La Covid-19 y esta larga pandemia que ha trastocado nuestra realidad y dado la vuelta a nuestra escala de valores nos ha enseñado la verdadera importancia de la salud. Estar sano es ahora el mayor de los deseos.

Además, hoy más que nunca, entendemos la importancia que tiene para un país su sistema sanitario, su personal médico y de enfermería, sus científicos e investigadores, capaces de crear una vacuna en tiempo récord y medicamentos para tratar la enfermedad, su tejido productivo para fabricar el material médico-sanitario de protección necesario para frenar su avance…

El acceso a una sanidad adecuada es un recurso muy escaso a nivel mundial: casi la mitad de la población mundial no tiene acceso a servicios sanitarios básicos. En España siempre hemos presumido de contar con una sanidad pública excelente, y nos llevamos las manos a la cabeza con cómo funciona el sistema en un país como EEUU.

Allí solo tienen acceso a los servicios de atención médica los afortunados que cuentan con dinero suficiente para costeárselo directamente de su bolsillo o para pagar un seguro médico que les garantice la cobertura sanitaria. Aquí, no: cualquier ciudadano tiene derecho a recibir la atención que necesita, y sin copago de ningún tipo (salvo para los fármacos).

Sin embargo, cuando ha llegado la crisis del coronavirus nos hemos dado cuenta de que en España hay menos plazas de UCI por habitantes que en otros países de nuestro entorno, que no teníamos suficientes profesionales sanitarios para hacer frente al brutal pico de demanda, ni contábamos con respiradores o EPI para todo el que los necesitaba. Ni de momento, aunque el CSIC va por un estupendo camino, tenemos una vacuna propia que nos evite depender tanto de terceros en el importantísimo camino hacia la inmunización de la sociedad.

Con nuestro dinero contribuimos a generar ese impacto positivo y, al mismo tiempo, podemos obtener una rentabilidad muy interesante

Pero todo eso hay que pagarlo. La salud es uno de los epígrafes básicos en los presupuestos de los países, pero estos nunca son suficientes. En 2019, el gasto público en sanidad en España fue de 79.315,8 millones de euros, correspondientes al 15,28% del gasto público total y al 6,1% del producto interior bruto (por debajo de la media europea, que se sitúa en el 7% del PIB).

Antes de finalizar el pandémico año 2020, el Gobierno preveía el aumento de este importe hasta los 84.007,3 millones de euros, con un incremento del gasto sanitario del 10,6% respecto a 2019, representando el 7,6% del PIB. Algo que, por otra parte, caía un 10,8% el pasado año por la crisis económica provocada por la Covid-19, su peor dato desde 1970).

Si hablamos del gasto en investigación, Eurostat apunta que España invierte 303 euros por persona en I+D, la mitad que la Unión Europea (685,6 euros por persona). Y a gran distancia de Dinamarca, Suecia o Noruega, que superan los 1.500 euros por habitante. Gracias a los fondos europeos de recuperación destinados a frenar el virus, el Gobierno de España aumentará este año su gasto total en ciencia en un 60% respecto a 2020, destinando a este fin un total de 1.200 millones de euros.

Pero igualmente, seguirá siendo imprescindible la concurrencia del sector privado para avanzar en la carrera científica. Como dato, en 2019 las empresas farmacéuticas españolas destinaron a investigación y desarrollo de medicamentos la cifra récord de 1.211 millones de euros, un 5,2% más que en el año anterior, según datos de Farmaindustria.

Por su parte, todas estas empresas que están esforzándose por investigar nuevos tratamientos, vacunas y materiales sanitarios, por desarrollar tecnologías para la detección de enfermedades y todo tipo de innovaciones aplicadas a la salud y el bienestar de los ciudadanos, necesitan también todo el apoyo económico posible. A través de la inversión sostenible, o inversión de impacto, también los particulares, los pequeños ahorradores, podemos contribuir a que sigan avanzando en sus desarrollos e investigaciones en beneficio de la sociedad.

La salud es un sector que no se ve especialmente afectado por tendencias de los mercados o crisis, pues también cuando vienen mal dadas seguimos comprando medicinas, acudiendo a hospitales, haciéndonos radiografías o vacunándonos. Por ello, las empresas del sector sanitario suelen tener unos ingresos recurrentes que las hacen más estables y con rentabilidades atractivas para los inversores.

La salud es un sector que no se ve especialmente afectado por tendencias de los mercados o crisis

Mediante la inversión de impacto en el ámbito de la salud, la biotecnología, el sector farmacéutico o el material sanitario estamos apoyando el crecimiento de este tipo de empresas, que tienen un gran potencial de futuro a nivel económico, pero también tienen una capacidad increíble de aportar un valor positivo a la sociedad.

Es decir, con nuestro dinero estamos contribuyendo a generar ese impacto positivo. Y al mismo tiempo, como inversores podemos obtener una rentabilidad que puede ser muy interesante para nuestros ahorros. Solo necesitamos la ayuda de un asesor financiero que nos guíe a la hora de elegir los productos financieros adecuados.

***Miguel Camiña es consejero delegado y cofundador de Micappital