La publicación de la Contabilidad Nacional del primer trimestre de 2020 por el INE y el envío por el Gobierno de la actualización del Programa de Estabilidad 2020-2022 a Bruselas, ha puesto a la macroeconomía en el foco mediático, más allá del debate sobre las ambigüedades e incertidumbres del programa de salida del confinamiento.

Ambas publicaciones económicas suponen unas primeras pinceladas, necesariamente incompletas, de las consecuencias económicas de la pandemia Covid-19. El INE solo nos cuenta lo que ha pasado en un trimestre, de enero a marzo, en el que el confinamiento sólo ha ocupado una quincena, es decir, un 1/6 del total.

Y el Gobierno solo ha incluido en su cuadro macroeconómico los años 2020 y 2021, obviando el año 2022. Asimismo, ha presentado las cifras de déficit público y deuda pública exclusivamente para 2020, sin hacer siquiera una mención a 2021 y no digamos a 2022. Es decir, el Gobierno no quiere ni plantearse cómo va a abordar el problema de déficit y deuda pública que se avecina, y prefiere esperar a tener una idea de qué va a ocurrir con la recuperación económica a corto y medio plazo. Me parece razonable.

En cualquier caso, considero pesimista el escenario macro para 2021, y demasiado optimista el de 2020. Esto es, probablemente, lo contrario de lo que se oye en los medios de comunicación: "que caída más brutal en 2020, pero el crecimiento de 2021 lo firmo ya". Yo no lo firmo.

La previsión del Gobierno es que en 2021 el PIB no sólo no recupera su nivel de 2019, sino que se queda bastante lejos, incluso cuando transcurra todo 2021. Y es que, si el PIB en 2020 cae un 9,2%, una cifra optimista que comentaré a más adelante, para hacer una "V perfecta" y recuperar el nivel de 2019 debería crecer un 10,1% en 2021. Y, si queremos tener en cuenta el crecimiento tendencial de la economía (un 2% en promedio), y cerrar la brecha de producción en 2021, el PIB debería crecer en torno a un 14%. Nadie ve esa V perfecta en 2021.

El Gobierno no quiere ni plantearse cómo va a abordar el problema de déficit y deuda pública que se avecina y prefiere esperar

Pero, con su previsión del 6,8% de crecimiento real en 2021, el Gobierno nos está diciendo que la economía española se quedaría al acabar 2021 un 3% por debajo del nivel de 2019 y un 7% por debajo del nivel necesario para recuperar el PIB tendencial. Es decir, que en 2021 apenas cierra la mitad de ese output gap. Y tampoco nos dicen si se cierra en 2022, porque el cuadro macroeconómico no llega más allá del horizonte temporal de 2021.

¿Cuál es el escenario que justifica esa ausencia de cierre de la brecha de producción? ¿Un rebrote de la pandemia durante 2021? ¿una pérdida permanente del turismo internacional? ¿Un programa de ajuste fiscal como consecuencia de algún tipo de condicionalidad como contrapartida a los préstamos que vamos a necesitar? ¿Algún tipo de turbulencias financieras que afecten de nuevo al sistema financiero? ¿Que las Administraciones Públicas no sean capaces de contrarrestar la situación creada en 2020 con políticas económicas apropiadas? En este artículo me centraré en esta última opción, pero antes me gustaría comentar la posible evolución económica de este año.

La caída del PIB en 2020 

El Gobierno estima para 2020, una caída del 9,2%. Se trata de una previsión más pesimista que la del FMI (-8%) o las del sector privado (FUNCAS -7%), y se sitúa dentro del amplio rango publicado por el Banco de España para este año: (-6,6%/-13,6%), pero en la parte más baja del rango. Al contrario de la previsión para 2021, la de este año me parece optimista. Creo que va a caer bastante más.

Para llegar a esa conclusión, me voy a basar en el dato del primer trimestre de 2020 publicado por el INE en su avance de la Contabilidad Nacional. Se trata de un crecimiento negativo del 5,2% con respecto al trimestre anterior. Dado que el confinamiento solo abarcó a la segunda quincena del trimestre, es decir, un sexto del total del período, podemos estimar la caída del nivel de actividad en 6 veces esa cifra, es decir en torno a un 30%. O, dicho de otra forma, la actividad económica se ha situado en un 70% de su nivel normal.

Si suponemos que esa caída se mantiene durante todo el mes de abril, en el que el país ha estado confinado, y que en mayo se recuperan 10 puntos hasta el 80% de la actividad, y en junio otros 10 puntos, hasta el 90%, tendríamos una caída del PIB del 16% en el segundo trimestre.

