Los anglosajones tienen una exclamación mucho más corta y expresiva que la que usamos en castellano para decir que ¡hay que ver lo que cambian las cosas en un año!: “what a difference a year makes!”.

¡Lo que cambian… y lo poco que cambian a la vez!

El año pasado por estas fechas estábamos comentando que en Hong Kong se había hundido el turismo por causa de las tensiones extremas a que había llevado la revolución de los paraguas, hasta el punto de que se podía conseguir una habitación en un hotel por apenas seis euros diarios.

Un año después esa revolución ya se ha extinguido, aunque todavía se puede conseguir una habitación de hotel por once euros la noche. Porque, ¿quién quiere ir a Hong Kong en estos días, pasar por las horcas caudinas del test PCR en el aeropuerto (con su espera de 12 horas correspondiente, tras un vuelo de 18 horas) y la cuarentena posterior de 14 días? No es extraño que su PIB cayera un 9,1% anual en el primer trimestre del año 2020 y también un 9% en el segundo, aunque en el tercero se haya suavizado ya la caída (-3,5%).

Hace un año justo medio mundo estaba alborotado y el otro medio estupefacto por la subida en carne mortal a los altares de Greta Thunberg que encabezaba un movimiento de masas autoproclamado Extinction Rebellion, o de rebelión contra la extinción que iba a provocar el calentamiento global.

Anticipo macabro

Hoy, con un millón y medio de víctimas extinguidas por la Covid- 19, aquella rebelión contra la extinción parece ser un anticipo macabro de la extinción que ya estaba comenzando en China. Han cambiado mucho las cosas, pero la amenaza de extinción se ha manifestado de forma más acuciante de lo que la profetisa calculaba o intuía.

En noviembre de 2019 todo el mundo exhaló un suspiro de alivio porque reino Unido y la Unión Europea habían alcanzado por fin un Acuerdo para llevar a cabo la decisión alcanzada en referéndum y conocida como 'brexit'. Parecía un cambio enorme, después de tres años y medio agónicos en la política británica, con dos elecciones al Parlamento incluidas y con un país dividido hasta en la manera de dar los buenos días.

Pues bien, un año más tarde todo ha vuelto a cambiar, para volver al punto de partida: Boris Johnson ha decidido echarse atrás en aspectos clave del Acuerdo y, a solo cinco semanas de la fecha límite para la salida desordenada de Reino Unido de la Unión Europea, ha decidido despedir a su ideólogo del 'brexit' y nadie, ni él mismo, sabe ya qué es lo que quiere (al menos, eso es lo que opinan hasta sus más próximos).

La pandemia y los giros teatrales de guion han conseguido que hasta los operadores del mercado de divisas de Londres hayan decidido arrojar la toalla y no se atrevan a tomar posiciones en favor o en contra de la cotización de la libra esterlina, tras haberse pillado los dedos con ella por esos giros inesperados.

Sin embargo, a pesar de lo complicada que está la negociación, y ya en tiempo de descuento para el 'brexit', hay algo que parece claro: el declive secular de la libra esterlina que se inició hace 100 años (cuando la libra cotizaba a 4,88 dólares en los mercados de cambio) va a continuar. Frente al euro es difícil que vaya a caer por debajo de la paridad (una libra equivalente a un euro) aunque una salida caótica de la Unión Europea hace posible incluso eso.

Reserva Federal

Los cambios catastróficos que se han producido en los doce últimos meses venían, sin embargo, siendo anunciados no solo por los profetas del Apocalipsis calórico sino por algo mucho más municipal y espeso como es la actividad de los creadores de dinero, los bancos centrales. En el caso de la Reserva Federal esa actividad la provocó algo muy inquietante y, por tanto, cuasi premonitorio, como fue la necesidad de tener que inyectar enormes cantidades de fondos en los mercados de dinero de Estados Unidos (técnicamente en el mercado de 'repos', donde se vende deuda pública de EEUU a plazos muy cortos y con pacto de recompra).

