una tía mía, de extranjis.
¿Su tía Concha?
No, no, la hermana de mi madre. Ella tenía una agencia de publicidad y yo había hecho algunos anuncios. Mi tía pensó que yo tenía mucha gracia y me llevó.
¿Qué fue lo que más le fascinó de Pedro Almodóvar?
Lo que más me impactó fue todo su universo visual: el vestuario, los colores, los objetos… Yo llevaba un corpiño rojo con aros y unas gafas rojas que aún conservo en casa. Pedro y [José María de] Cossío, el figurinista, vinieron a mi casa y muchas prendas de la película salieron del armario de mi madre, que era modelo y se traía ropa de Estados Unidos.
Pero lo más impactante fue cuando llegamos al teatro para rodar la escena de Ne me quitte pas. A Pedro no le gustó nada la escenografía. Se enfadó, se angustió y pidió que trajeran un hacha para que Carmen Maura la destruyera. Aquello se convirtió en algo absolutamente genial: cómo ella hace el monólogo de Cocteau destrozando el teatro.
Pedro tiene claro lo que no funciona, y de lo que no funciona consigue hacer arte. Yo quedaba mucho con él por las tardes para ensayar con un espejo. Él cantaba conmigo, hacía los gestos que quería que yo hiciera… fue muy emocionante.
Llama la atención cómo Pedro, ya entonces, dio un papel de mujer transexual a Carmen Maura mientras que a Bibiana Fernández, que en realidad es una mujer trans, le dio el rol de una mujer cis. ¿No le resulta curioso que sucediera esto hace 40 años, cuando ahora las mujeres trans reclaman tanto, y con razón, su lugar en el cine?
Es que Pedro siempre ha entendido el pulso de los tiempos. Ahora es una figura reconocida y respetada en todo el mundo, pero él se planta y le dice a Trump lo que le tiene que decir. En el cine, lo mismo: ponía en la pantalla lo que había que mostrar.
Ahora estamos acostumbrados a La ley del deseo, pero en aquel momento era fortísimo ver una historia de amor entre dos hombres, con escenas de sexo rodadas con ternura. Pedro lo hizo y abrió camino.
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¿Desde cuándo supo que quería ser actriz?
Yo nací en una familia donde todo estaba relacionado con este mundo: mi tía era actriz; mi padre, cámara de cine; mi madre, modelo. Desde pequeña estuve en rodajes, en pasarelas... Pero lo que más me fascinaba era el teatro, sobre todo estar entre cajas, en los camerinos, en los ensayos, lo que sucede detrás. Para mí la magia sucedía ahí, no tanto en el espectáculo terminado. Me daba hasta un poco de rabia ver los espectáculos terminados.
¿Nunca se ha planteado dirigir o escribir?
No, cero. Lo admiro muchísimo en compañeras como Ana Rujas o Leticia Dolera, que tienen esa necesidad y ese talento. Pero yo tengo claro que no me da para más (ríe). Yo soy intérprete... ese es mi oficio.
A veces he pensado “debería ser más artista”, pero no: mi manera de expresarme es siendo canal, transformando mi cuerpo y mi emoción. Lo de escribir y dirigir me parece dificilísimo.
Menciona a su tía, Concha Velasco. ¿Qué aprendió de ella?
En lo personal, todo orbitaba a su alrededor. El “Mamá, quiero ser artista. ¡Oh, mamá! Ser protagonista”, era así dentro y fuera (ríe). Esa era ella. Era muy graciosa, inventaba historias, prefería sacrificar la realidad en favor de una buena anécdota.
Digamos que estaba a favor de la fantasía y que la verdad no le iba a impedir contar una buena historia.
Modificaba hechos que todos habíamos vivido y sabíamos que no eran verdad, pero en la familia éramos cómplices y después decíamos que era Antoñita la Fantástica (ríe). Mi tía Concha tenía una luz y una capacidad de atracción increíbles. Era un imán, era maravillosa.
¿Y en lo profesional?
