A Mario Draghi le han encargado la formación de nuevo gobierno en Italia.

¡Pobre Draghi! No puede negarse, pero él sabe, como sabe todo el mundo, que cuando un directivo con buena reputación se pone al frente de una empresa que la tiene mala, la reputación de la empresa es siempre la que prevalece. Al fin y al cabo, Italia ¡solo! ha tenido 66 gobiernos en los últimos 75 años (un gobierno diferente cada 14 meses escasos).

Draghi tendrá que enfrentarse, como el resto de los gobiernos, al dilema de elegir entre dos bienes públicos: dejar que la economía crezca (y acabar con el cierre por decreto de los negocios) o hacer prevalecer de manera drástica la lucha contra la COVID-19, permitiendo que, mientras tanto, la economía italiana siga en recesión, a la vez que empeoran las condiciones de partida para cuando la pandemia haya pasado.

También puede ir a soluciones intermedias y, para eso, tendrán que invitarle a venir de observador a Madrid.

Como italiano, tiene un ejemplo histórico y cercano en el que inspirarse: entre 1629 y 1631, la República de Venecia tuvo que enfrentarse, primero, a una hambruna, y después, a un brote de peste bubónica que liquidó a un 30% de la población, actuando, en el aspecto fiscal y monetario, como si el mismísimo Draghi hubiera estado entonces al frente de las finanzas de su “Serenissima Signoria” (que es como se conocía al gobierno veneciano).

Es decir, decidió actuar como Draghi hace diez años: inyectando liquidez, sin preocuparse de si la inflación se podía desbocar o no, y sacando de apuros en la medida de lo posible a sus ciudadanos, a la vez que implantaba medidas de confinamiento que ya estaban legisladas en Venecia desde dos siglos antes pero que dañaban gravemente la marcha de la economía de la República. Ante esto, los comerciantes expresaban sus quejas con idénticas palabras a las de ahora: “va a matar más gente el cierre de la economía, con sus efectos de desempleo y hambre, de lo que lo haría la peste bubónica”.

Como se ve, ¡nada nuevo bajo el sol!

Igual que en la Venecia del siglo XVII, la alternancia cíclica entre el aumento de la igualdad y de la desigualdad, determinará el rumbo político.

El Senado de Venecia aprobó, pues, medidas que, si entonces eran casi inéditas, ahora son bien conocidas: subsidiar a los sectores afectados por los confinamientos y lanzar programas de obras públicas para generar empleo. La inflación se desbordó finalmente, cuando lo peor ya había pasado, pero el temor de su Serenissima Segnoría a los disturbios era mayor que el que tenía a la depreciación de su moneda y a la inflación (al menos en el corto plazo).

Todo ello contribuyó a reducir de forma inmediata la desigualdad, así como a incrementarla a largo plazo, tal y como explican Charles Goodhart y otros en un artículo publicado la semana pasada.

La resolución con mayor o menor fortuna de ese dilema, y el éxito o fracaso de la propaganda correspondiente de los partidarios de cada alternativa, determinará el rumbo político de cada país en los próximos años.

Por ahora, en España, la disyuntiva ya ha provocado que la “jefa de la oposición” sea la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con un planteamiento en que le ha ganado de momento la pelea al gobierno central por incomparecencia de éste, que ha preferido inhibirse y dejar que los gobiernos regionales decidan cada uno por su cuenta, dentro del marco de un toque de queda tope que sí es decisión suya.

Pero, es más, Ayuso dicta, dentro de sus competencias, o señala desiderativamente en lo que no le compete, la política que el gobierno central (y otros gobiernos regionales) termina adoptando con tres o cuatro meses de retraso, desde mascarillas FFP2 hasta controles en los aeropuertos; desde test de antígenos a gogó a realización de los propios tests en las farmacias o a la creación de un hospital-pandemias. Y así sucesivamente...

La depreciación incontenible de la moneda que tuvo lugar en Venecia como consecuencia de esas políticas, parece que no se va a dar en Europa.

Debe tratarse de un caso inédito en el que una líder regional y jefa de la oposición solo de hecho, dicta la política sanitaria de un gobierno central de derecho. 

En lo que ambos, Sánchez y Ayuso, muestran, por suerte (y por la cuenta que nos tiene) su acuerdo, es en que se haga lo que ya hizo la República de Venecia: la abundancia de liquidez (algo que viene condicionado por la pertenencia a la zona euro y que, por tanto, ha decidido casi de oficio el Banco Central Europeo, acostumbrado, gracias a Draghi, a no tenerle miedo a este tipo de audacias) y los subsidios a los sectores afectados por el cierre de los negocios, así como la utilización de los fondos de la Unión Europea para inversiones que ceben la bomba del crecimiento de largo plazo.

La depreciación incontenible de la moneda que tuvo lugar en Venecia como consecuencia de esas políticas, parece que no se va a dar en Europa: por ahora más bien se diría lo contrario, ya que el euro se ha apreciado frente al dólar un 15% en algunos momentos de los últimos doce meses.

Tampoco es previsible un aumento estructural de la inflación, aunque el hecho de que el precio del conjunto de las materias primas se haya recuperado totalmente respecto a cómo estaba hace un año justo (después de la fuerte caída de la primavera pasada) hará que las tasas anuales de variación de los precios de algunos sectores (alimentos y energía fundamentalmente, con sus respectivos 6,1% y 15,9% de incremento en lo que va de año 2021) suban y provocará transitoriamente que la inflación este año pueda desbordarse: en España, de hecho, ya ha pasado del -0,5% de diciembre al +0,6% de enero, y en Alemania de -0,3% a +1%.

Tampoco parece que vaya a quebrar el Banco Central Europeo, cosa que sí sucedió en Venecia en aquella ocasión con el que podría ser el equivalente veneciano a un banco central: el Banco de Giro, también conocido, a veces, como Banco de Venecia, cuyo origen se remonta al año 1171 (para situarse: ¡solo 72 años después de la muerte del Cid!).

Por debajo de la superficie, ahora, igual que en la Venecia del siglo XVII,

la alternancia cíclica entre el aumento de la igualdad y de la desigualdad, determinará el rumbo político y el bienestar de todo el globo, en general, y el de Occidente y Europa en particular. Muy pocos años antes de lo que venimos relatando, una italiana (de armas tomar, exreina consorte de Francia y una de cuyas hijas fue reina consorte de España) Catalina de Médicis, le escribía a su hijo el rey estas palabras: «Está en puertas una revuelta general. Cualquiera que le diga lo contrario es un mentiroso».

También le decía a ese mismo hijo y rey Enrique III de Francia: «Ten cuidado, especialmente de su persona. Hay tanta traición que me muero de miedo».

Cuídese Draghi. Cuídese Ayuso. Cuídese Pedro.