LA TRIBUNA

¿Media Francia es de extrema derecha?

El alto porcentaje de voto a Marine Le Pen se explica por un fractura social que escinde a Francia en dos: los excluidos de la globalización postindustrial y los beneficiados de la concentración económica en las grandes urbes, que votan a Emmanuel Macron.

24 abril, 2022 02:12

No, media Francia no vota a la extrema derecha por razones ideológicas. Exactamente igual que el de Jean-Luc Mélenchon, el voto a Marine Le Pen representa, por encima de cualquier consideración doctrinal, un sufragio contra París. Es el odio a París lo que en verdad late detrás de eso que, a falta de imaginación para recurrir a un concepto algo más preciso, en todas partes hemos dado en llamar populismo.

Y es que, como Estados Unidos, como Italia, como pronto también España, Francia es hoy una nación dentro de cuyas fronteras conviven dos países cada vez más distantes y distintos entre sí. Por un lado, el de los ganadores locales en el constante proceso de la mundialización de la economía, ese que ha fijado su hábitat natural en los núcleos de las grandes ciudades ahora reconvertidas en eslabones principales de las cadenas intercontinentales de creación de valor. Por el otro, el de los muchos perdedores en ese mismo proceso de integración transnacional, lo que de un tiempo a esta parte se conoce entre los sociólogos como la "Francia periférica".

Allá a principios de siglo, en 2004, el geógrafo Christophe Guilluy realizó un estudio pionero sobre la adscripción espacial del voto al todavía llamado por entonces Frente Nacional en función de la distancia a las grandes metrópolis del país. El resultado fue que a medida que se alejaba del centro de las urbes importantes, las ya globalizadas y sometidas en creciente medida a procesos de gentrificación en su composición interna, más y más fuerte se iba manifestando el apoyo en las urnas a los de Le Pen.

"Las grandes metrópolis, feudos de la hipermodernidad boyante y cosmopolita que vota a Macron, están en conflicto con las ciudades pequeñas desindustrializadas"

Una acusada fractura geográfica, la que confronta ahora a los de arriba, las capas integradas en el nuevo orden productivo, y a los de abajo, los novísimos excluidos, que rompe los viejos esquemas convencionales que presidía la divisoria clásica entre izquierda y derecha.

Y es que el núcleo del conflicto opone hoy a las grandes metrópolis, los feudos de la hipermodernidad boyante y cosmopolita que vota a Emmanuel Macron, frente a las ciudades pequeñas y medianas cada vez más desindustrializadas, a las que se suma un agro en idéntico proceso de decadencia crepuscular pese a los subsidios asistenciales de la PAC, configurando entre todos el universo de los olvidados que se revuelven en el anonimato de las cabinas de votación contra el establishment.

Esa nueva Francia, la socialmente escindida en el sentido más literal del término, el físico, constituye el paradigma de un fenómeno hasta ahora desconocido en Occidente. A saber: el de que los sectores modestos que ocupan los empleos de la base del sistema productivo ya no pueden vivir en los lugares donde se crea la riqueza, ni tampoco cerca de ellos.

Los chalecos amarillos tiran cócteles molotov en los bulevares de París porque dependen del diésel barato para poder acudir todos los días a sus ocupaciones en la capital desde distancias cada vez mayores. En el viejo mundo de ayer, el que consiguió sobrevivir hasta justo el cambio de centuria, en Francia, al igual que en el resto de los países occidentales, el crecimiento del empleo tendía a distribuirse de un modo más o menos homogéneo a lo largo del territorio, beneficiando al mismo tiempo al conjunto de las regiones.

En la nueva era, en cambio, la creación de puestos de trabajo se agolpa de forma abrumadora en los núcleos urbanos formados por la red de ciudades grandes o muy grandes, las que poseen una masa crítica mínima de 500.000 habitantes. No más de doce puntos concretos. Porque apenas una docena de lugares en medio de la inmensidad del territorio de Francia concentran ahora mismo la mitad, el 46% para ser precisos, de las ocupaciones laborales de nueva creación.

Y prácticamente una cuarta parte de ellas, el 22%, se amontonan a su vez dentro del área urbana de París. Así las cosas, para un joven francés que carezca de una formación universitaria de élite resulta casi obligatorio acudir a París en busca de empleo.

"París, igual que Madrid, ya resulta prohibitiva e inaccesible para los que, hasta la generación de sus padres, había constituido una opción normal de residencia"

Pero para ese mismo joven ajeno al circuito de las especialidades altamente retribuidas, esas que igual se concentran en París y las otras grandes urbes, alojarse en los exclusivos oasis postindustriales de la nueva economía ha devenido una quimera imposible. París, igual que Madrid o Barcelona, ya resulta un lugar prohibitivo e inaccesible para los que, hasta la generación de sus padres, eso había constituido una opción normal de residencia.

Por lo demás, como en Estados Unidos, como en Italia, como en tantos otros rincones de Occidente, en Francia también se quiso dar por supuesto que la furia contra el establishment sería un desahogo acotado en el tiempo y circunscrito a los antiguos enclaves obreros castigados por la inevitable obsolescencia de las viejas industrias arcaicas en trance de desaparecer.

Tenía que ser algo solo episódico y en gran medida marginal, no un fenómeno con visos de cronificarse y que abarcase a una porción creciente de las clases medias tradicionales que habían dado forma al colchón sociológico que dotaba de estabilidad política a la Quinta República. No obstante lo cual, Macron ganó en 2017. Y no es posible (se dirá) que su mayoría electoral fuese fruto exclusivo del soporte entusiasta que le prestaron los ganadores domésticos del proceso globalizador.

Ciertamente, muchos otros franceses ajenos a esos emergentes estratos triunfadores votan asimismo a Macron. En concreto, se trata de los pequeños funcionarios (61% de votos a La República en Marcha), una categoría muy extendida desde siempre en Francia, y de los pensionistas (74%), los dos grupos que resultaron determinantes para consumar su acceso al Elíseo hace cinco años.

Unos cimientos electorales, sin embargo, en extremo precarios, ya que ambos presentan fechas de caducidad muy cercanas. Repárese en que dos de los hitos de la primera legislatura de Macron apelan a la reducción acusada del número de servidores públicos, el primero, y a la ampliación progresiva de la edad de jubilación, el otro.

Quizá lo que se personifica en Macron vuelva a ganar hoy, sí. Pero quizá sea por última vez.

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Luis Correas Usón, director gerente del Parque Tecnológico Walqa.

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