Yo estoy muy agradecida de haber podido vivir, gracias a ella, este oficio desde dentro, con sus luces y sus sombras. Porque esta profesión tiene muchas sombras: gente con vocación que nunca consigue la oportunidad, otros que se quedan por el camino, los altibajos, la frustración, el miedo a que no te vuelvan a llamar o a no poder pagar el alquiler.
Es la realidad de ser autónomo, ¿no? Un mes se gana 4.000 y otro mes se gana cero.
¿Otro mes? O un año o dos ganando cero. Y otra cosa: no voy a decir que ser mujer sea peor, pero… creo que sí. Sigue pareciendo que los hombres, a medida que cumplen años, son más atractivos. Cuentan más.
Las mujeres tenemos la esclavitud y la crueldad de la imagen y del envejecer. Hay veces que ves a equipos enteros que se plantean si tú tienes una arruga o una ojera, y de los hombres que tengo al lado... De ellos, solo se hablan de su actuación.
“Fui ‘niña Almodóvar’ con diez años, pero ahora me encantaría ser ‘mujer Almodóvar’”- Manuela Velasco
Su nueva serie
Hablemos de La Agencia, su nueva serie en Telecinco.
Estoy feliz. Es una adaptación de la serie francesa Dix pour cent (Call my agent!), sobre representantes de actores. Hice pruebas para todos los personajes femeninos, menos para el mío. En esta profesión hay muchos noes y pocos síes. A mí me hace mucha gracia cuando me preguntan: “¿Cómo eliges los trabajos?”. Cariño, por favor… (ríe). Bueno, al final me cogieron y fue un regalo.
¿Qué puede contarme de su personaje?
Interpreto a una mujer de mi edad, en torno a los 50, casada con el personaje de Javier Gutiérrez. Es un matrimonio largo que no ha podido tener hijos y que ha pasado por la fecundación in vitro, algo que ha desgastado mucho la relación. Eso me ha parecido interesantísimo de contar, porque es real y muchas mujeres se van a sentir representadas.
Si es una serie sobre una agencia de representación de actores es inevitable pensar en Paquita Salas. ¿Hay algún punto en común?
Sí, claro que la recuerdas, y yo soy fan, pero son escrituras diferentes. Los guiones de La Agencia no tienen nada que ver con los de los Javis.
Traje de Pedro del Hierro, pendientes de Aristocrazy y tacones de Mango
Teatro clásico: Amor místico
Manuela Velasco no sólo está a punto de estrenar una serie, sino que ha estado este verano girando por España con Amor místico, una obra de teatro que mezcla música y poesía. Desde el escenario declama a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Este proyecto la embriaga y la llena tanto que durante un tiempo llegó a afirmar que sólo quería hacer poesía mística el resto de su carrera.
Me contaba que en Almagro vivió una función muy especial, incluso con un huracán de por medio. ¿Qué ocurrió exactamente?
Fue increíble. Había un huracán de verdad, el viento se llevaba las partituras de los músicos. Un periodista publicó una frase que me gustaría leerte: “Manuela Velasco, con preciosa hondura, recitó Vivo sin vivir en mí, de Santa Teresa”. Y añadió una frase preciosa: “Hasta el viento se calmó”.
¿Cómo llegó a unir poesía y música en ese proyecto?
No fue idea mía, me buscaron. La Fundación Juan March organizó un ciclo de conciertos titulado Un año de amor. Y dentro de ese ciclo, está Amor místico, que se acompaña de música barroca. Ellos tocan con instrumentos originales de la época, con una documentación impresionante en bibliotecas, en pinturas… Yo acompaño a la música sacra con textos de San Juan de la Cruz y Santa Teresa.
¿No le dio vértigo aceptar un proyecto así?
Sí, porque para mí lo más elevado en cuanto a palabras es la poesía, y todavía más elevado que la poesía es la mística. Me preguntaba: “¿Cómo me atrevo yo...?”. Pero descubrí que hay algo en la poesía mística que, si la lees en voz alta, te conecta con algo muy íntimo. Es humilde, sencilla y profunda. Durante un tiempo llegué a decir: “Ahora no quiero hacer nada más que poesía mística” (ríe). Me daba paz, esperanza, una conexión inexplicable.
