El economista norteamericano Herbert A. Simon acuñó ya en los años 70 el concepto de economía de la atención: ante la sobrecarga informativa, la escasez es de atención, no de información. Dicho de otra forma: a mayor información, menor atención. Es la atención la que hay que gestionar eficientemente ante la abundancia de medios y fuentes de información.
La nueva estrategia política de Sánchez desde que convocó elecciones anticipadas -tras el desastre de las municipales y autonómicas- pasa, precisamente, por volver a los básicos de su campaña de lanzamiento como secretario general del PSOE entre 2014 y 2015: ante la falta evidente de reputación, buscar la atención a toda costa.
Y, a partir de ahí, colocar los temas propios de campaña en el centro de atención (ahora el balance de gestión económica, por un lado, y el miedo a Vox dentro del gobierno, por el otro). De ahí la primera de las ‘conversaciones digitales’ que mantuvo ayer con el ministro de Trabajo, José Luis Escrivá. Un formato muy en boga en los últimos años y que permite precisamente eso, captar la atención para hacer pasar el mensaje, su contenido.
La nueva estrategia política de Sánchez es buscar la atención a toda costa ante la evidente falta de reputación
Si en septiembre de 2014 llamó a Jorge Javier a Sálvame, ahora va a ver al Gran Wyoming, intentando conectar con el votante de a pie que no escucha tertulias radiofónicas ni lee las páginas de los digitales. Si en 2015 buscó debates electorales con Rajoy para echarle en cara la corrupción, ahora propone seis debates a Feijóo, sabedor de su superioridad dialéctica y, en especial, de imagen.
Sánchez vuelve a ser el candidato a la presidencia, no el presidente del Gobierno, vuelve a ser aspirante y arriesga, como al principio, hace casi 10 años: atrás queda la etapa Iván Redondo gracias a la cual llegó a La Moncloa y ganó las dos elecciones de 2019. Atrás quedan las gafas de sol a lo Felipe González y las giras por Latinoamérica, atrás quedan las pantuflas en el despacho presidencial y las pasarelas por las cumbres internacionales.
Vuelve el Sánchez de entonces, el del principio, el de la etapa Verónica Fumanal que aparece retratado en Manual de Resistencia, el populista que critica el “elitismo clasista” de muchos políticos por no querer salir en determinados programas -algo que llegó a calificar de “antidemocrático”- el que opta por anunciar medidas populistas, da igual que se refieran a las corridas de toros como al permiso de paternidad/maternidad.
¿Cuál es la gran diferencia entre entonces y ahora? Que ha pasado casi una década y Sánchez no es solo un candidato a la presidencia, es -no creo que haya dejado de gustarle- el presidente del Gobierno en ejercicio. No solo es que le hayan salido canas, sino que, lógicamente, se ha dejado jirones de piel en todo tipo de batallas políticas en todo este tiempo, especialmente desde 2020 con sus socios de Unidas Podemos.
La mirada que tenemos sobre las personas -entre ellas los líderes políticos- se basa en dos elementos: su esencia (llamémosle la parte estructural), que no cambia y podemos reconocer en el tiempo inalterable; y su contexto (digamos su parte coyuntural), que sí se ve alterada con el tiempo y modifica la forma en que las vemos pasados los años. “Nada permanece, todo fluye, todo cambia”, Heráclito.
Así es que la nueva estrategia del Partido Socialista de Sánchez va a encontrar principalmente en esta cuestión su principal escollo: podrá captar la atención, como entonces, algo que constituye la primera percepción. Pero, al final, la clave es la decisión, y esta se basa no solo en la percepción que tenemos de alguien en sí mismo, de su esencia, sino en la opinión que nos formamos con ese transcurso del tiempo que nos recuerda el pasado de alguien (entonces no lo tenía, ahora sí) y la proyección de la expectativa de futuro en función de ello. Eso es, en realidad, la reputación.
Solo un político, Felipe González, y en dos ocasiones, la primera con éxito en 1993 y la segunda casi en 1996 (“nos ha faltado una semana y un debate en televisión”, llegó a decir), ha logrado remontar en la democracia actual española un resultado tan adverso en las encuestas. Con la única diferencia que González tuvo antes y tenía entonces, como ha vuelto a recuperar después, una buena reputación.
La estrategia de Sánchez entre 2014 y 2016 sabemos el resultado que recogió: primero, los malos registros electorales del PSOE en unas generales, en diciembre de 2015 y luego los peores en la repetición de junio de 2016; después vino la salida traumática de Ferraz en octubre de ese mismo año tras el archiconocido cambio de estrategia ese verano que se resumió en: ‘No es No’.
Ahora, tras la ley del solo ‘Sí es Sí’ y el pacto de gobierno de 2020 (la pandemia lo cambió todo, también el marco desde el que lo vemos todo), alguien debería advertir al presidente de que el Sánchez de entonces ya no es el Sánchez de ahora. No porque haya perdido su capacidad de reinventarse y levantarse, sino porque los ojos y la mirada de los ciudadanos que lo observan -y lo evalúan a la hora de coger la papeleta el próximo 23-J- no son ya los mismos, han cambiado en todo este tiempo, aunque él no.
*** Ricardo Gómez Díez es Dircom especializado en Reputación y profesor del Máster de Comunicación Corporativa e Institucional de la UC3M