Decía el escritor francés Georges Bernanos (poco conocido aquí, a pesar de su novela/panfleto sobre el transcurso de la Guerra Civil española en Mallorca, Los grandes cementerios bajo la luna) que “las democracias no pueden prescindir de la hipocresía más de lo que pueden las dictaduras prescindir del cinismo”.

Por suerte, desde hace 43 años vivimos en una democracia y, por suerte también, de acuerdo con la cita del escritor francés, se impone la hipocresía, lo que no es consuelo para el dolor de quienes tienen que padecerla.

Se podría decir que en la pandemia con crisis económica actual solo ha habido dos instantes en los que la verdad se ha filtrado por los poros: uno de ellos ha sido el de las víctimas, que tuvieron que enfrentarse solas a su momento de la verdad.

El otro hay que atribuirlo, para ser justos, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando en su alocución televisada del 21 de marzo advirtió de que había que “prepararse emocionalmente para el siguiente fin de semana” en que “la ola más dura pondrá a prueba todas nuestras capacidades morales”. No se podía ser más claro y todo el mundo sabía de lo que estaba hablando. Al fin y al cabo, Italia entera se había enfrentado un mes antes al mismo desafío moral. Después, ya todo ha sido una barullina en que se ha impuesto el ruido farisaico que exige la convivencia…

Y es que, como es de sobra sabido, la moral es un lujo que no se pueden permitir los pobres. La última y más sonada ocasión en que la moral (o, más bien cierto tipo de moral) saltó por los aires fue hace doce años cuando, en nombre de la moral, las autoridades monetarias y fiscales de EEUU dejaron quebrar a Lehman Brothers. Tras ello el mundo se precipitó en la mayor recesión de la posguerra y acto seguido las llamadas a la moral en el mundo de las finanzas prácticamente desaparecieron.

Es verdad que se trata de una manera de ver la moral un tanto extraña para quienes no estén habituados a la jerga de economistas y financieros. Es lo que se suele llamar “riesgo moral”, una mala traducción del inglés “moral hazard”, que viene a decir que el deber moral de todo deudor es hacer frente a sus deudas pues, de otra manera, si se le perdonaran éstas, se impondría la vida muelle en que el comportamiento de quien se endeuda, sin ser consciente de la responsabilidad que asume, haría que se derrumbara todo el edificio financiero que permea la economía real, provocando que ésta se sumiera en un verdadero caos.

Es un problema de moralidad tan viejo como el mundo y que tanto el Levítico como el Deutoronomio, de entre los libros de la Biblia, intentaron resolver a su manera con la institución del jubileo (el perdón de las deudas cada siete o cada cincuenta años).

Lo asombroso de la crisis anterior, y también de la actual, es que provocó que los bancos centrales, que antes eran los mayores forofos del dogma de evitar el riesgo moral, se hayan vuelto conversos bíblicos y ahora practiquen el jubileo en toda su extensión: desde permitir que las deudas se renueven y se aplacen (para que los gobiernos puedan seguir emitiendo sus bonos y obligaciones) hasta generar dinero de la nada y hacer que los ahorradores carguen con buena parte del coste de la deuda que soportan los endeudados (lo que consiguen por la vía de que los tipos de interés estén en cero y que, por tanto, la rentabilidad que obtiene el que ha ahorrado sea nula o incluso negativa).

Pues bien, esa conversión de los bancos centrales a la fe del jubileo es lo que permite ahora sostener el edificio de las finanzas mundiales; lo que posibilita que la recesión económica, que ya ha sido proclamada oficialmente esta misma semana en EEUU por el Instituto encargado de ello, esté terminándose para cuando se lean estas líneas. ¿Por qué tan rápidamente? En parte porque si la economía ha estado cerrada un mes, cuando vuelve a funcionar resulta evidente que lo peor ha quedado atrás, y en parte porque la Reserva Federal y el Tesoro de los EEUU han tomado las medidas para que el daño económico permanente sea lo menor posible.

Decir que la recesión en EEUU se ha terminado casi antes de empezar tiene que ver con que allí la duración de las recesiones no se mide como en Europa. La costumbre en los USA es hablar del punto más alto de la expansión y también del más bajo de la recesión, no como aquí que se utiliza otro criterio, el de haber crecido o haberse contraído la economía durante al menos dos trimestres seguidos. Y a nadie se le escapa que el peor momento para la economía de EEUU ha caído en el período abril-mayo. De modo que la expansión de 128 meses de duración de la economía norteamericana alcanzó su punto álgido en febrero. Después ha iniciado una recesión de la que el punto más bajo ha tenido lugar el mes pasado. Ahora solo queda esperar a que, tras un ajuste fino, el Instituto mencionado precise la fecha en que se ha terminado la recesión.

Todo eso no quiere decir que el peligro haya pasado pues bien podría volver a suceder lo que en 1980 cuando, tras una recesión de seis meses de duración, y la expansión subsiguiente de un año, la economía volviera a caer en otra recesión. Algo que probablemente va a volver a ocurrir ahora, aunque, en esta ocasión, y por lo comentado más arriba, la duración de la recesión haya sido en EEUU seguramente inferior a seis meses, y la expansión posterior pudiera tener solo una duración de entre ocho y doce meses, antes de caer en otra recesión de nuevo. Esto no es una profecía sino una hipótesis de trabajo de lo más plausible, antes de entrar en una onda larga de crecimiento que se produciría a continuación (aunque, todo hay que decirlo, seamos muy pocos los que confiamos hoy en esa fuerte expansión).

Es decir, calendario tentativo americano: recesión en la que EEUU ha entrado en febrero y de la que ya estará saliendo ahora o de la que saldrá a comienzos del verano; expansión posterior de entre ocho y doce meses y nueva recesión, para entrar, ya en algún momento de 2022, en una etapa de fuerte crecimiento de largo plazo. Lo dicho se deduce de los ritmos que le son propios a la economía de EEUU, aunque siempre hay que advertir de que la teoría y la práctica económica es puro “curanderismo académico” sobre el que unas veces se impone el sentido más común y básico mientras que en otras circunstancias sucede lo contrario: lo que no parece evidente termina por ser contraintuitivo.

Para ilustrar este galimatías, tenemos un bonito ejemplo de este mismo fin de semana: la demanda de automóviles en China se está disparando, y no solo por la demanda remansada de los dos meses de economía parada o a medio gas, sino porque los consumidores allí están experimentando la ansiedad de querer comprar coches tras la pandemia. Sin embargo, en estos últimos meses la opinión especializada daba “por muerto” al sector del automóvil con argumentos tan chuscos como el del triunfo imparable de… ¡la bicicleta y los patinetes!

De ahí que no se pueda extrapolar linealmente y de manera impresionista ni sobre las tendencias económicas ni sobre el “riesgo moral” de las deudas. Ni, por supuesto, sobre nada que tenga que ver con la moral misma. Aunque sea muy deprimente para las conciencias y muy práctico para la sociedad. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que quien va con la verdad por delante se vuelve muy inconveniente o, simplemente, quiere hacer carrera política. Lo bueno, en esta ocasión, es que el uso recomendable y obligado de la mascarilla cubrirá un doble objetivo: evitar los contagios y ocultar el rubor.