Pasemos ahora a Carmen Conde, a la que también ha interpretado en el teatro. Es la primera académica de la RAE y pronunció un discurso feminista y revolucionario en 1979. ¿Qué descubrió de ella y qué paralelismos ve con la situación actual?
Lo primero fue una bofetada: yo no sabía nada de Carmen Conde. Ni de ella ni de tantas otras mujeres. ¿Qué pasó con estas mujeres durante la Guerra Civil? Muchas quedaron silenciadas, enterradas.
Algunas tuvieron que negar su propia vida anterior para sobrevivir, porque en la “Nueva España” solo podían ser madres y amas de casa. Recordar lo que habían sido les dolía tanto que lo borraron. Y es dolorosísimo que hijos y nietos descubran décadas después que su madre o su abuela había sido una artista que se codeaba con Lorca o con Dalí.
¿Le da miedo un retroceso en derechos sociales y de las mujeres?
Es que aún falta mucho por hacer. Y cuando escucho a quienes critican que ahora se prime a las mujeres en algunas convocatorias de guiones o subvenciones, me parece importante aclarar algo: sí, creo en la meritocracia, pero también creo que hay siglos de desigualdad que reparar.
Ha habido tan pocas directoras o guionistas porque las mujeres no tuvieron acceso a la formación o al espacio creativo. Así que si ahora se valora más un proyecto de mujer para equilibrar, me parece justo.
¿Y sobre Carmen Conde, qué le impresionó más a nivel personal?
Descubrir que no solo fueron silenciadas, sino que además muchas de ellas eran lesbianas, y tuvieron que esconderlo. Se encerraban en pueblos, no se relacionaban prácticamente con nadie para poder vivir su amor.
Algunas de ellas, cuyos textos ahora está recuperando la editorial Torremozas, estuvieron silenciadas porque sus propias familias se avergonzaban. Eso me produce tanto dolor y tanta rabia…
Después de todo lo que hemos pasado y aprendido, ahora hay personas que se atreven a decir barbaridades y a defender que hay que quitarle derechos a otros por su orientación. ¿En qué lugar te coloca eso? En un lugar de supremacismo machista, patriarcal, blanco, de género… Es tremendo.
Manuela Velasco ('La Agencia'): "El papel del representante es difícil. Les toca asumir el papel de malos y poner límites"
Y lo vemos también en debates como el aborto o la migración.
¿Cuántos médicos de mi generación están trabajando fuera de España? Es absurdo. Lo que no entiendo es esa autoridad moral que se arrogan unos sobre otros, como si sus creencias fueran “lo bueno” y el resto no valiera.
¿Su educación influyó en esa mirada que tiene ahora?
Mucho. Yo me eduqué en el colegio Estilo, de Josefina Aldecoa. Su padre, en Historia de una maestra, le decía: “Dios no existe, los hombres inventan las religiones por miedo, para explicarse lo que no entienden”. Pero también le decía: “Respeta siempre las creencias de todos”. Ese respeto es fundamental.
¿Consume cine o literatura que la haga reflexionar sobre esto?
Sí. El otro día vi Cónclave. Hay un cardenal que todos creen que debe ser Papa, y él dice: “No, no tengo crisis de fe, lo que tengo es una crisis con la Iglesia, con lo que hacemos con la fe”. Eso me parece muy interesante: cómo se usa la fe para someter, para conquistar, para negar al otro.
Deseo de ser madre
Manuela, he leído unas declaraciones suyas en las que contaba que siempre quiso ser madre, pero que no lo logró. ¿Sintió presión social por ello?
No. Cero presión externa, todo era conmigo misma. Yo era la que me presionaba porque quise ser madre desde siempre, pero me puse muy tarde. Lo pienso ahora y me digo: “¿Cómo puede ser que deseándolo tanto no lo intentara antes?”.
He ido mucho a terapia por esto. ¿A lo mejor no lo deseaba tanto? La realidad es que estaba peleando por sacar adelante mi carrera, y cuando empecé a trabajar bien ya tenía 32, 33… Cuando me puse en serio con la maternidad rondaba los 40, y ahí la biología me plantó cara.
