Es el calificativo de moda: “fallido”. A cada etapa le corresponde un adjetivo. Tras la Revolución de los Claveles, en Portugal, cuando una pelea tabernaria empezaba a subir de tono, se intercambiaban acusaciones de ¡fascista! entre los beodos enzarzados. A nosotros ahora nos ha tocado este apelativo de “fallidos”.

Ya sea Paul Krugman desde su columna en el New York Times bramando que “EE. UU. es un estado fallido”, o un profesor de Alemania (desde las páginas de un periódico suizo, el Neue Zürcher Zeitung) advirtiendo en el mismo tono que España también lo es.

Fallidos por aquí y fallidos por allá. Se ve que ninguno de los dos ha visitado un estado fallido de verdad. La tentación de despachar cualquier acumulación de problemas con afirmaciones campanudas como las mencionadas es siempre muy grande y propia de todos los tiempos.

Hace justo diez años lo normal era escuchar que el proyecto de moneda común europea estaba mal concebido y que, por tanto, era normal que hubiera resultado fallido. Si resultaba llamativo el que se dijeran cosas tan contundentes era simplemente porque no se suele mirar a la historia, donde se encuentran juicios taxativos del mismo tipo, bien o malintencionados, y dedicados a todo tipo de proyectos.

Así, François de Chateaubriand, tan solo dos años después de que George Washington hubiera sido elegido primer presidente de los EE. UU., y con motivo de su visita como aventurero a ese país en formación, hizo reflexiones que se podrían aplicar punto por punto a la Unión Europea, solo que con un toque de humor que no han imitado los críticos de la “Gran Europa”: “Es difícil crear una patria entre estados que no tienen una ninguna comunidad de religión ni de intereses... ¿Qué relación hay entre un francés de Luisiana, un español de las Floridas, un alemán de Nueva York, un inglés de Nueva Inglaterra, de Virginia, de Carolina, de Georgia, todos ellos considerados americanos? Uno es ligero y duelista; el otro católico, indolente y soberbio; el tercero luterano, campesino y sin esclavos; el otro anglicano y plantador con negros; el de más allá puritano y comerciante: ¡cuántos siglos se necesitarán para homogeneizar estos elementos!”.

Sin duda, Paul Krugman hubiera meneado la cabeza y hubiera exclamado: fallido, fallido… ¡Menos mal que viene en nuestra ayuda Galileo, con su “E pur si muove!” ¡Y vaya que se mueve! Tanto en esa República Aristocrática que son los EE. UU., en la que las dificultades políticas actuales son evidentes (pero de las que se saldrán de manera satisfactoria, como tantas veces ha sucedido) como en la Europa un tanto desgalichada que tenemos ahora y que trata de navegar las turbulentas aguas de la Covi-19 con un embrión de Tesoro Único que no acaba de arrancar (por no arrancar, no arranca ni su primer sucedáneo: el dinero común para la horrísona “resiliencia” con que se le llena la boca a nuestro mandatario máximo).

Pero de todo se sale. Quien tenga dudas que mire a Grecia.

Pero de todo se sale. Quien tenga dudas que mire a Grecia, a la que todo el mundo daba por fallida y fuera del euro hace solo cinco años y que, ¡ale hop!, hoy tiene tipos de interés no solo por debajo de los que paga el Tesoro de EE. UU. sino, incluso, negativos: ya hay quien le paga a la misma y pobre Grecia que un día estuvo en las manos irreverentes e incompetentes de Varufakis por tener el privilegio de prestarle dinero...

¡Ah! Y no solo eso, sino que el día menos pensado nos sorprenderá Grecia con que se habrá unido al club de las Irlandas, Luxemburgos y Holandas, y veremos al gobierno español rasgarse las vestiduras por la competencia fiscal desleal, pues esta misma semana los hasta hace poco desahuciados griegos han añadido una nueva ventaja fiscal a quienes se instalen allí para trabajar: solo tributarán por la mitad de lo que ingresen. En Grecia, como en la Comunidad de Madrid (a la que Íñigo Errejón también ha calificado de estado fallido y al frente de la que está la némesis de Sánchez) han comprendido, que es mejor el 50% de algo que el 100% de nada.

