En realidad, el título de la obra del inolvidable Jardiel no incluía interrogación alguna porque en su historia, el final estaba escrito desde la primera escena; las vidas de los protagonistas volvían irremediablemente al principio. Tal podría pasar con este proyecto de ley de Presupuestos Generales que ahora se negocia y que debe superar a los caducadísimos de Cristóbal Montoro de 2018.

Lo que, a pesar de las dificultades, el presidente Sánchez, siempre tan seguro de sí, entendió como un paseo militar fiado a la mayoría de la moción que le llevó adonde está, podría trocarse en un viaje accidentado que también condujera a la nada.

Es evidente que la ley más importante de cuantas deben sacar adelante las Cortes Generales supone, no solo para el Gobierno sino para todos y cada uno de los grupos de la Cámara, un doble problema: el de atender a los intereses generales de España -o eso me gustaría creer- y el de, a un tiempo, no perder de vista a su parroquia de votantes, normalmente más ideologizados que sus dirigentes y representantes públicos.

Al PP no debe parecerle tan determinante -a la luz de su posición frontal, desde el principio y sin matices- el logro de sacar adelante unas cuentas que son determinantes para que Bruselas dé el “nihil obstat”, como el hecho de poner las mayores dificultades posibles para que el actual Ejecutivo siga instalado con comodidad en La Moncloa.

La papeleta no es sencilla para un Pablo Casado que, consciente como el que más de que los 140.000 millones asignados a España dependen en buena medida de la ortodoxia de las cuentas que se preparan, anda preocupado a la vez por evitar que Vox, cuya moción de censura se debe ventilar de forma inminente, no le coma más terreno electoral por su derecha.

Los de Abascal, cuyos 52 diputados no son en absoluto determinantes en esta negociación y a los que no les va nada en esta “fiesta” presupuestaria, pueden darse todas las alegrías que el cuerpo les pida; sus votantes -dicho sea esto en el mejor de los sentidos- no les exigen una posición “de Estado”. A Casado y a los suyos, sí. Por ello, el líder de la oposición debería medir con lupa su equilibrio entre el seguidismo o la desafección total.

El líder de la oposición debería medir con lupa su equilibrio entre el seguidismo o la desafección total.

Harina de un costal diferente es la posición que pueda adoptar finalmente Ciudadanos; una formación que pasó entre un suspiro electoral y otro -cosas del líquido escenario político actual- de soñar con el "sorpasso" al PP a hundirse en sus actuales 10 escaños de los que, siguiendo la tradición acreditada por este partido, pretende sacar petróleo. Un arte que depuró Albert Rivera en épocas pretéritas y que ahora trata de poner en práctica Inés Arrimadas.

El margen que el presidente del Gobierno está dejando a la brava diputada catalana no es precisamente amplio; en apenas una semana hemos visto como el Ejecutivo ha pasado de considerar a los “naranjas” como posibles aliados con buena disposición -algo así expresó la portavoz Montero al término de la reunión entre Sánchez y Arrimadas- a colocarlos de nuevo en su particular saco de “apestados” … ya saben, los del “trifachito” y la “foto de Colón”. Esto es lo último, claro; tal vez la semana que viene vuelvan a ser imprescindibles en función del son que toquen ERC o Podemos.

Andando este camino, Sánchez se ha encontrado con un pequeño filón con el que no contaba: los cuatro parlamentarios del PDeCat a los que la escisión forzada por el prófugo Puigdemont ha liberado de presión para tener que justificar ante sus fieles una posible vuelta al redil de los apoyos a Sánchez en Madrid.

En el escenario descrito, ni Ciudadanos, que trató de convertirse en la clave de arco de la que dependiera el éxito o el fracaso de estos PGE, ni Podemos, que se desespera cada día por tratar de ser distinguido -con resultado desigual- con el trato deferente que cabría esperar para los socios de coalición del presente Ejecutivo, tienen en su mano todos los triunfos.

Pedro Sánchez, que como todos saben se mueve mejor bajo presión y en callejones oscuros sin aparente salida, ha inaugurado una praxis política absolutamente nueva en la política española; la que algún analista ha bautizado ya como la “teoría de las coaliciones mínimas”. Por hacerlo fácil: 'el comandante en jefe' dice a cada uno en privado lo que quiere oír -incluso le ofrece el público masaje de la portavoz al término del cara a cara- para obsequiar al infeliz líder o lidercillo de cada uno de los grupos de la oposición con el más absoluto de sus desprecios.

El último capítulo, ya saben, el péndulo presidencial entre los constitucionalistas de Arrimadas y los independentistas de Rufián. Estos últimos, aplacados vía futuros e hipotéticos indultos para sus sediciosos jefes, ofrecen con sus 13 representantes más los 4 de la facción “oficial” exconvergente, que Sánchez supere sin despeinarse los 170 síes; con un turolense por aquí, y otras cinco o seis señorías del PNV (puede ausentarse alguno) -siempre pendientes de qué hay de lo suyo- por allá, la prueba es pan comido.

¿Pan comido? ¡Ojo! Que los caminos de rosas pueden tornarse, siquiera en algunos tramos, en inciertos pedregales. La derrota sufrida por el gobierno el pasado jueves en el Congreso cuando el panel reflejó que 193 “noes” contra solo 156 síes acababan de tumbar el decreto perpetrado por María Jesús Montero para el reparto -según algunos expolio- del superávit de los Ayuntamientos supone un serio aviso para los devotos de la causa. 40 meses, exclamó el presidente ante los “popes” de IBEX.

Podría llegar a totalizarlos, claro… por poder… pero también podría llegar a zozobrar el día en que Pablo Iglesias, acosado por numerosos fuegos judiciales, decida que es mejor para sus intereses electorales mediatos dejar caer al actual inquilino de La Moncloa. O forzarle a gobernar por decreto, con la permanente molestia que ello supone para un hombre tan acostumbrado a hacer ley de su santa voluntad como Pedro Sánchez. 

Tengo para mí que la sangre no llegará al río y al final habrá Presupuestos.

Tengo para mí que la sangre no llegará al río y al final habrá Presupuestos. Es lo que sigo viendo… de momento. Pero el otoño trae demasiadas curvas, tras las cuales podrían declararse incendios en los predios de autónomos, o de funcionarios, o de gentes, en general, que han transitado en pocos meses del buen pasar a la ruina… o de todos a la vez.

El Ejecutivo ha lanzado, no sé si por exceso de soberbia o simple bisoñez, demasiados “globos sonda” como para que sean pasados por alto: la posible congelación del sueldo de los funcionarios o la subida de las cotizaciones de la mayoría de los autónomos -que como es sabido puntúan desde siempre por la mínima- son algunas de estas “perlas” que, a sus respectivos recipendiarios, han sentado como una patada en la boca del Estómago.

Gobernar es elegir y no estoy seguro de que, en ese terreno, el estratega Sánchez y su lugarteniente Redondo -ni siquiera ellos- puedan garantizar una conducción segura y sin derrapajes hasta la última vuelta de este peligroso circuito en el que se ha convertido la política española.

*** Eurico Campano es periodista experto en economía y finanzas.