Hay acontecimientos que marcan el final de un periodo geopolítico-económico. La caída del telón de acero (1989) fue uno. La Guerra Fría desapareció. La Unión Soviética pasó de enemigo a socio comercial importante. Los países del este de Europa se integraron en la UE, un nuevo equilibrio de poder. Parecía, de acuerdo con Fukuyama (El fin de la historia, 1992), que el triunfo de la economía de mercado junto con la democracia representativa liberal era definitivo. Duró escasamente 10 años. Las maniobras americanas crearon el germen del siguiente periodo. Bin Laden el líder de Al Qaeda fue financiado por la CIA en sus inicios.

Por eso, el siguiente acontecimiento que inició otro periodo fue el hundimiento de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. A partir de entonces, Occidente supo que, de acuerdo con Hutington (El choque de las civilizaciones, 1996), el Islam radical sería el enemigo. Eso cambió a unos y otros.

Las guerras contra el Yihadismo fueron aceptadas como defensa de los valores euroamericanos. Incluso parecía que 'La Gran Rusia', baluarte de la civilización ortodoxa, podía ser un aliado para ello. La guerra de Chechenia, a pesar de su crueldad, fue silenciada en los medios de comunicación occidentales y se aplaudió la lucha de Rusia contra los radicales islámicos en Siria.

¿La guerra ruso-ucraniana puede ser otro acontecimiento que marque el principio de un periodo geoeconómico-político y el final de otro? A partir de ella no va a ser igual la correlación de poderes en el mundo. EEUU sabe que China es la potencia mundial con la que hay que contar. Moscú no hubiera podido realizar su invasión de Ucrania sin la 'no injerencia de China', su apoyo financiero y las compras de sus materias primas por parte de Pekín.

Moscú no hubiera podido realizar su invasión de Ucrania sin la 'no injerencia de China'

China está recuperando su papel hegemónico en la economía euroasiática. Papel que perdió con el descubrimiento de América por España y la incursión portuguesa en Asia. La Ruta de la seda del Medievo dejó de ser vital para Europa que encontró otros medios de abastecimiento. Ahora no es en camellos a través de los desiertos del Asia central, se renueva en containers en tren, camión, avión o por rutas marítimas.

También Rusia ha vuelto. La Rusia de los vikingos varegos mercaderes guerreros eslavizados que fundaron los Rus de Kiev y Moscú y comerciaron con el Imperio bizantino a través del mar negro y sus ríos. La Rusia de los zares con sus aristócratas terratenientes, comerciantes y militares. La Rusia de la Unión Soviética del ejército rojo y el partido comunista. La Rusia de Putin y sus oligarcas. Una Rusia que siempre basó el poder de su oligarquía en la conquista de su hinterland en Europa y Asia Central hasta Vladivostok. Desde el Atlántico al mar de Japón  

Todo está cambiando. España está en el extremo de Europa. Es una península de la península europea. Frente a África. Pareciera que nada de esto le pudiera influir. Aislada de sus vecinos (excepto Portugal) por los mares Mediterráneo y Atlántico.

Por eso hemos llegado casi siempre tarde a los cambios geopolítico - estratégicos, desde los siglos XVI al XVIII en que éramos el centro del mundo. La Revolución francesa y sus consecuencias nos desplazó a ser un apéndice casi sin importancia en la historia reciente.

Con la excepción de las legislaturas de Aznar, ni se nos llama para pedir opinión. Un ejemplo lo tenemos ahora. Sanchez mendiga entrevistas con Biden que son de segundos. En aquel tiempo el error fue no consensuar la política exterior, de acuerdo con nuestros intereses económicos y nacionales entre los dos partidos mayoritarios.

Por eso, cuando cambia el Gobierno con Zapatero se da un giro copernicano, que nos hizo perder la credibilidad ante aliados y enemigos. Ahora hay una oportunidad de recomponer la figura.

Pero la última decisión del presidente Sánchez sobre la cuestión saharaui tomada a solas, sin consultar siquiera a sus aliados de Gobierno indica que no hemos aprendido nada.

¡Pobre España, tan lejos de Bruselas-Washington y tan cerca de Rabat!

*** J. R. Pin es profesor del IESE.