Era fácil de sospechar: las criptomonedas tendrían que pasar su prueba de fuego cuando se volviera a producir la primera recesión clásica. Es decir, la primera recesión en que no pudiera aplicarse ningún “lenitivo del dolor” (¡aquel anuncio de OKAL…!) como se ha hecho en las dos anteriores. O, lo que es lo mismo, la primera recesión que sería provocada por la subida de los tipos de interés y la retirada de la liquidez.

Pero la realidad es peor de lo que cabía esperar: ningún banco central importante ha retirado liquidez todavía (la Reserva Federal empezará a hacerlo tímidamente en el mes de junio y de manera más decidida en octubre). Solo en EEUU han subido algo los tipos de interés, casi pidiendo perdón, y ya las criptomonedas han tenido pérdidas por valor de 1,8 billones (trillion) de dólares desde su momento óptimo del mes de noviembre. Esto supone superar los 1,7 billones de pérdidas provocadas por las hipotecas subprime (hipotecas basura).

También las Bolsas (sobre todo las tecnológicas) y algunas monedas (el yen, el yuan y el euro) están empezando a pasar su particular ordalía, aunque, para ellas, eso es algo tan viejo como el mundo.

Las criptomonedas han perdido 1,8 billones de dólares (trillones americanos)

Del mismo modo, los gobiernos saben que se les acerca una prueba de fuego, aunque ninguno quiera mirar, para no verla. Por no hacerlo, la década de los 1970s fue una década de estancamiento económico y de crisis permanente.

El último en enterarse de que "los tiempos habían cambiado" fue François Mitterrand, quien tardíamente, en 1981, decidió aplicar la receta más equivocada de todas para salir de aquella crisis perpetua y consiguió tener que adoptar las mismas políticas restrictivas de Reagan y Thatcher con tres años de retraso, con lo que, para Francia, los 1970s se prolongaron hasta 1985.

Felipe González, y su ministro de Economía Miguel Boyer, escarmentaron en cabeza ajena y en 1982 llegaron a la Moncloa con un “plan de choque” que ríete del Plan de Estabilización de 1959.

Las campanas empiezan a sonar: este fin de semana el ministro alemán de Hacienda ha apremiado a sus colegas europeos para que reduzcan el gasto. Pero la tentación populista es demasiado fuerte en todo el arco político.

El populismo flota por doquier, por lo que, normalmente, la racionalidad no se impone, y lo mismo que las criptomonedas están pereciendo sin apenas solución de continuidad tras la euforia, los arcanos del sentimiento popular hacen reverdecer causas que parecían perdidas.

Y es que la fama y el prestigio son asuntos muy elusivos y aparecen y desaparecen como por ensalmo.

Los gobiernos saben que se acerca su gran prueba de fuego, aunque ninguno quiere mirar a ello

Viendo los aplausos a Juan Carlos I en Sangenjo, uno no puede menos que recordar la popularidad de la que gozaba Fernando VII, a pesar de la mala fama que le echaron sus oponentes liberales de entonces. No en vano (y en apariencia, incomprensiblemente) se le llamó “El Deseado” por lo que los que ahora aborrecen del Rey Emérito más vale que tomen nota de lo sarcástica que es la historia: todo parece apuntar a que, cuanto mayor sean las campañas prorrepublicanas contra Felipe VI aprovechando los devaneos de su padre, más reforzada se puede ver la figura de éste.

La popularidad de Fernando VII le permitía, en un empeño poco conocido, recorrer toda España en un carruaje apenas protegido por tres lacayos y cuatro guardias. A ver qué político de hoy en el poder puede hacer algo parecido.

Y es que, como dice Raymond Carr en su Historia de España desde 1808, publicada por primera vez en los años 60, “Fernando VII no fue el déspota empecinado de la historiografía liberal. Martirizado por la gota, sencillo hasta la austeridad y querido por sus servidores… eligió un estilo de vida que era la versión regia del de las clases bajas”.

