Bueno. Pues ya está. Ya tenemos un programa europeo para combatir los efectos económicos de la pandemia. Un plan de recuperación sobre el que todavía queda mucho que hablar y que se financiará mediante la emisión de deuda de la Unión Europea. Con esto nacerá un nuevo mercado de bonos del tamaño aproximado al del mercado de deuda del Reino de España. Ya se ha dado un primer paso para la constitución de un Tesoro Único europeo, algo para lo que el mundo no estaba preparado durante la crisis financiera (2007-2009) pero a lo que Mario Draghi, puede que sin proponérselo, fue allanando el camino a lo largo de los ocho años que estuvo en el cargo de presidente del Banco Central Europeo (BCE).

Hay que reconocer que el éxito de España en la negociación ha sido muy llamativo, dados los términos en los que se iniciaba (es decir, lejos de aquel billón y medio de euros que reclamaba inicialmente la ministra Calviño) y el mal ambiente que Pedro Sánchez se había encontrado en sus visitas a Holanda y Suecia.

Al entrar en la prolongada reunión del Consejo de Europa, a España se le vaticinaba que podría conseguir un 15% del total de las transferencias a fondo perdido. Eso era en el momento en que las transferencias totales supondrían medio billón de euros. Pero después de alcanzarse un acuerdo y, a pesar de que las transferencias se rebajaban a 312.500 millones (pues el resto de 77.500 millones hasta completar los 390.000 millones es aplicable a programas de más largo plazo) la cifra adjudicada a España se queda en 59.000 millones, un 19% del total de transferencias bajo el programa conocido horrísonamente como Mecanismo de Recuperación y Resiliencia.

¿Quién ha operado la magia? ¿Por qué el Gobierno no ha exhibido eso como propaganda? ¡Qui lo sá! Quizá la explicación surja cuando se conozcan más detalles o quizá haya habido alguna confusión en el barullo del cierre de la negociación a las tantas de la madrugada: el hecho de que Polonia reclame una cantidad superior a la publicada y superior a la de España hace temerse lo peor.

En todo caso, bien está lo que bien acaba (aunque solo sea “acabar el inicio” de un proceso que inevitablemente se complicará): hay un programa europeo de recuperación económica; hay un embrión de Tesoro Único y hay un refuerzo del impulso europeísta que en España ha sido predominante al menos desde los tiempos de aquella embajada de España en el Mercado Común en 1964, y aquel Alberto Ullastres que logró en 1970 un “Acuerdo Económico Preferencial entre el Estado Español y la CEE” en 1970 con el que, en palabras de Enrique Fuentes Quintana, “España entró en Europa, mientras que fue en 1986, ya en democracia y con Felipe González y Fernando Morán, cuando Europa entró en España”.

Hay un programa europeo de recuperación económica; hay un embrión de Tesoro Único y hay un refuerzo del impulso europeísta que en España ha sido predominante

Y es que, ya lo decía Bob Dylan, los tiempos están cambiando. En realidad, no han parado nunca de cambiar… Lo que está sucediendo ahora hubiera sido impensable hace doce años. Solo algún artículo voluntarista hablando de la necesidad de ese Tesoro Único al que poca gente prestaba atención. Por más que la analogía con la constitución de los Estados Unidos de América fuera atractiva y evidente. La fuerza de esa retórica era tan arrasadora que, lo que no se quería reconocer en 2008, resultaba obvio en 2020.

Así, en la recesión de 2008-2009, que en Europa tuvo una recaída en la de 2012-2013, al BCE le costó nada menos que tres años el iniciar un programa serio para proporcionar liquidez a los bancos de la Eurozona, y tres años y medio para que Mario Draghi dejara clara la implicación total del banco en mantener vivo el euro. Tres años y medio para tomar medidas de emergencia y otros tres más (total siete años) para adoptar las medidas de política monetaria cuantitativa que permitieron la compra por el BCE de deuda pública de los estados miembros de la Eurozona.

