Con motivo de la próxima llegada a España de una enorme cantidad dinero en forma de subvenciones que no hay que devolver, todos los intereses creados públicos y privados están nerviosamente activos para participar en su reparto.

Ya sabemos lo que sucede en estos casos: los más listos y amigos del Gobierno se llevarán la mayor parte y, por supuesto, su distribución tendrá muy poco que ver con los verdaderos intereses  estratégicos de la nación.  Los socios del Gobierno, sus partidos, sus ONG´s, los lobbies más importantes y los espabilados de siempre se disputarán el reparto. Incluso se podría añadir aquel dicho gitano según el cual “quien no tiene padrinos no se bautiza”.

Entre quienes no están apadrinados, se encuentra en primer y muy destacado lugar la innovación tecnológica, tan pobremente existente en España como nulamente representada en estos repartos; sobre todo la verdadera, es decir, la que no anida en las grandes corporaciones, sino que se busca la vida como puede.

Es bien conocido que las grandes transformaciones tecnológicas del mundo, la innovación disruptiva que descubriera Clayton M. Christensen en su memorable The Innovator´s Dilema (1997),  raramente se crea en las grandes empresas y por supuesto aún menos por el Estado como sostiene el ídolo progresista Mariana Mazzucato.

Para Christensen, la I+D de las grandes empresas sirve para las tecnologías sostenibles mientras que las tecnologías disruptivas emergen fuera de la industria y al margen de los líderes incumbentes. Tal es así, que las grandes corporaciones tecnológicas siendo incapaces de generar tecnologías disruptivas -su organización interna las hace imposibles– dedican cada vez más recursos a adquirirlas fuera, hasta el punto de gastar mucho más en estas adquisiciones que en su propia I+D.

Por otra parte, está de moda entre los progresistas la peregrina tesis neomarxista de la economista Mazzucato, según la cual sin las invenciones científicas financiadas por el Estado no disfrutaríamos de las actuales innovaciones tecnológicas: por ejemplo el iPhone. Es decir, el mas genial y mejor empresario schumpeteriano de la historia, Steve Jobs, fue un peón irrelevante frente al imprescindible protagonismo del Estado cómo  generador  de ciencia básica.

Las grandes corporaciones tecnológicas siendo incapaces de generar tecnologías disruptivas -su organización interna las hace imposibles– dedican cada vez más recursos a adquirirlas fuera

Cualquier estudioso serio, no los populistas mazzacutianos de última hora, sabe la distinción entre la invención y la innovación, así como que lo que mueve el mundo es la segunda y no la primera.

La URSS produjo alguna ciencia e invención posiblemente interesantes, pero ninguna innovación; y así les fue, de mal. Siglos atrás la China imperial también produjo invenciones –la pólvora, las gafas para la vista cansada y el reloj, por ejemplo– que bajo el dominio del Estado no se convirtieron en innovaciones; al contrario de Europa donde el libre mercado y el espíritu empresarial las difundieron de inmediato.

Los estudios más concienzudos de la I+D ponen de manifiesto que las intervenciones estatales, en su inmensa mayoría son superfluas y redundantes,  y que el Estado puede quizás inventar, pero jamás innovar como sucediera en la URSS  y China. De hecho se puede constatar que la innovación se produce, no gracias al Estado, sino a pesar de él que con sus actuaciones normativas en contra del libre mercado y en defensa de los intereses creados –lobbies y capitalismo de amiguetes- opone obstáculos por doquier a la creatividad empresarial que pone en cuestión el status-quo.

El premio Nobel de economía de 2018, Northaus, junto con Romer, ambos grandes  especialistas en el crecimiento endógeno –el basado en la innovación- de la economía, sostiene que las empresas innovadoras apenas capturan el 2% de los retornos de sus innovaciones, yendo la mayor parte a los consumidores. Pues bien, a pesar de estas obvias evidencias empíricas, la populista Mazzucato echa en cara a “los Steve Jobs”, que se aprovechen del Estado, cuando lo que hacen con su formidable espíritu empresarial es beneficiar a la humanidad con sus innovaciones, que jamás gobierno alguno pudo desarrollar.

Puesto que se ha comentado que Mazzucato estaría asesorando al Gobierno para utilizar los fondos europeos a favor de la innovación y de un nuevo modelo productivo, y ya sabemos por todo lo dicho que el Estado lo único que puede hacer es estorbar la verdadera innovación que crea riqueza y puestos de trabajo mientras hace felices a los consumidores, quizás sea un buen momento para aportar ideas realistas,  no ensoñaciones socialistas,  para un seguro buen uso de al menos unas migajas del banquete europeo.

Estando fuera de toda discusión que la innovación tecnológica es la palanca del crecimiento económico –el famoso premio Nobel, Salow, la valoró en un 85% de este— y a su vez que España es particularmente débil en esta materia, ¿por qué no ensayar con las migajas del maná una nueva estrategia de éxito garantizado?. Veamos en que consiste.

Se trataría de crear un fondo de inversión en nuevas empresas dedicadas a la innovación tecnológica a las que se asignarían recursos suficientes para pagar, durante al menos cinco años, los costes salariales del personal investigador. De este modo: 

- Se garantizaría la continuidad del equipo investigador y permitiría apurar todas sus posibilidades de éxito en el mercado, ya que la experiencia demuestra que este, si se alcanza, suele tardar más tiempo del inicialmente previsto.

- En el caso de fracaso, la inversión habría servido para capitalizar tecnológicamente España, ya que cuanto más profesionales de alto nivel de formación tecnológica tengamos mas posibilidades habrá de desarrollar proyectos propios o inversión extranjera intensiva en este tan esencial como escaso y valioso recurso.

La cuantía de este fondo  podría nutrirse de un pequeño –incluso ínfimo– porcentaje de los proyectos de inversión financiados con  fondos europeos y debería, obligatoriamente, estar administrado por un comité de reconocidos expertos en la materia, justamente lo contrario de las comisiones -incluida la secreta del COVID- que suele crear el Gobierno.

Siguiendo las experiencias muy consolidadas de la industria de capital riesgo de EEUU, es altamente probable que la tasa de retorno de esta inversión en un plazo de 10/20 años sea incomparablemente mayor que la de todos los demás proyectos en juego.

¿Quién puede estar en contra de esta propuesta y por qué?

Sirva este alegato en nombre y  defensa de los huérfanos –de representación– de la innovación tecnológica, para llamar la atención de los políticos y la sociedad  sobre el siempre ignorado y mejor porvenir posible para España.