Según el Gobierno la Plataforma de los transportistas es de "extrema-derecha". Porque el Gobierno es, en teoría, "progresista" y no puede entender que los "obreros o autónomos" estén en su contra. En ese sentido, si el Gobierno hubiera sido del PP tendría que haber calificado a los que se movilizan de "radicales de izquierda". Un error en uno y otro caso.

Los sindicatos nacieron incómodos para el poder. La razón de su origen es la protesta por las inhumanas condiciones de trabajo. Su nacimiento no se debe a que los obreros fueran intrínsecamente perversos y quisieran fastidiar a un poder o que éste fuera bondadoso. Más bien al contrario. Fuera este tanto empresarial, como estatal.

Por eso, la reacción del Gobierno es la propia de quienes no han tenido que bregar con sindicatos durante su vida profesional. El sindicalista de verdad es respondón por naturaleza. Al contrario que el paniaguado que vive de los Presupuestos Generales del Estado.

El sindicalista de verdad es respondón por naturaleza. Al contrario que el paniaguado que vive de los Presupuestos del Estado

La posición de este Gobierno con la Plataforma en Defensa del Transporte ratifica que están acostumbrados a "sindicatos amigos", conchabados con el poder. Poder del que los sindicatos "oficiales" obtienen pingues beneficios para sus estructuras burocráticas (incluidos los económicos).

Por lo demás, la liturgia de una negociación sindical es siempre la misma.

Ahora que el presidente ha dicho que no se van a levantar de la mesa hasta llegar a un acuerdo, conviene que se lo recordemos al Gobierno.

Se empieza con el cambio de papeles. El sindicato anuncia que la situación de los trabajadores, en este caso autónomos, es insostenible. Pero que su intención es resolverla por el bien de la empresa, el organismo oficial o el país en general. La parte contraria afirma que su interés fundamental es el bienestar de los defendidos por el sindicato.

El siguiente paso es el tanteo. Hablar de todo sin concretar nada. Se trata de intuir las verdaderas intenciones de la parte contraria y dar señales de las propias. Pero sin comprometer nada. 

Avanzado el proceso empiezan a aparecer las ofertas. Siempre condicionadas al "gran sí". El camino está lleno de frases como: "estaríamos dispuestos a considerar... Si llegamos a un acuerdo en...”. Se inicia el toma y daca.

En un momento determinado aparecen claras las plataformas de una parte y la otra. Una vez perfiladas empieza el intercambio. Se acepta una propuesta de uno a cambio de otra del otro. Siempre respetando aquellos términos que cada parte considera vitales; en los que no puede ceder. Si el intercambio es razonable se llega al acuerdo y la firma.

Pero si no se sabe qué es lo vital para cada parte, o no se quiere reconocer, no habrá acuerdo.

En el caso de éste Gobierno lo vital es que el transporte se regularice. En el caso de la Plataforma es que se les reconozca su papel negociador. Si el Gobierno no tiene en cuenta esto, difícilmente podrá conseguir un acuerdo razonable. Por eso el que consiguió el lunes pasado fue en vano. No lo firmo con el interlocutor adecuado.

Cuando se trata de una negociación en el "servicio al público", además, hay un factor externo muy importante. Es la batalla en los medios de comunicación que conforma el poder 'sentido' por cada parte y el que le 'otorga' la otra. La parte que gana esa batalla llega a la negociación con ventaja.

La Plataforma del Transporte tiene de momento ese poder; está ganando esa batalla. Pero la opinión pública y la publicada son dinámicas. Habrá que seguir su evolución y su influencia en la negociación. Si la Plataforma comete errores puede perder el apoyo público. Entonces irá debilitada a la negociación. Puede incluso que tenga que desconvocar la huelga sin llegar a sentarse en la mesa. Es lo que espera el Gobierno.

Pero si los efectos del desabastecimiento empiezan a ser dramáticos, no ganaremos ninguno. Tampoco los transportistas, ni el Gobierno.

Por el bien de todos conviene que cuanto antes se llegue a un acuerdo.

Para eso se necesitan negociadores duchos. Acostumbrados al proceso descrito. Aunque, de momento, en el Gobierno lo que parece haber es representantes inexpertos alérgicos a los sindicatos incómodos.