Y eso suponiendo que toda la actividad se recupera excepto el turismo internacional, las actividades de ocio y eventos masificados, y una parte de las exportaciones de bienes y servicios. Si en el resto del año la producción se mantiene a este 90% de la norma, acabaríamos el año con una caída anual del PIB del 11,5% en términos reales, que es mi previsión para el año.

El lector habrá podido comprobar que los supuestos subyacentes son realistas o incluso están en la franja optimista, por lo que no podemos descartar que la caída sea incluso superior, cercana al borde pesimista de la horquilla del Banco de España.

Ante esta caída del PIB del primer trimestre, y no digamos de la que conoceremos en el segundo, ya se alzan las voces que piden todo tipo de medidas, un plan de inversiones en infraestructuras o incluso de vivienda pública, un helicóptero monetario, un aumento de las trasferencias del sector público, o una caída generalizada de los impuestos sobre la renta. Pero antes de gastarnos el dinero estas políticas, todas ellas de demanda, deberíamos tener claro si nos hallamos ante un choque de oferta, un choque de demanda o una combinación de los dos, porque las recomendaciones de política económica serían distintas en uno u otro caso.

Choques de oferta, choques de demanda. En los gráficos 1 y 2 resumo de forma sencilla la diferencia entre un choque de oferta, en la que los empresarios reducen su producción independientemente del nivel de precios, y un choque de demanda, en la que los compradores (consumidores, empresarios que invierten, Administraciones Públicas y extranjeros, reducen su gasto independientemente del nivel de precios.

Aunque en ambos casos se produce una caída de la actividad y un aumento del desempleo, las implicaciones de uno y otro choque son bien distintas para las recomendaciones de política económica.

A los economistas nos encantan los choques de demanda, como el del gráfico 2, porque sabemos bien qué hacer en ese caso: expandir la cantidad de dinero, aumentar el gasto público, bien consumo o inversión o transferencias, o bajar los impuestos. Es decir, mover la curva de demanda agregada de vuelta hacia arriba con una política monetaria o fiscal expansiva, o ambas.

Pero cuando el choque es de oferta, como en el del gráfico1, actuar por el lado de la demanda puede no resolver el problema o agravarlo, creando inflación o déficit exterior. Por eso, si el choque es de oferta, hay que actuar por el lado de la oferta, es decir ayudando a las empresas a que recuperen su actividad productiva. Gastar cuando no hay oferta no es una buena opción.

La pregunta es… ¿y qué tipo de shock es el que está viviendo la economía española? Probablemente una combinación de los dos. ¿Cómo podemos saberlo? Mirando la evolución de los precios.

Si este choque tan brutal que estamos viviendo fuera exclusivamente de demanda, tendríamos una fuerte deflación como la que se vivió en la Gran Recesión de 2008 o en la Gran Depresión de 1929. Y si el choque fuera exclusivamente de oferta, tendríamos un repunte de la inflación, como ocurrió en las crisis de petróleo de los 70 y 80, o en episodios de fuerte presión salarial.

Si miramos la Contabilidad Nacional, comprobamos que, al menos en este trimestre, la caída del PIB nominal ha sido menor (-4,1%) que la real (-5,2%). Eso quiere decir que el índice de precios agregado, deflactor del PIB, ha aumentado un 1%, es decir, que no se ven tensiones deflacionistas que justifiquen que el shock es solo de demanda. Mirando al IPC de abril llegamos a una conclusión parecida. Es verdad que, en su conjunto, se registra una moderada caída de la inflación debido al abaratamiento de la energía. Pero algunos componentes vinculados al Covid-19 incluso elevan significativamente sus precios.

En conclusión, nos hallamos muy probablemente ante una combinación de shocks de oferta y de demanda agregada que requieren actuar en una doble dirección, no sólo en una. Por el lado de la demanda, aumentar el gasto sanitario y favorecer una renta de emergencia temporal a los hogares más vulnerables.

Por el lado de la oferta, continuar con los ERTES y el apoyo a los autónomos y pequeños empresarios para que mantengan su actividad y puedan reabrirla cuando las condiciones sanitarias lo permitan. Probablemente se necesitará actuar de forma más sectorial sobre sectores específicos que van a sufrir la crisis durante un período más prolongado. Pero siempre con la doble perspectiva de la Oferta y la Demanda.