La Encuesta de Población Activa (EPA) publicada este martes, pese a lo previsible del drama, nos ha mostrado, negro sobre blanco, la realidad de la crisis en la que estamos inmersos. La cálida satisfacción de la recuperación que acompañó a la desescalada de julio se vio prematuramente frenada por los rebrotes de agosto.

La EPA del tercer trimestre nos enseña que son casi 700.000 ocupados menos que un año antes, y por segundo trimestre consecutivo, aumentó el número de parados hasta los 3,72 millones, lo que no ocurría desde 2013.

La reducción del empleo ha afectado tanto a los autónomos como a los asalariados, y de forma mayor a los temporales que a los indefinidos. Pero como suele ocurrir en nuestras crisis recientes, la subida del paro se concentró entre los menores de 40 años, y el colectivo de los más jóvenes alcanza tasas de desempleo entre el 37% y el 56%, cifras que deben sonrojarnos.

Y eso que la tasa de desempleo seguro que no cuenta toda la historia completa del drama laboral de nuestros jóvenes. Una métrica más certera por considerar es el subempleo, que añade a las personas que están buscando trabajo activamente, aquellas que han abandonado activamente la búsqueda, y aquellas otras que trabajan a tiempo parcial cuando les gustaría trabajar a tiempo completo.

El rebrote del número de contagiados por coronavirus, las consecuentes nuevas restricciones al desarrollo normal de la actividad y la expiración del plazo por el cual se prohibió despedir a los beneficiados por ERTE, confluyen en anticipar que las cifras del mercado de trabajo tenderán a empeorar de aquí a final de diciembre.

En efecto, a lo largo de este año, el PIB se reducirá alrededor de un 14%. Una caída de una magnitud tal, que empequeñece no solo el deterioro de la crisis anterior (2008-2013), sino también el de otros momentos económicos muy duros (1885-1887, 1893-1896, 1902-1905, 1917-1918, 1930-1933, etc.).

La tasa de desempleo seguro que no cuenta toda la historia completa del drama laboral de nuestros jóvenes

Tras esta caída profunda, es prácticamente seguro que en 2021 la economía experimentará un significativo "rebote". Aunque solo compensara en torno a la mitad de lo que se pierda en 2020, una recuperación del orden del 7% en el PIB será, sin duda, un alivio no menor.

Pero si la recuperación del año próximo no es acompañada por un plan claro que despeje incertidumbres, podría ser tan solo la antesala a una etapa de estancamiento, con la economía lastrada por el peso de la deuda pública y una mayor presión tributaria.

También tendrá una importancia crucial la evolución del colectivo de asalariados sujetos a un ERTE, situación en la cual todavía se encuentran sobre 700.000 personas trabajadoras. En unas semanas se comenzará a saber en qué medida estas medidas de flexibilidad no traumáticas han servido para salvar puestos de trabajo o, simplemente, para postergar la pérdida de empleos.

Lo cierto es que, según el Foro Económico Mundial, el 54% de los trabajadores están preocupados por perder su empleo en los próximos 12 meses.

Y siendo aún incierto, por el inicio de los confinamientos, el devenir del cuarto trimestre se hace necesario un amplio consenso para tomar medidas que ayuden a superar la difícil situación de empleo y economía, y el drama social al que asistimos.

Todos los esfuerzos deben centrarse en mantener y recuperar la economía productiva. Favorecer que las empresas y empleadores sobrevivan, y puedan reiniciar su actividad tan pronto como sea posible, es vital para mantener el capital organizativo y el empleo necesarios en la recuperación.

De la capacidad productiva dependerán la inversión y el empleo, y de éste depende el consumo y las aportaciones para sostener los presupuestos públicos, que permitan abordar con garantías las necesidades sanitarias y sociales actuales y futuras.

Ahora más que nunca, es crítico hacer un plan de recuperación segmentado para los sectores más afectados por la crisis, con la prolongación de los ERTE, las ayudas directas, y minimizando las cargas a las empresas y empleadores que gravan la creación y el mantenimiento del empleo (impuestos y cotizaciones a la Seguridad Social).

También son esenciales las políticas activas de empleo y la colaboración público-privada, ya que nuevamente son los colectivos más vulnerables (jóvenes, mujeres, personas con capacidades distintas) los que sufren con mayor severidad la crisis económica, y fueron los países pioneros en estas políticas (Dinamarca y restantes países nórdicos) los que salieron antes y más reforzados en anteriores crisis.

Dentro de estas políticas, son la piedra angular aquéllas orientadas a la formación profesional, a la recualificación y la reorientación a aquellas profesiones y sectores que están creando empleo, dando una importancia alta a las habilidades y a las competencias digitales.

*** Javier Blasco de Luna es director The Adecco Group Institute