El catedrático Ángel Benito murió el pasado día 11 en el Hospital San Rafael de Madrid. Le faltaban unos días para cumplir los 92 años. Y me vinieron a la mente las sevillanas del adiós, compuestas por Manuel Garrido, que murió hace dos años en Sevilla, la ciudad natal de Ángel: “algo se muere en el alma, cuando un amigo se va”. He sido estudiante y amigo de Ángel y, en cierta manera, una especie de heredero; por eso, en este texto quiero manifestar, aún más que la pena, mi gratitud.

Conocí a Ángel en el verano de 1958, cuando en la Universidad de Navarra (entonces Estudio General) se celebró el Primer curso de verano de Periodismo y Cuestiones de Actualidad. Ángel formó parte del equipo inicial, encabezado por el profesor Antonio Fontán, que puso en marcha el Instituto de Periodismo, integrando en la vida universitaria esta actividad decisiva. Ángel sucedió a Fontán en la dirección del Instituto, y una década después, cuando el Instituto se convirtió en Facultad, ejerció por un año la enseñanza de la materia llamada Teoría General de la Información. Luego se trasladó a la Universidad Complutense de Madrid, y yo asumí la docencia de la TGI, que heredé de él.

Me alentó siempre a que obtuviera el diploma de Periodista, que de hecho conseguí cuando ya era doctor en Derecho. En la pequeña biblioteca de mi cuarto conservo un ejemplar, firmado por él, del trabajo que me dirigió, y que se titula “La constelación Marconi y su creador Marshall McLuhan. Cuando me propuso que investigara sobre este profesor canadiense yo no había oído hablar de él; pero Ángel, con gran olfato, sabía que tras algunas de las frases de McLuhan (el medio es el mensaje, el medio es el masaje, los medios fríos y cálidos, la galaxia Gutenberg, la Constelación Marconi, y la aldea global) había un pensamiento que merecía ser estudiado. En esa época él conocía bien las líneas de investigación en Europa, sobre todo las corrientes de la ‘Ciencia de la prensa’ y de la ‘Publicística’ en Alemania, pero además tenía alzado el periscopio y advertía las nuevas tendencias.

Al volver por tercera y, probablemente, última vez a Pamplona, Ángel me incorporó como secretario a la revista Nuestro Tiempo, entonces una “Revista mensual de cuestiones actuales”, que él dirigía. Cuando dejó la dirección me quedé también como el “hereu”. Sin pedirme permiso, no lo necesitaba, había publicado en Nuestro Tiempo uno de los capítulos del estudio sobre McLuhan que me dirigió.

También heredé algo de la leyenda cosmopolita y –en su caso- brillante de Ángel Benito. Me contaron algunos de sus estudiantes que un día entró en clase y dijo: “¿Pueden decirme qué hora es? Porque traigo la hora de Zurich”. Al heredar la enseñanza de la TGI, pasé a ser el protagonista de la historia, solo que en mi caso cambiaron Zurich por Nueva York. Por eso una discípula mía, muy querida, me regaló un reloj con dos esferas: gracias, Ángel. Como dice la letra de las sevillanas del adiós, “fuiste dejando una huella que no se puede borrar”.