Las consecuencias de ser los últimos en todo a la hora de tomar medidas no tardarán en notarse. A ver si va a ser verdad lo de indolentes y soberbios…

Entretanto, y en mitad de la pandemia, todo el mundo sigue mirando y esperando directivas de esa organización internacional ¿fallida? que es la OMS que, diez meses después, ya empieza a ablandarse con el tema de los aerosoles como vía de contagio. Además, ha pasado por las fases más ridículas que imaginarse puedan, desde recomendar que no se cerraran las fronteras a los viajeros procedentes de China (en China, desde luego, muy inteligentemente, no han aplicado la reciprocidad con los viajeros procedentes del exterior) hasta negar lo imprescindible del uso de mascarillas (a pesar de que en China las llevaba todo el mundo) o a que sea considerado pecado mortal mencionar la palabra “Taiwan” dentro de su sede, a pesar de que el primer aviso de la epidemia lo recibieran desde allí y aunque la estrategia sanitaria de Taiwan haya sido la más exitosa de todas en la lucha contra la pandemia.

Una pandemia que hace que prácticamente todas las tácticas y estrategias para contenerla estén resultando fallidas en algún momento; que, por tanto, se está burlando de todas las precauciones y de todos los argumentos de la demagogia política de manera reiterada; y que, parar colmo, parece que lo hace rotatoriamente, con el fin de poner a todo el mundo en evidencia. Esta pandemia no va a dejar títere con cabeza.

Esta pandemia no va a dejar títere con cabeza

En enorme contraste con este ambiente funerario, el Ibex 35, así como los bancos que cotizan en él, entraban en pánico comprador los dos primeros días de la semana pasada (+12,24%) como alertados preventivamente para llevar la contraria a las ominosas advertencias procedentes del Banco Central Europeo (BCE) que llegarían casi simultáneamente. Por unos días, las bolsas europeas han preferido no mirar a otro tipo de “fallidos” que están esperando bajo la superficie pero que han salido a la luz, siquiera sea por un instante: los fallidos bancarios.

La premura de la situación, junto con la obligación para los gobiernos de tomar medidas de emergencia, ha hecho que esos fallidos pasaran al último lugar en la lista de prioridades, pero ahí están esperando, listos para tomarse su revancha.

Lo ha puesto de relieve el jefe de la Inspección del BCE, Andrea Enria, al advertir que la moratoria concedida a los prestatarios con motivo de la Covid-19 está enmascarando un problema de impagados que se les puede presentar de golpe a los bancos por préstamos que, conjuntamente, podrían ascender hasta 1,4 billones (trillion) de euros en la Eurozona. Es decir, un verdadero tsunami arremetiendo contra el sistema financiero europeo. Y eso a pesar de que el volumen de préstamos que gozaban de una moratoria descendió mucho durante el verano, aunque el BCE estima que sigue afectando a unos 320.000 millones de euros, tan solo en los 10 principales bancos de la Eurozona.

¡Lo que faltaba! Tras la crisis económica y sanitaria, una eventual crisis financiera con la que inicialmente no contábamos, dado que los bancos se habían saneado a lo largo de los diez últimos años. Pero la prolongación del cierre de los negocios y de las medidas para proteger a familias y empresas endeudadas están provocando un nivel de impagados temporales (que, probablemente, se convertirán en definitivos, al igual que muchos ERTE se terminarán transformando en ERE) de tal magnitud que, cuando se materialicen, los recursos propios de los bancos serán incapaces de absorberlos de golpe. O eso es lo que afirmaba el Sr. jefe de la Inspección del BCE.

¿Demasiado pesimista el pronóstico? Habrá que mirar a la exdesahuciada Grecia para tranquilizarse: todo termina teniendo remedio. No van a ser tiempos fáciles. Pero confiemos en que no fallidos.