El humor de las masas es, sin embargo, tornadizo, por lo que, al igual que los movimientos en los mercados, se torna impredecible. De ahí que haya que buscar “pautas de comportamiento” de las multitudes, y de ahí que resulte sorprendente, aunque no inesperado del todo, que al rey Emérito se le siga valorando más de lo que los que lo vituperan creen: se pueden llevar una ingrata sorpresa. Con independencia de los méritos y deméritos del Emérito, que son bien conocidos.

La popularidad de Fernando VII le permitía recorrer toda España en un carruaje apenas protegido por tres lacayos y cuatro guardias.

Una sorpresa como la que se han llevado los creyentes de la religión de las criptomonedas. Una religión que hace que adopten como verdad revelada que son lo que no son. Pues las criptomonedas y los cripto-activos no son ni monedas, ni activos, ni, casi casi, “criptos”. Se puede decir de ellas parafraseando a Unamuno que son “como juego demasiado y como moneda poco”.

No tienen ninguna de las características para ser reconocidas como monedas (almacén de valor, medio de cambio y unidad de cuenta) y, para colmo, abusando del lenguaje metafórico se habla también de activos “cripto”, como si el poseedor de una parcela recalificada para edificar en Marte, o entre el metano de Venus, tuviera un activo por el solo hecho de haber pagado por ella.

También podrían haberle vendido la Torre Eiffel y él haberla pagado con dinero contante y sonante, pero, a poco que, como ahora, las cosas vayan mal, no tendrían más activo que el que hubiera tirado una cantidad equivalente a la basura.

Esto no es óbice para que las instituciones bancarias tradicionales se hayan empeñado en actuar como entre 2004 y 2008 y, así, han estado ofreciendo a sus clientes esa posibilidad de “inversión”, cuando no comprometiéndose ellas mismas en el asunto.

Las criptomonedas no tienen ninguna de las características para ser reconocidas como monedas

Por ejemplo, WestCap y la “Caisse de dépôt et placement du Québec” (CDPQ), que es la segunda mayor gestora de fondos de pensiones de Canadá, entre otros, comprometieron recientemente 750 millones de dólares en un cripto-engendro. Llamado Celsius está pasando por problemas graves y contra el que parece que las autoridades de Tejas y Nueva Jersey han emprendido o van a emprender acciones legales. Celsius ha estado ofreciendo a sus clientes rentabilidades de hasta el 18,5%.

Ese tipo de inversiones son las que vehiculizarán el contagio desde el mundo más abstracto e imaginario de las criptomonedas hacia el mundo de los activos tangibles y financieros tradicionales.

Estamos tan acostumbrados a dar malas noticias que nos olvidamos de dar las buenas cuando se producen. El trigo ha bajado de precio un 8,5% en las tres últimas sesiones, con lo que, en lo que va de año, ha tocado en dos ocasiones un nivel máximo, tras de lo cual ha retrocedido en ambos casos. Eso sí, después de haber subido dentro de 2022 hasta un 66% y un 64% sucesivamente (pero no aditivamente). Y en un año en que planea la amenaza de una escasez global de alimentos e, incluso, de hambruna, todo lo que sea bajada de precio de los productos agrícolas es una buena noticia.

Aun así, para el conjunto de las materias primas agrícolas, y a pesar de su retroceso en los últimos días, los precios mantienen la tendencia alcista.

Las multitudes se complacen en ser caprichosas y tornadizas, y actúan de la misma manera en la política que en la religión y en los mercados. Su comportamiento voluble está tasado y solo es difícil de adivinar el cuándo, no el cómo. El péndulo electoral es la manera más civilizada de expresarse. Pero, cuando el hambre aprieta, la reacción siempre es la misma. Por eso es tan importante que la producción agrícola no decaiga, y por eso es esencial que el precio de los fertilizantes baje. Pero esto es solo una piadosa oración. Las cosas seguirán su curso.