Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre fueron malos. Sin embargo, son mejores de lo que cabría esperar dada la magnitud de la caída de la actividad económica.

Hay 1,2 millones de ocupados menos que un año antes (-6%). Los empleos perdidos afectaron de modo similar a hombres y mujeres. No fue así en el caso de la edad: mientras los menores de 25 años perdieron 244.000 empleos (-23,9%), los mayores de 60 ganaron 99.300 (+7,2%).

Se perdió ocupación en todas las ramas de actividad, excepto en Salud (+5,6%), Información y Comunicaciones (+1,2%) y Actividades profesionales (+0,03%). En Hostelería y Servicio doméstico, 1 de cada 5 personas perdió su empleo. El número de ocupados cayó en todas las autonomías, algo que no pasaba desde marzo de 2010, en tiempos de Zapatero.

Una oficina de empleo.

El 80% de los empleos perdidos corresponde a trabajadores temporales. Eso evidencia el error de quienes viven criticando este tipo de empleos, llamándolos incluso “basura”. Cuando haya pleno empleo habrá lugar a la crítica. Mientras tanto, todo empleo debe ser bienvenido, como atestiguan las 929.100 personas que acaban de perder su trabajo temporal. Tres cuartos de lo mismo cabe decir de los empleos de jornada parcial, cuyo número disminuyó un 15,8%.

Junto a la citada destrucción de empleo, la EPA nos dice que la cantidad de parados subió un 4,3%, equivalente a 137.400 personas. La tasa de paro, que aumentó en todas las comunidades autónomas, se elevó hasta 15,3% (1,3 puntos porcentuales más que hace un año).

La primera fuente de distorsión de estos datos es el “efecto ERTE”. Es decir, que quienes están afectados por un ERTE de fuerza mayor (o autónomos en cese de actividad), están contabilizados como ocupados. Al final de junio eran casi 3 millones de personas.

La segunda razón por la que los datos tienen mejor “pinta” de lo que cabría esperar, es el desplome de la población activa. Nueve de cada diez personas que perdieron su empleo no comenzaron a buscar otro trabajo (por ejemplo, por el “efecto desaliento”: consideran que, en este contexto, es imposible conseguir uno).

Si el millón de personas que dejaron de buscar empleo se contaran como desocupados, la tasa de paro sería 19,2%

Para ser considerado parado es imprescindible estar buscando empleo. Si no es el caso, se considera inactivo. Si el millón de personas que dejaron de buscar empleo se contaran como desocupados, la tasa de paro sería 19,2% (casi 4 puntos porcentuales mayor). Cada 220.000 personas, ahora en ERTE, que no vuelvan a trabajar, la tasa de paro subiría un punto porcentual más.

Desde un punto de vista estadístico, la situación laboral está en un compás de espera hasta el 30 de septiembre, cuando expira la prórroga de los ERTE. Desde un punto de vista real, la situación laboral ya es crítica y no hay tiempo que perder. No es posible relajación alguna pensando en que el dinero que llegue de Europa resolverá todo.

Los efectos de las medidas tomadas para combatir la pandemia se superponen a las malas decisiones de política económica que vino tomando el gobierno de Sánchez. No tenemos control sobre la evolución del virus ni sobre la eventual disponibilidad de una vacuna. Pero sí se podría comenzar a corregir los errores.

Se trata de anunciar medidas que incentiven la contratación y estimulen la inversión productiva. Por ejemplo, crear un salario mínimo un 30% inferior al actual para los menores de 25 años (algo así existió en tiempos de Felipe González). En lugar de crear incentivos sectoriales, totalmente discrecionales, rebajar el Impuesto sobre Sociedades, por caso, al 20%. Al mismo tiempo, suprimir las cotizaciones sociales para los primeros 500 euros de salario.

De manera paralela, debería anunciarse la congelación de los impuestos (ni aumento ni creación de otros nuevos), una revisión integral del gasto público, la supresión de subvenciones a las empresas, la congelación de plazas en el sector público, retomar la fórmula anterior de actualización de las pensiones, eliminar la postergación en la aplicación del factor de sostenibilidad y una, aunque sea simbólica, rebaja del 30% en todos los salarios políticos.

Las probabilidades de que el sanchismo-leninismo haga algo así son nulas. Y, por eso mismo, los resultados económicos empeorarán hasta lo inimaginable. No será por falta de alternativas; será por decisión de Pedro Sánchez.

*** Diego Barceló Larran es director de Barceló & Asociados