La semana pasada el Consejo Europeo conseguía desactivar el veto de Hungría y Polonia a la aprobación de su Presupuesto plurianual y a la puesta en marcha de los fondos extraordinarios para aliviar los efectos de la pandemia.

La reacción de George Soros (actual pimpampum de algunas de las posiciones políticas más extremas y conspiranoicas) no se hizo esperar ya que en cuestión de horas publicaba un artículo bajo este titular tan poco comedido: 'El coste de que Merkel ceda al chantaje de Hungría y Polonia', en el que se desataba, llamando a esos dos países “rogue states”, que viene a ser algo así como calificarlos de estados delincuentes.

¡Qué aguafiestas!, justo ahora, cuando Hungría y Polonia acababan de reconocer que, como diría Lorelei Lee (en 'Los caballeros las prefieren rubias') los dineros son los mejores amigos de los gobiernos… 

La expropiación silenciosa del ahorro no es más que una transferencia de recursos de quien tiene ahorro acumulado a quien tiene deudas contraídas.

¡Hasta en estas tensiones se nota que en Europa está naciendo una Federación! Pues no otras eran las tensiones que sufrieron los Estados Unidos de América entre sus dolores del parto.

En 1787, el pequeño estado de Rodhe Island se oponía a la que sería aprobada como Constitución de los EE.UU. A raíz de eso, y haciendo juegos de palabras baratos, empezó a llamársele “Rogue Island” o “Isla delincuente”. En los periódicos también se les llamaba “la hermana perversa” o “la quintaesencia del mal”. Y todo por haberse negado a enviar delegados a la Convención Constitucional. De hecho, fue el último estado en aprobar la Constitución americana, más de un año después de que entrara en vigor.

Decía Marcel Proust que las palabras excesivas son letras de cambio que se nos estarán pasando al cobro el resto de nuestra vida. Es algo que llamaba mucho la atención de los observadores internacionales durante el tiempo de la II República Española, un exceso de verbosidad que ellos calificaban de decimonónica. De ahí que los políticos actuales (y algunos intelectuales y financieros, como es el caso de George Soros) empiecen a parecer “derelictos de un siglo arrojados por las olas del tiempo en las orillas de otro siglo”.

La plaga se ha extendido a los EE.UU. donde los republicanos están acusando en estos días a los demócratas de haber dado un golpe de estado mediante un “pucherazo” en las elecciones presidenciales del mes pasado, a la par que los demócratas les dicen que el golpe de estado lo están intentando dar ellos, encabezados por Donald Trump, al cuestionar en los tribunales la limpieza del resultado que dieron las urnas el 3 de noviembre.

¡Aquí ya nadie de deja ahorcar por menos de un golpe de estado!

Menos mal que el Plan de Recuperación y Resiliencia de la Unión Europea ya sale adelante, aunque con unas cautelas que retrasan su ejecución a dentro de al menos seis meses. Para entonces, el mal que viene a remediar tendrá ya un año y medio de vida, por lo que, entretanto, tendrá que ser el Banco Central Europeo (BCE) el que alivie el estrés presupuestario que origina el exceso de gasto de los estados menesterosos como el español o el italiano. Con ese fin ya acaba de ampliar, también esta misma semana, en medio billón de euros más, su arsenal de dinero creado de la nada.

Los políticos actuales (y algunos intelectuales y financieros, como es el caso de George Soros) empiecen a parecer “derelictos de un siglo arrojados por las olas del tiempo en las orillas de otro siglo”.

¿Cuál es el porvenir que nos espera? Es la pregunta preferida de todo el mundo en este momento. ¡Queremos saber! Hasta en Cataluña se oye ya más en estos días el “vulem saáp” que el “vulem vutá” …

Pues bien, el futuro no es tan oscuro ya que deja entrever, además de otras facetas de la cruda realidad, dos que son muy buenas y dos más que no lo son tanto. Por decirlo suavemente.

Vayamos con las buenas. Se expresan de una manera muy simple: la pandemia ha acelerado, como todo el mundo sabe, la adopción del teletrabajo, que es de esperar que conduzca a un gran aumento de la productividad en los años venideros, lo que, a su vez, será la apoyatura para un nuevo y previsible aumento de la prosperidad. En EE.UU. ese aumento de la productividad ya ha empezado a notarse, tras doce o más años de resultados muy malos en ese terreno, comparables (o incluso peores) a los de los años 1970s, lo que ya es decir.

La prueba del nueve de la prosperidad económica es siempre la capacidad de las economías de volverse más productivas. La capacidad de producir más, con menos recursos.

