Estos últimos dos meses me han llevado a reflexionar sobre las repercusiones que el Covid-19 puede tener sobre la democracia y el debate académico y social que ha generado. Mi reflexión se apoya en tres ideas que quiero exponerles.

En primer lugar, la idea de la democracia como sistema de gobierno. Conceptualmente se considera que es la mejor forma de organización política porque permite respetar la voluntad popular, mantener un estado de derecho y una división de poderes que evitan los abusos de poder por parte de los gobernantes a diferencia de los regímenes autoritarios. En ese sentido, se presenta como el mejor sistema de gobierno que cualquier pueblo del mundo desearía.

Sin embargo, esa primacía ha propiciado que la democracia sea constantemente valorada en términos del respeto de las libertades individuales, la forma en que gestiona los recursos y su justa distribución en la sociedad. En ese sentido, la legitimidad de los regímenes democráticos está dependiendo de su capacidad para cumplir con los objetivos relacionados con las prioridades sociales establecidas por la sociedad o la gestión de situaciones de crisis como el que enfrentamos con el covid-19.

La anterior idea me lleva a la segunda, la definición de democracia. Su significado tiene su origen en la palabra griega demokratia, cuyas raíces etimológicas son demos (pueblo) y kratos (gobierno). Significa "el poder del pueblo". Esto sugiere que los miembros de la sociedad son el garante de la voluntad del pueblo para decidir la forma en que deben gestionarse las prioridades sociales y las formas de vida del conjunto social. Sin embargo, eso me lleva a preguntar

¿Cómo puede el pueblo ser detentador efectivo del poder cuando este último implica la influencia o control de unos sobre otros? Una respuesta en la evolución histórica de la democracia ha sido el establecimiento de sistemas democráticos electorales o representativos.

La legitimidad de los regímenes democráticos está dependiendo de su capacidad para cumplir con los objetivos relacionados con las prioridades sociales

No obstante, no resuelve el problema ya que el ejercicio del poder, regularmente, se puede situar por encima de la voluntad del pueblo en la realidad. Ejemplos de dicha contradicción los podemos encontrar en algunos países donde la adopción del sufragio permite clasificar al régimen como "democracia formal", pero en el fondo sobreviven actitudes, instituciones y poderes de carácter autocrático al margen de la voluntad del pueblo, como el caso de Viktor Orban y su partido FIDESZ en Hungría.

Además, vemos que los partidos de extrema derecha han aumentado su presencia en los regímenes democráticos como consecuencia de la insatisfacción ciudadana. Esta presencia ha erosionado las prácticas democráticas con discursos populistas que pretenden una supuesta refundación de la democracia en torno a la unidad del líder y el pueblo basada en el desprestigio de los líderes políticos tradicionales y de la eficacia de los regímenes democráticos para resolver crisis. En ese sentido, la legitimidad de la democracia afronta un deterioro.

Los argumentos anteriores me llevan a plantear la última idea. Esta se vincula con el covid-19. La situación excepcional ha generado cierta preocupación social y académica en Occidente de que el Covid-19 lleve a los Estados a restringir derechos y, en consecuencia, se produzca una pérdida de la calidad democrática y se pueda dar un giro autoritario, que las situaciones de excepcionalidad se conviertan en situaciones de normalidad.

Esto me lleva a la siguiente pregunta: ¿Qué evolución seguirán las preferencias del electorado, teniendo en cuenta la respuesta que los gobiernos democráticos están aplicando para combatir la pandemia? Para dar respuesta a esta pregunta, tenemos que considerar que el Covid-19 ha tenido un fuerte impacto sanitario y económico que ha generado desconfianza sobre la capacidad de los líderes políticos para gestionarla y una fuerte polarización política, lo cual está produciendo un aumento del voto hacia partidos políticos no convencionales o con rasgos populistas o autoritarios. Sin negar lo anterior, los gobiernos que muestran estas tendencias en algunas democracias han sido poco eficaces contra la pandemia, como lo evidencian los casos de Bolsonaro, Johnson o Trump.

Los gobiernos que muestran tendencias populistas en algunas democracias han sido poco eficaces contra la pandemia

Teniendo en cuenta los argumentos de las tres ideas, la pregunta esencial es ¿qué se puede hacer para mejorar la calidad democrática de los regímenes democráticos? Mi respuesta es que un régimen democrático implica el establecimiento de un proceso de negociación y concesiones entre los individuos que representan la voluntad del pueblo para facilitar consensos que permitan la gestión de las prioridades sociales o resolver las situaciones de crisis de la mejor forma posible. Sugiere una mayor participación social a todos los niveles, incluidos los barrios o las comunidades de vecinos para pactar soluciones.

El consenso se traduce en la voluntad general del pueblo para poder hacer o actuar más que poder ejercer y controlar.  Esto otorga legitimidad y un aval social a los gobiernos por la aceptación social de las acciones, medidas y políticas que se apliquen. Si bien las libertades de movimiento y de asociación han provocado dificultades económicas, no debemos olvidar que la recuperación económica no sólo implica sanear la economía, únicamente, también es necesario mantener regímenes democráticos saludables. Consensuar cómo debe plasmarse el poder del pueblo debe ser una prioridad social de las democracias para consolidarse como sistemas de gobierno.

*** Alejandro Santana Mariscal es colaborador del departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de Esade.