El 26 de febrero de este año, el presidente francés afirmaba que la guerra de Ucrania duraría tiempo y que había que estar preparados, actuar con determinación y solidaridad. No sabemos de cuánto tiempo hablaba o qué información manejaba, pero nadie apostaba por un conflicto como el que estamos presenciando. Efectivamente, se está alargando más de lo esperado y, ahora sí, nos hemos dado cuenta de que va para largo. Al menos, varios meses.

Eso quiere decir que, como también señalaba Macron entonces, la crisis que acompaña la guerra también va a durar. La crueldad de la guerra se manifiesta en las calles de las ciudades arrasadas. Y no podemos caer en el maniqueísmo de pensar que hay ángeles y demonios.

Un coronel destinado en Afganistán con las fuerzas de paz de la OTAN me decía con tristeza que la guerra saca lo peor de todos, incluso esa nube negra que no sabías que vivía en tu interior. Pigou se refería a la Primera Guerra Mundial como un "espasmo irracional de destrucción". Yo lo aplicaría a todas las guerras.

Pero también trae de la mano una crisis que afecta a países beligerantes y no beligerantes. Y, en este caso particular, debido a la relevancia energética y geoeconómica de Rusia y de Ucrania, la herida va a ser grande y la cicatriz profunda.

Como ya se ha dicho y repetido, la economía española apenas estaba recuperada de la crisis el 2008 cuando sobrevino la pandemia, y estaba empezando a recuperarse cuando Rusia decidió invadir Ucrania. La crisis nos pilla, de nuevo, con el pie cambiado. Y ahora, solamente después de ver tambalear su trono, tras una huelga de transporte y anaqueles vacíos en los supermercados, Sánchez aparece con un plan para paliar los efectos de la guerra debajo del brazo.

La crisis nos pilla, de nuevo, con el pie cambiado

No hay que perder de vista que en ese plan se ataja la desorbitada factura eléctrica. No es casual. Se trata de asociar en la mente de los votantes que la tarifa eléctrica es alta por culpa de Putin, como la inflación. La memoria es frágil y ésta es la manera de construir el relato.

Siempre es bueno que eminentes académicos, como alguna consejera de Enagas, publique obscenas loas a un plan del que conocemos los titulares, pero poco más. Lo que llaman "letra pequeña" es el cómo se va a conseguir, por ejemplo, que la doble subasta que desacopla el precio del gas de la electricidad no tenga como consecuencia un aumento del déficit tarifario.

Los analistas favorables a la medida del Gobierno de Sánchez solamente afirman que los reajustes "los absorberá el sistema", que es un brindis al sol como una casa. Ya han levantado la voz las eléctricas europeas para pedir que la Comisión Europea revise la 'excepcionalidad ibérica', que perjudica al mercado europeo.

Por supuesto que el precio de la electricidad unido a la inflación y a las consecuencias por el lado de la oferta del conflicto armado son insostenibles. Pero tanto la inflación como el precio de la electricidad son problemas que arrastramos desde hace muchos meses y se tendrían que haber tomado en serio, no aparcarlos a la espera de que amaine el temporal.

Ya entiendo que nadie podría haber previsto la guerra. ¿Nadie? El presidente del Gobierno, en sede parlamentaria, para justificar su afirmación de que la inflación es culpa de Putin, ante la réplica de la oposición que le recordaba que los precios subían al menos desde otoño, explicó que el presidente ruso llevaba varios meses preparando la guerra y por eso los precios estaban disparados. Es decir, ¿lo sabía y no hizo nada? ¿Miente? Cualquiera de las opciones le deja en mal lugar.

Sin embargo, él sabe que no se le va a pedir rendición de cuentas por su mala gestión de la inflación, de la crisis energética, y de las medidas inconstitucionales durante la pandemia. Todo gestos. Sólo gestos.

¿Qué podemos esperar? Nada bueno. Porque, como profetizaba Macron, la guerra va para largo. Ucrania se nutre de apoyo, armas y dinero occidentales. Y Rusia probablemente esté más preparada de lo que nos gustaría creer. En un artículo para el Real Instituto Elcano, Miguel Otero expone las razones que explican la durabilidad de la economía rusa.

"El impacto de las sanciones tiende a decrecer si el Estado que recibe esas sanciones es fuerte económica y políticamente, es relativamente estable, rechaza el orden internacional y es autocrático". Rusia cumple todo. Además, hay precedente.

Las sanciones del 2014 tras la ocupación de Crimea, aunque fueron menores, nos dan una idea de la capacidad de absorber este tipo de sanciones por el sistema económico ruso. Las medidas del gobierno resultaron en el aumento de la credibilidad del banco central ruso, que fue capaz de contener la deuda y la inflación. Eso sí, el precio fue un enorme empobrecimiento de la población.

Existen, por tanto, razones para asumir que Putin, que identifica la nación con su persona, a quien no le importa su pueblo sino su poder sino que, al más puro estilo absolutista, interpreta que su poder es el poder de la nación, va a resistir hasta límites insospechados. La única esperanza es que algún general cercano decida poner fin a la barbarie dando un golpe de Estado. Confiar en esa posibilidad implica tener mucha fe.

Incluso si todo va bien, las medidas del Gobierno, que llegan tarde, van a tener su efecto a mitad de año. Para entonces la mayoría de los españoles estaremos con el agua al cuello o más arriba, habrá empresas que no podrán asumir los costes, especialmente si no pueden ajustar plantilla por razones económicas, y la factura eléctrica hay que pagarla a precio de oro hasta que baje. Hay que subrayar que las energías alternativas se pagarán más caras, con lo cual, poca salida nos queda.

El desajuste temporal y la falta de previsión tienen estas consecuencias. Y nadie va a hacerse responsable, porque Putin, porque los transportistas, porque los fachas, porque nadie podía saberlo, porque el perro se comió los apuntes. Otra vez.