España cerró 2020 con una caída del PIB del 11%, la mayor desde 1936 y la más alta de las economías desarrolladas. Esta tesis se formuló desde estas mismas páginas al iniciarse la pandemia y fue descalificada como catastrofista por el consenso. El crecimiento del IV trimestre confirma la perdida de pulso de la economía y anticipa una contracción del PIB en el I trimestre de este año.

Por su parte, los datos de empleo-paro conocidos esta semana son malos, pero no reflejan la realidad del dramático panorama laboral al no incorporar a las cifras oficiales de desempleo, los 755 españoles acogidos a ERTE, que son de hecho, aunque no de derecho, parados y cuya reincorporación al mercado de trabajo a lo largo de estos años es un ejercicio de fe. Por añadidura, la evolución del número de horas trabajadas muestra un descenso de la productividad del factor trabajo; hecho inaudito en una recesión.

Si se tiene en cuenta que los datos ofrecidos por el INE son un avance, no cabe descartar una revisión del crecimiento a la baja en los últimos tres meses del año. La mayoría de los datos recogidos por la agencia estadística del Estado son de noviembre e incluso de octubre y los indicadores avanzados auguraban un incremento negativo del PIB en el postrero trimestre de 2020. Pero esto es poco relevante.

Lo sustancial es el empeoramiento de las expectativas económicas para 2021 y la probable consolidación de un ciclo de crecimiento bajo que dado el desplome de 2020 se traduce de facto en una situación de estancamiento.

El hipotético crecimiento del IV trimestre se ha producido por el suave aumento del consumo, sostenido por la transferencia de rentas realizada por el Gobierno a las familias y por la expansión del consumo-gasto público. La evolución del resto de las variables -exportaciones e inversión- ha sido negativa. Esto indica la precariedad del momento económico español.

Esa visión negativa se ve fortalecida por la política económica del Gobierno y por el impacto de ésta y de la coyuntura sobre los desequilibrios macroeconómicos.

La tesis según la cual una amplia vacunación de la población se traducirá en una expansión de la demanda interna es cuestionable. Por un lado, el paro, las subidas impositivas, las posibilidades de ir a él, el descenso de la riqueza y el aumento de la deuda de los hogares incentivan el ahorro-precaución; por otro, las malas perspectivas, las quiebras empresariales, el alto endeudamiento, las alzas impositivas etc. no permiten contemplar un repunte significativo de la inversión.

Esa visión negativa se ve fortalecida por la política económica del Gobierno y por el impacto de ésta y de la coyuntura sobre los desequilibrios macroeconómicos. El Plan de Recuperación enviado por el Gobierno a Bruselas parece, porque de manera incomprensible no es público, incluir la derogación de facto de la reforma laboral de 2012 y unas medidas en el ámbito de las pensiones que no garantizan la sostenibilidad financiera del sistema.

Por supuesto no hay iniciativa alguna que apunte a una estrategia de consolidación presupuestaria ni a liberalizar los mercados para estimular la oferta productiva. Si la Comisión Europea aprueba el plan gubernamental o lo modera, el resultado es el mismo: un freno a la recuperación. A esto se añaden las brillantes medidas de intervención en los mercados y de subidas de impuestos decretadas hasta ahora.

Las previsiones macro del Gobierno que nunca fueron creíbles, son una broma de mal gusto en estas circunstancias.

Estos sencillos apuntes sugieren, ceteris paribus, tres cosas: primera, un crecimiento del PIB en 2021 muy débil, 3-4 por 100; segunda, el binomio déficit-deuda no flexionará a la baja; tercera, el paro seguirá incrementándose. Las previsiones macro del Gobierno que nunca fueron creíbles, son una broma de mal gusto en estas circunstancias. No hay factores macro ni microeconómicas que permitan tener optimismo alguno. Crecer por debajo del 5 por 100 y, no lo duden, con tendencia a hacerlo por debajo de esa tasa en 2022 es un fracaso absoluto.   

España va por mal camino. Se está produciendo una profundización en un modelo estato-intervencionista, que ya constituía un freno para crecer y mantener los equilibrios macro antes de la crisis... Esta no es una afirmación de naturaleza ideológica o partidista, sino técnica, avalada por la teoría y la evidencia. Ninguna economía ha salido de una recesión y ha iniciado una reactivación vigorosa con más gasto, más impuestos, más regulaciones. Esto es indiscutible y es de una extraordinaria ceguera insistir en esa dirección.