Preguntar en las redes sociales cuál es la tasa de letalidad del coronavirus ofrece una imagen clara de lo que está pasando. Treinta y siete respuestas que, dejando a un lado las irónicas, se resumen en una: depende. Varía de país a país, tiene que ver con la exposición, con el sistema sanitario, con la rapidez y efectividad de la respuesta.

Y no es que falte análisis. Se han publicado previsiones sobre el impacto económico que puede tener en España, en la Unión Europea, en el comercio internacional. Pero, la realidad es que, más allá de lo obvio, no sabemos. Lo obvio es que a España le pilla con el pie cambiado. Nos ha venido a ver un “cisne negro” que, como las visitas molestas, aparece en el peor momento. Cuál sea la intensidad y si podremos sobreponernos, es otra cosa.

Sabemos que, probablemente, un pangolín o una serpiente se alimentó del excremento infectado de un murciélago. En diciembre del 2019, alguien infectado por alguno de estos animales acudió a un mercado atestado de gente en Wuhan. Y, a partir de ahí, el COVID19 se ha ido propagando, en unos lugares más que en otros.

Nos ha venido a ver un 'cisne negro' que, como las visitas molestas, aparece en el peor momento

Las informaciones que llegan son confusas: excesivas y alarmantes o indiferentes y vagas. Las actrices de moda se fotografían con mascarillas haciendo ostentación de una banalidad irresponsable. Ya escasean las mascarillas en España y hay gente que las necesita de verdad. Los médicos ya han explicado que vale más lavarse las manos con jabón que ponerse mascarilla. No sirve de nada la opinión del experto. ¿Por qué?

Las redes sociales, que en otras ocasiones sirven de ayuda, esta vez no han hecho más que ensombrecer la verdad y generar más caos. La gran enemiga del ser humano es la incertidumbre. Tanto la conductual, que nos impide anticipar un comportamiento, como la cognitiva, que nos lleva a dudar de nuestras propias creencias e ideas.

En el caso de las enfermedades, cuando se conocen los datos, de manera que podemos evaluarlas de manera efectiva, es más fácil adaptarse. La incertidumbre cognitiva, que es subjetiva, está muy vinculada al riesgo y a las creencias previas. Imaginemos que yo creo que hay un 15% de probabilidad de que llueva mañana. Y el pronóstico del informativo anuncia lluvia. Yo sé que la probabilidad de que ese pronóstico sea correcto es de un 80%. ¿Voy a cambiar mi idea previa? ¿La aumentaré a un 45%? Mantendré una conversación interna, en la que entrarán en juego mis sesgos, entre otras cosas. Por ejemplo, la cosa cambia si se trata de lluvia ácida mortal. Tal vez daré más credibilidad al informativo.

En el caso que nos ocupa, el aluvión de informaciones más o menos científicas, de fuentes que nos resulta imposible contrastar, provenientes de médicos o de institutos oficiales de algún país, complica mucho esa conversación interna. Aún más si consideramos la poca credibilidad que tiene el gobierno chino, que ha ocultado información. También influye la tendencia de los informativos a ofrecer todo tipo de detalles acerca de los números, que si no se ponen en contexto, resultan escandalosos. ¡Miles de muertos en China! Sí, pero el índice de letalidad varía en torno a 0,7% fuera de China.

La gran enemiga del ser humano es la incertidumbre, tanto la conductual como la cognitiva. 

En el vertedero de nuestros sesgos y miedos particulares en el que se han convertido las redes sociales, exhibimos nuestra vulnerabilidad al pánico, sea real o imaginario. Mostramos nuestra intolerancia a la prudencia. Necesitamos hacer algo, lo que sea, aunque empeore el problema, porque, en la era de la inmediatez y la información, nos corroe la impotencia. Da que pensar. Incluso si se trata de un riesgo controlado, resulta que hay varias cosas fuera de nuestra zona de control que nos desquician. Nos dicen, calma y, a la vez, vamos a morir todos. Y, mientras nos agarramos a la barra del metro con la mano desnuda, pero con la mascarilla puesta, se nos olvida que la amenaza del coronavirus es la económica.

No porque vaya a ser irrecuperable. Sino porque quienes tienen que tomar las decisiones para capear el temporal son unos aficionados. La resiliencia es la clave. Y, nosotros de eso no tenemos. Con un mercado de trabajo esclerotizado por el SMI, una amenaza de subida de impuestos, los ahorradores-inversores demonizados, una clara aversión a contener el gasto público por razones electoralistas, no podemos esperar que el revolcón económico del coronavirus vaya a pasar desapercibido en nuestro país. Hay quien pide un esfuerzo económico europeo. ¿Nos salvará de lo peor o enmascarará la ineptitud del gobierno?