¿Qué sintió durante ese proceso?
Mucho enfado. Nos venden que los 40 son los nuevos 30, pero es mentira. Biológicamente no lo es. Yo me preguntaba: “¿Por qué no nos explican esto mejor a las mujeres?”.
¿Cree que le faltó información?
Yo creo que sí. Es que no es verdad la eterna juventud por mucho tratamiento de belleza que te hagas y mucho bótox que te pongas. Biológicamente pasan los años y si quieres ser madre, cada día de tu vida es más difícil.
Si alguien me hubiera dicho con 30 o con 25: “Congela óvulos”, lo habría hecho. Esa debería ser una clase en el instituto. Ahora lo hablo con mis compañeras jóvenes para que no les pase lo mismo.
“Este año cumplo 50, y sueño con comprarme una casa y con interpretar a Lorca en el cine o el teatro”- Manuela Velasco
¿Qué más hizo en su camino hacia la maternidad?
Todo. Hice locuras. Cambié mi alimentación, probé terapias, me gasté muchísimo dinero. Me hacía test de ovulación, contaba los días, y si estaba en Cádiz y me pillaba allí, cogía un tren y me plantaba en Madrid, llamaba a la puerta y decía: “Mi amor, que hoy soy fértil” (ríe). Al final logré quedarme embarazada, pero lo perdí. Fue horrible.
¿Ese fue el momento en el que decidió ir a terapia?
Ya iba antes, pero en ese momento me ayudó muchísimo. Llegué a tener odio hacia mi cuerpo. Pensaba que por dentro debía de ser un páramo podrido, incapaz de sostener la vida. Esa visión me costó mucho trabajo desmontarla. Veía mi cuerpo como un lugar tóxico en el que no enraizaba nada.
Además, los tratamientos son muy duros…
Sí, las hormonas te alteran por completo. Tenía los niveles mil veces por encima de lo normal. Una doctora me dijo: “No estás en posición de tomar decisiones, porque ahora venderías a tu madre e hipotecarías ocho veces tu casa con tal de quedarte embarazada”. Y era cierto.
¿Qué mensaje le gustaría enviar a las mujeres que pasan por ese proceso?
Yo lo pasé muy mal, creía que no iba a salir. Y además fue durísimo ver cómo todas mis amigas iban quedándose embarazadas. Incluso me costaba relacionarme con sus hijos, no podía gestionarlo. También sufrí mucho con esa apología de la maternidad en redes sociales.
Esas mujeres que dicen “no conoces el amor hasta que no eres madre”. Como si no existiera espacio para las que no lo hemos conseguido. Y no es que no quisiéramos, es que algunas no hemos podido. Es como decirle a un ciego que no merece la pena vivir si no ve.
Ha hablado mucho del amor en diferentes formas. ¿Cómo lo entiende usted?
Después de pasar por un dolor tan grande, he salido de ese lugar y me he dado cuenta de que la vida merece la pena también sin hijos. Puede estar llena de millones de cosas extraordinarias. No va a ser ni menos válida, ni peor, ni carente de amor.
¿Quién ha dicho quién te tiene que gustar o a quién tienes que amar? ¿Quién dijo eso? Son leyes no escritas que han generado mucha frustración en quienes no han querido o no han podido cumplirlas.
¿Nota que eso está cambiando?
Sí, ahora se ha flexibilizado. Pero yo nací en el 75 y eso es lo que debía ser.
Si nació en el 75 entonces este año cumple 50. ¿Con qué sueña de cara a esa nueva década?
Pues mira, no es nada romántico: mi sueño personal es comprarme una casa (ríe). Y en lo profesional… siempre he soñado con hacer un Lorca. En el teatro o en el cine.
¿Y si llega otra llamada de Pedro Almodóvar?
¡Hombre! Eso sería un sueño. Siempre digo que fui “niña Almodóvar”, pero me encantaría ser “mujer Almodóvar”.
Agradecimientos especiales a The Social Hub.