Señala Yosho Yamamoto en el Hagakure, el libro secreto del samurai, la importancia de entender la máxima "Ahora es la hora y la hora es ahora". Este principio indica la necesidad de estar permanentemente preparado para cualquier cosa.

No es prudente pensar que la vida cotidiana difiere de un momento de crisis, porque de esa manera nunca estaremos preparados cuando llegue esa situación. Nos anima a vivir con una permanente disponibilidad para actuar. Y ese es el método para hacer frente a las crisis y a los imprevistos.

Sánchez y su gobierno no han leído este corto y contundente breviario de caballería inspirado en el código Bushido, y de ahí se explica la mezcolanza de frentes económicos en los que se ve envuelta nuestra economía.

No será por no estar avisado. Tiene nuestro sistema económico campanarios que repican anticipándole a Sánchez lo que está por venir: think tanks, institutos de estudios nacionales e internacionales, algunos periodistas y economistas buenos colaboran. Por ejemplo, se lanzaron las campanas de la inflación, unos repicaban más suave y otros más fuerte, pero que aquí está. Y se sabía que llegaba desde hacía casi un año.

Otro ejemplo: la invasión de Ucrania. Es cierto que nos tomó por sorpresa. Pero la guerra tiene ya tres meses de vida. Ha dado tiempo también a entender las consecuencias de una invasión rusa en Ucrania, al menos las gordas: puertos cerrados, gastos militares, problemas de suministro energético.

Y así, desoyendo las señales, Sánchez ha dejado que España se sitúe en una posición cada vez más frágil. Un repaso por las noticias de la semana pasada, o de hace dos semanas, nos ofrecen un panorama desolador.

La inflación está afectando como se esperaba. Como todos los procesos inflacionistas globales. Especialmente cuando terminan por asociarse a interferencias en el mercado energético. Como en los 70, pero diferente de los 70. La historia nunca se repite exactamente igual. Eso permite a los más diligentes aprender de sus errores. Permitió que la posguerra de la II Guerra Mundial no fuera tan brutal como la de la I Guerra Mundial.

Y eso debería haber enseñado al Partido Socialista Obrero Español a no repetir los errores cometidos en la crisis del 2007. Primero, negar la realidad; segundo, ir a rebufo de Europa porque "no nos van a dejar caer"; tercero, eludir las reformas estructurales más importantes. Y así podríamos seguir.

Tampoco se ha aprendido nada de la historia política reciente: resulta que lo que no estaba encima del tablero se hace realidad. Yo era de las que sonreía ante una posible confrontación de Hillary frente a Trump. Llegó el Brexit cuando nadie lo esperaba.

En España, insospechadamente, tuvimos que repetir elecciones y Sánchez ganó por tres votos en el Congreso. Probablemente eso es lo que más me llama la atención. No tiene ningún complejo. Actúa como si fuera un aclamado emperador romano. A mí me daría un poco de reparo.

Sánchez no ha aprendido nada tampoco de la pandemia y la crisis que ha generado y que, de alguna manera, seguimos sufriendo. No estaba preparado para "la hora". Y sigue sin estarlo. Desde los primeros bandazos, las medidas inconstitucionales, la politización de una desgracia como esa, hasta su política de "todo por los fondos", Sánchez actúa en contra de la sensatez del dicho japonés del Hagakure.

Porque también se advirtió al presidente cuál suele ser el problema de la gestión de los fondos europeos. Economistas tan poco dudosos como Luis Garicano o Manuel Hidalgo han señalado por activa y por pasiva que España presenta planes, se le conceden fondos y luego no ejecuta esos fondos otorgados. Por supuesto, las razones son múltiples.

Pero, para una economista como yo, de las del Club de los Cenizos, de las que cree que es imperativo recortar gasto público superfluo como punto de partida, y que el dinero de los ciudadanos donde está mejor es en el bolsillo de los ciudadanos, escuchar que no sabemos gastar, y que se quedan fondos sin ejecutar, es difícil.

Otra prueba de su negligencia: su estrategia con Argelia ha sido un bofetón en mitad de una crisis energética que nos está costando muy cara y que no ha terminado. Se trata de una crisis que está dando la vuelta al tablero global, desmontando la unidad de los países de la Unión Europea, y poniendo en cuestión cómo reaccionamos frente al mal.

¿Merece la pena dejar morir al pueblo ucraniano para no perder nivel de vida? Orban defiende que Hungría, como país europeo de pleno derecho, quiere una excepcionalidad y que se le asegure el suministro ruso para acceder al embargo. Es decir, no va a ser un embargo. Y si el resto de los países aceptan estarán inflando el gasto de todos los demás ciudadanos europeos.

¿Qué va a pasar con los fondos de la pandemia? Parece que tampoco los gobernantes europeos no estaban preparados para "la hora" cuando abrieron la mano al club de la UE. Pensaron en clave de "rutina" y no de "emergencia". Pero todos sabemos que no tener un plan B por si sucede lo peor, especialmente cuando vivimos en la era de la incertidumbre, es un gravísimo error.

Ahora, además de la inflación, que va a dejar una recaudación alta para hoy, con frenazo doble para mañana, y como anunciaba Daniel Lacalle, la erosión de la clase media; además del embargo y la guerra, con las subidas de costes globales, nos llega una crisis de suministros de alimentos básicos.

La señal de alarma es la prohibición de exportar por parte de diferentes países del este de Europa que ven cómo Rusia está estrangulando el mercado internacional.

¿En qué está nuestro presidente? En hacerse fotos en Davos, en subir impuestos, en mantener el equilibrio de su cada vez más frágil Gobierno de coalición. En cualquier cosa menos en gobernar ahora.