La otra faceta que va a ayudar a las economías a salir de esta crisis es que durante los próximos diez años los costes financieros de los estados, empresas y familias van a ser nulos o casi nulos. Para ello basta fijarse en que ya hay más de 20 billones de deuda emitida en el mundo con rentabilidades negativas: en esta misma semana, el Tesoro español ha podido emitir deuda con vencimiento a diez años con rentabilidad negativa por primera vez, aunque, para plazos más cortos, ya llevaba más de cinco años emitiéndola con semejante bicoca. Con esto, el coste medio de la deuda pública española es ahora de 1,86% (era del 4,52% al iniciase la crisis financiera y del 5,4% en 2002).

Las facetas negativas del mundo que viene también son muy evidentes: más capitalismo de estado y más expropiación silenciosa del ahorro.

En realidad, es una adaptación involuntaria al modelo chino, aunque, al menos por ahora, salvaguardando la democracia. Allí, en China, la asombrosa expansión económica de los últimos 20 años se ha basado, entre otras cosas, en la “represión financiera”; es decir, en pagar intereses bajos a los impositores por sus depósitos en los bancos y así poder financiar a bajo coste las ineficientes industrias tradicionales del país.

En Occidente, esa expropiación silenciosa del ahorro ha tenido una versión mucho más virulenta desde el punto de vista cosmético ya que, en China, al menos los tipos de interés nominales que se han venido pagando en estos 20 años atrás eran positivos. En Europa, los tipos son, o bien negativos, o bien 0%.

Esa expropiación silenciosa del ahorro tiene una faceta visible y otra invisible. Los pequeños ahorradores solo perciben que el dinero en el banco ya no les renta nada (la faceta visible) mientras creen que aún no son víctimas de los tipos de interés negativos (es decir, que les cobren por tener el dinero en el banco; aunque las comisiones auto-compensatorias que les cargan los bancos vayan en aumento) pero, a poco que el ahorro haya ido a fondos de inversión, fondos de pensiones o productos de seguros, ya están sufriendo, sin darse cuenta (de manera invisible, pues) el que les estén cobrando, en su parte alícuota, un 0,5% por el exceso de liquidez que esos fondos de inversión, de pensiones o compañías de seguros mantengan con su banco depositario.

Para hacerse una idea: si el saldo actual de dinero depositado por los bancos en la facilidad de depósito del BCE se mantiene constante durante un año, la expropiación silenciosa e invisible de ahorro a los europeos por esa vía será de 3.000 millones de euros.   

En realidad, la expropiación silenciosa del ahorro no es más que una transferencia de recursos de quien tiene ahorro acumulado a quien tiene deudas contraídas, llámense éstos últimos, familias con una hipoteca, o empresas y estados con necesidades financieras. Algo llamativo, que los estados laicos de hoy estén aplicando los viejos preceptos de la Biblia, desde el Deutoronomio hasta el Levítico, que dicen que hay que perdonar las deudas cada siete o cada cincuenta años, respectivamente.

La crisis económica derivada de las medidas de confinamiento adoptadas para contener la pandemia también ha acelerado el parecido con el modelo de crecimiento chino: los gobiernos, acertadamente, se están empleando a fondo para salvar a compañías importantes (piénsese en las aerolíneas) o a sectores enteros de sus respectivas economías. Es algo que ya se inició con motivo de la crisis financiera (bancos) de hace doce años y que se ha intensificado ahora, en una deriva creciente hacia lo que suele llamarse “capitalismo de estado” y que no solo afecta a la actividad económica sino a todos los órdenes de la vida, en un momento como éste en que el gobierno da normas sanitarias incluso para orientar cómo hay que sentarse a la mesa en Nochebuena, guardando las distancias con familiares y allegados. Algo que es de esperar que sea transitorio, como deben de serlo las normas extraordinarias que se aplican en todas las situaciones de emergencia. Aunque habrá quien, entre los gobiernos, le coja gusto a la cosa…

Estamos llegando al extremo de uno más de los movimientos pendulares que siempre se han sucedido a lo largo de la historia. Con suerte, los saltos de productividad, junto con los bajos o nulos costes financieros, van a sentar las bases de la prosperidad futura, una vez superada la COVID-19.

De momento, hay que congratularse de que la sangre no haya llegado al río con Hungría o con Polonia. Parece que, como también argüía la mismísima Lorelei Lee, a fin de cuentas, ¡las cosas siempre acaban saliendo bien!