Mucha gente odia a Elon Musk. Lo entiendo, al fin y al cabo, ¿quién no detestaría a alguien con el desgarro necesario para bautizar a su hijo como "X Æ A-12"? Pero, de entre la casta de multimillonarios emprendedores tecnológicos de Silicon Valley (EEUU), a mí es el que mejor me cae, por una sencilla razón: Elon Musk construye cosas.

Frente a quienes dominan el mundo a base de algoritmos y plataformas de redes sociales, como Google, Facebook y Amazon, Musk se arriesga con cohetes reutilizables, coches autónomos, constelaciones de satélites y, su última gran apuesta, las interfaces cerebro-máquina.

Ayer, el magnate anunció que mañana presentará su primer dispositivo operativo de este tipo, y yo estoy en ascuas.

Una interfaz cerebro-máquina es básicamente un aparato capaz de conectar la mente humana con un ordenador u otro dispositivo para que se comuniquen de forma bidireccional. Es decir, que el cerebro podría mandar instrucciones directamente a la máquina y viceversa. Sería como una especie de telepatía que funciona con ciencia y tecnología en lugar de con superpoderes.

Además de sustituir a ratones y teclados como vías de interacción con los ordenadores, un producto de este tipo podría revolucionar la vida de personas con determinadas discapacidades. De hecho, ya se han dado casos similares.

En 2016, Nathan Copeland, quien sufre paraplejia, recuperó el sentido del tacto gracias a un brazo robótico conectado a su cerebro.

En aquella ocasión, era la máquina la que enviaba las señales a su mente. Pero el objetivo de Musk va más allá. Él quiere que las señales del cerebro puedan ser registradas y traducidas a lenguaje binario para dar instrucciones a una máquina, algo que la ciencia también ha demostrado posible.

En 2012, Cathy Hutchinson, quien sufría tetraplejia desde hacía 15 años, fue capaz de beber café sin más ayuda que la de otro brazo robótico conectado a su cerebro.

Musk quiere que las señales del cerebro puedan ser registradas y traducidas a lenguaje binario para dar instrucciones a una máquina

Pero, si ambas cosas ya se han logrado, ¿por qué todavía está usted usando su ratón para navegar por EL ESPAÑOL en lugar de hacerlo con la mente?

En los dos casos se trató de proyectos piloto con un alcance muy limitado y que requirieron una gran cantidad de aparatos y cables, junto a una cirugía cerebral para insertar el implante. Vamos, nada que se pueda comprar por Amazon.

Además, Musk no se ha hecho rico y famoso por pensar en pequeño. El empresario no quiere que su aparato se limite a levantar una taza de café o sentir el tacto de la seda, su objetivo es lograr una verdadera telepatía y ofrecerla a cualquiera mediante un producto de consumo masivo.

Uno de los grandes retos para lograrlo consiste en estudiar en profundidad la actividad neuronal para identificar qué significa cada cosa que pasa en el cerebro. La mente no hace lo mismo cuando intenta coger una taza que cuando piensa en un párrafo del Quijote. Así que sería como crear de cero un María Moliner mental en el que cada patrón de comportamiento neuronal se corresponde con un movimiento o una palabra.

La mente no hace lo mismo cuando intenta coger una taza que cuando piensa en un párrafo del Quijote

Con todos los patrones codificados, haría falta un dispositivo capaz de registrarlos para interpretarlos y reenviarlos al aparato al que esté conectado. Y ahí radica el segundo gran reto: registrar la actividad cerebral. En los casos de Copperland y Hutchinson, esto se consiguió mediante implantes cerebrales conectados a cables que, a su vez, estabanconectados a sendos brazos robóticos.

Aunque el enfoque de Musk es parecido, este es el punto en el que podría lograr algo realmente revolucionario.

La imagen promocional que Neuralink presentó el año pasado mostró un dispositivo del tamaño de un audífono que se colocaría tras la oreja y que se comunicaría de forma inalámbrica con el aparato al que se conecte. Aunque la cirugía seguiría siendo necesaria para insertar el implante, un producto de este tipo sería mucho más fácil de comercializar.

Con todos los retos técnicos y científicos que tiene por delante, dudo mucho que eso sea lo que veamos mañana. Pero, sea lo que sea, podría suponer un paso importante hacia su objetivo telepático final. O tal vez no, quizá solo sea otra de sus idas de olla de las que luego tenga que retractarse, como ya le pasó con el nombre original de su hijo. Mañana lo sabremos. De momento, lo único casi seguro es que despertará amor y odio a partes iguales.