La necesidad se manifestó de forma muy virulenta en el mes de septiembre de 2019 y tuvo un elemento de intriga a la altura de la mejor novela policíaca, y es que nadie entendía qué era lo que estaba pasando. Un mercado monetario tan importante como el de los 'repos' había dejado de funcionar normalmente y nadie, ni dentro ni fuera de la Reserva Federal, entendía por qué.

El Banco Central Europeo tuvo que iniciar una política monetaria más laxa también solo un mes después y todo ello, visto desde ahora, parecía el ensayo general de lo que iban a tener que hacer todos los bancos centrales, en condiciones mucho más dramáticas, en marzo de 2020, con los mercados financieros en convulsiones por la pandemia.

Doce meses más y todo ha cambiado radicalmente en esos mercados, a la vez que todo sigue igual en ellos: siguen necesitados de la liquidez descomunal que les proporcionan los bancos centrales y sin que haya una expectativa de que, a corto plazo, vayan a poder prescindir de ella.

En noviembre del año 2019 aún se miraba a Grecia como a esa tierra baldía que había dejado atrás Varoufakis, asfixiada por la enorme deuda pública que habían acumulado los gobiernos anteriores a él, con la inestimable ayuda de los bancos de negocios norteamericanos y de los bancos comerciales alemanes, y acuciada por la llegada masiva de inmigrantes a través de Turquía, además de amenazada militarmente por ésta.

Parece asombroso que 200 años después de que Lord Byron anduviera pegando escopetazos en la guerra por liberar a Grecia del Imperio Otomano sigan las tensiones militares entre dos socios de la OTAN que ya se las han tenido tiesas en diferentes momentos a lo largo del Siglo XX por un quítame allá esas pajas en Chipre. Como si estuviéramos en vísperas de otro Lepanto.

Por cierto, que, mañana 24 de noviembre, se cumplen 451 años de la salida desde el Puerto de Mesina de un barco español cargado de explosivos y con 50.000 escudos en mercancías con que disimularlos. Era el año de gracia de 1569 y el objetivo era volar el arsenal de Estambul. La empresa fracasó. Solo faltaban dos años para la batalla de Lepanto. Lo más chusco de esa historia plagada de elementos rocambolescos era el nombre del barco: El Cuñado. ¡Se ve que los cuñados no tenían tan mala prensa entonces como ahora!

Continuando… Sin embargo, y a pesar de las enormes dificultades geopolíticas y financieras, hoy Grecia no para, mientras que aquí estamos en Babia. No contenta con las anteriores ventajas fiscales que ha ido concediendo a quienes se domicilien para teletrabajar o disfrutar su pensión de jubilación desde allí, ahora también intenta atraerse al mundo del cine, de la televisión y de los videojuegos, con un programa de ayudas por valor de 75 millones de euros, mezcla de subvenciones y desgravaciones.

También hace un año la Comunidad de Madrid acababa de empezar a ser presidida por una desconocida y, para muchos, estrambótica Isabel Díaz Ayuso que, el mes pasado, estaba a punto de ser desahuciada políticamente tanto por el gobierno central (PSOE) como por su propio partido (PP) y por sus coaligados Ciudadanos, en medio de los errores que había cometido durante el verano, dejando que la Covid-19 se fuera de madre en Madrid.

Seis semanas después, Madrid es una ínsula, junto con las de Baleares y Canarias, donde la incidencia de la Covid-19 está entre las más bajas de toda España, lo que ha provocado que a fecha de hoy buena parte de las medidas que ella venía aplicando, o demandando, en el otoño hayan empezado a parecerle razonables al gobierno central, e, incluso, a ser imitadas por otros gobiernos regionales.

De modo que, en la práctica, ya no solo aparenta ser la verdadera líder de la oposición, sino que también parece que estuviera dictando la política sanitaria para el conjunto del país: cierres selectivos de los negocios aprobados ya en Cataluña; exigencia de PCRs en los aeropuertos, como en Hong Kong y medio mundo más, etc.

¡Qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!, hubiera exclamado Rosalía de Castro. ¡La virtual líder de la oposición, y miembro del PP, en un puesto de ministra de sanidad, también virtual y extramuros, de un gobierno del PSOE!

Lo que cambian las cosas en un año. Lo que cambian las cosas en un mes.