Si aquello costó entre tres y siete años (dependiendo del criterio que se aplique) en esta ocasión de la pandemia Covid-19, solo bastaron 15 días de dudas para que el BCE tomara la decisión adecuada, tras una metedura de pata inicial de su presidenta, Lagarde, que supo rectificar a tiempo.

Y por lo que hace a la implicación del Presupuesto de la propia Unión Europea en el asunto, la comparación es aún más chocante: en 2008 no hubo nada y ahora hay un programa de 750.000 millones de euros que estará puesto en marcha para finales de año.

Con todo y con eso, sigue siendo demasiado lento el proceso de toma de decisiones. El BCE, como ya está algo más bregado en estas lides, casi actuó con la misma rapidez que la Reserva Federal, pero la diferencia entre el Tesoro de EEUU y “el de la Unión Europea” será de nueve meses de retraso en la acción por parte de ésta, lo que queda parcialmente compensado, ciertamente, por la actuación más rápida de los gobiernos que la forman.

De que EEUU marca el camino, no queda ninguna duda

De que EEUU marca el camino, no queda ninguna duda. A pesar de los malos humos de su profeta Ralph Waldo Emerson cuando, en junio de 1947, irritado por la Guerra de México, decía de ellos que eran un “gran país, mentes diminutas. América es amorfa, carece de esa condensación hermosa y terrible”. La misma falta de condensación que se detecta ahora en la Unión Europea que, a ojos vista, es amorfa por el exceso de condensación de los elementos que la forman.

En esta semana pasada se ha seguido confirmando la recuperación en V de la economía norteamericana. Y ello a pesar del retroceso que están causando las medidas de confinamiento en algunos estados por culpa de la gestión caótica de la Covid-19.

Entre los datos que confirman por ahora esa recuperación en V está el PMI provisional del mes de julio elaborado por Markit y que mide la visión que tienen los gestores de compras de las empresas sobre la marcha de su negocio en comparación con el mes anterior. Pues bien, su nivel del mes de julio es de 50 frente al 47,9 de junio (hay que recordar que a partir de 50 la mayoría de los gerentes de compras opinan que las cosas van a mejor).

La zona euro tampoco es manca y su PMI provisional ha subido desde el 48,5 de junio al 54,8 en julio, lo que es su mejor nivel desde hace dos años (y con el PMI de Francia colocándose en 57,6).

También en EEUU el índice de confianza de los consumidores, tras haber retrocedido un poco, sigue muy cerca de su nivel máximo; es decir, está casi en el triple de lo que estuvo en sus mejores momentos del pasado.

Por su parte, la recuperación del empleo en USA sigue su curso, a tenor de la reducción del número de personas que están cobrando la prestación por desempleo: en este momento son ya casi nueve millones menos que al inicio de mayo, lo que supone un 35% menos (ha pasado de casi 25 a poco más de 16 millones).

A pesar de ello y dada la magnitud de la crisis, el Tesoro de EEUU ya está negociando en el Congreso una ampliación de los beneficios añadidos a los del desempleo que se pusieron en marcha en la primavera ya que su vigencia termina el día 31 de julio. Y, por si esto fuera poco, está calibrando una propuesta que llevar al Congreso para compensar a las empresas del sector turístico y aledaños por sus pérdidas, un proyecto que no es muy diferente de lo que hemos venido sugiriendo aquí desde hace semanas.

Esos son los EEUU a los que la Unión Europea se resistía a copiar y que paulatinamente se va decidiendo a emular.

Esos son los EEUU a los que la Unión Europea se resistía a copiar y que paulatinamente se va decidiendo a emular. Probablemente porque, sin darse cuenta, la Unión Europea ya había adoptado previamente de los americanos el vicio que les criticaba Churchill, de manera interesada, cuando le exasperaban en las negociaciones: “puedes fiarte de que los americanos harán lo correcto; pero solo después de haber agotado todas las demás posibilidades”. Justo lo que ha venido haciendo Europa desde hace al menos doce años.