“Lo peor de la situación económica ha pasado, después de la pandemia hemos tenido un terremoto económico, que ha sido durante los meses de abril mayo, y que ya afortunadamente estos trimestres han vencido, ahora estamos trabajando en recuperar todos los sectores”. Ésta es la transcripción de las declaraciones de María Jesús Montero, ministra de hacienda y portavoz del Gobierno de España.

Estas declaraciones asumen que “lo peor” de la situación económica es la inactividad empresarial, la paralización absoluta de la economía que hemos sufrido de marzo a junio. En ese sentido, las afirmaciones de la ministra son ciertas. Pero no es realista. Porque Montero supone que las empresas han parado y sus cuentas se han mantenido indemnes. Y no ha sido así: durante el parón ha habido pérdidas y destrucción empresarial, y los ERTE solamente han enmascarado un desempleo catastrófico. No ha pasado lo peor. Ha pasado la inactividad.

¿Cuál es el error de base? Mirar solamente a un lado, y de refilón. En este caso, al lado de la oferta. Efectivamente, la industria manufacturera va a mejor en julio, y la subida del PMI (Índice de Precios de Manufacturas) ha sido muy intensa. Pero no ha recuperado la caída sufrida desde marzo. Podemos anunciar este hecho de muchas maneras. Podemos señalar que no hemos vuelto al punto en el que estábamos o, por el contrario, comparar el crecimiento de julio con el pasado y descubrir que el dato es el más elevado desde la crisis del 2008. En ninguno de los dos casos nuestro análisis es completo.

En primer lugar, el PMI mide las condiciones relativas al mes anterior, y no la magnitud del cambio. Al igual que sucede con las tasas de crecimiento mensuales y trimestrales, cuando la actividad cae tan bruscamente, como lo ha hecho, la etapa inicial de recuperación siempre se verá muy drástica cuando se mida en tasas de crecimiento. Y de ahí, el aumento a 53,3 desde el 30,8 que llegó a alcanzar, en los PMI de hoy, en toda Europa.

En segundo lugar, hay que mirar otros indicadores: la confianza del consumidor, el cierre empresarial y el desempleo no son buenos. Nos dice mucho de la sobrecapacidad y de lo que nos viene: más paro. Y aquí es muy relevante tener en cuenta la sangría del sector turístico que estamos padeciendo, precisamente, en el mes estrella del sector. Veintiocho millones de turistas menos que el año pasado hasta junio, y una caída enorme en el gasto por turista.

Cada vez más voces apuntan a cambiar el modelo productivo. Sustituir el turismo por la investigación y la industria. Como quien cambia de zapatos. Y no es tan sencillo. La estructura económica de un país es el resultado de muchos años de maduración y su cambio implica capacidad innovadora, flexibilidad en el mercado laboral, una demanda (nacional o internacional) robusta y, sobre todo, voluntad política. La estructura empresarial no puede evolucionar si no hay incentivos al ahorro y la inversión. Y ahí se acaba todo: estamos en un país donde el gobierno remunera el gasto y penaliza el ahorro.

La estructura empresarial no puede evolucionar si no hay incentivos al ahorro y la inversión. Y ahí se acaba todo: estamos en un país donde el gobierno remunera el gasto y penaliza el ahorro.

Por eso, abandonar el sector turístico de repente, o proclamar lo terrible que es vivir de un sector dependiente es muy negativo. Por supuesto que lo mejor sería dedicarnos a exportar petróleo, pero no puede ser. Tampoco las políticas del gobierno favorecen el desarrollo de nuestras industrias, que las hay. Ni crea un clima adecuado para la creación de empresas sólidas que crezcan y se consoliden. Mientras eso sea así, seguiremos atados al turismo.

Por otro lado, hay que mirar el lado de la demanda. Hace unos días, el economista Manuel Hidalgo era censurado en Twitter por explicar el ciclo renta-gasto, que se explica en primero de licenciatura en Economía y en Empresariales, y que es una herramienta que ayuda a explicar algunas cosas. Para calmar a quienes le llamaron keynesiano, debo apuntar que fueron los fisiócratas los primeros que esbozaron el análisis renta gasto, a mediados del siglo XVIII. Que el instrumento se utilice de mejor manera o de peor manera depende de la persona que lo use.

Manuel Hidalgo explicaba, de manera muy general, que la renta de la economía se distribuye en rentas del trabajo, excedente bruto de explotación, impuestos y rentas a factores extranjeros. Él estaba mostrando que el PIB se genera a partir de una estructura productiva. En sus propias palabras, es “la expresión de nuestra capacidad de producir, de generar rentas en un momento dado”. Y que, por tanto, la caída del 18% de nuestro PIB se refiere a la capacidad de producir hoy, no a la capacidad de producir en términos absolutos.

Por supuesto, no es que no haya habido destrucción empresarial, sino que no toda la caída del PIB implica destrucción económica. En qué porcentaje la caída responde a una cosa o a la otra, es una cuestión que aún no podemos analizar.

Vamos a vivir peor todos. Un panorama nada esperanzador.

Sin embargo, del análisis de Hidalgo queda muy claro qué sucede cuando cae la capacidad productiva y suben los impuestos. Las demás partidas se van a ver perjudicadas, también las rentas del trabajo. Vamos a vivir peor todos. Un panorama nada esperanzador.

En estas circunstancias, la mirada parcial de María Jesús Montero escuece a quienes nos dedicamos a mirar la realidad económica sin intereses políticos. Y debe doler mucho a los empresarios que han echado el cierre, a los trabajadores despedidos, a quienes están en un ERTE y saben que vana engrosar las cifras del paro, a quienes, desde este verano tórrido, contemplan el otoño sin esperanza.

No, ministra, lo peor no ha pasado.