Los temores sobre la viabilidad de Credit Suisse, que ha necesitado pedir a las autoridades liquidez por nada menos que 50.000 millones de francos suizos, han tenido un gran impacto en las cotizaciones bursátiles de los bancos españoles a pesar de que no hay riesgo de contagio por su irrelevante exposición. ¿Por qué entonces? Porque el hipotético colapso de Credit Suisse no sería nada bueno para el sistema financiero europeo y la clave se encuentra en que el suizo es lo que se conoce como un banco sistémico.

Este calificativo, que otorga anualmente el Consejo de Estabilidad Financiera, un organismo encargado de vigilar las vulnerabilidades del sistema a nivel internacional, se aplica a las entidades que, como Credit Suisse, se considera que tienen una importancia sistémica mundial.

Hablando en claro, se trata de aquellos bancos cuya quiebra, debido a su gran tamaño y su importancia para el mercado, tendría un fuerte impacto negativo en todo el mundo y que, por tanto, no se deberían dejar caer porque son, como se conoce en el sector financiero, too big to fail ('demasiado grandes para caer').

Los más grandes

El tamaño es el aspecto que más se mira a la hora de considerar qué bancos forman parte de la lista, pero también se tienen en cuenta su complejidad, sus interconexiones, la posibilidad (si es que existe) de sustituirle y la globalidad de la entidad.

Apenas una treintena de bancos en todo el planeta son considerados entidades de importancia sistémica mundial (EISM) y entre ellos se encuentra Credit Suisse. En España solamente uno ha logrado llevar esta etiqueta: Santander.

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La entidad que preside Ana Botín forma parte de este selectivo grupo desde 2016 y así se mantendrá, al menos, hasta 2024, como lo decidió el Consejo de Estabilidad Financiera en noviembre del año pasado. Santander contaba al cierre de 2022 con unos activos totales por valor de 1,73 billones de euros en todo el mundo.

Llevar esta etiqueta significa tener que contar con unos requerimientos de capital más exigentes de lo normal. Esto es así porque, al ser los más grandes y los que generarían más problemas en caso de quiebra, el objetivo es que estos bancos nunca lleguen a caer y que, si lo hacen, puedan 'autosalvarse', provocando los menores daños posibles.

Ana Botín, presidenta de Santander. Europa Press.

El banco con mayor importancia sistémica mundial y que, por tanto, ocupa el primer puesto de esta lista es JP Morgan. Por esta condición, a la entidad estadounidense se le exige un 2,5% extra en sus requisitos de capital. En un segundo nivel, con un 2% extra, están Bank of America, Citigroup y HSBC.

En la tercera línea se encuentran Bank of China, Barclays, BNP Paribas, Deutsche Bank, Goldman Sachs, Industrial and Commercial Bank of China y Mitsubishi UFJ. A estos se les exige un extra de capital del 1,5%.

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El resto de entidades está en la cuarta línea, donde se encuentran Credit Suisse y Santander. También Agricultural Bank of China, Bank of New York Mellon, China Construction Bank, Groupe BPCE, Groupe Crédit Agricole, ING, Mizuho, Morgan Stanley, Royal Bank of Canada, Société Générale, Standard Chartered, State Street, Sumitomo Mitsui, Toronto Dominion, UBS, UniCredit y Wells Fargo.

En noviembre de este año se elaborará la nueva lista de bancos sistémicos, que será de aplicación para 2025.

Menos, pero también sistémicos

En la calificación de sistémico hay otro grado. Algunos lo son de importancia global, como los anteriormente mencionados, y otros, de relevancia doméstica (las OEIS u Otras Entidades de Importancia Sistémica), que son aquellos cuya quiebra se considera que desestabilizaría la economía de su país. De esos en España hay cuatro: BBVA, CaixaBank, Sabadell y el propio Santander. Esta condición aumenta en 0,125% sus requerimientos de capital.

Las consecuencias de que un banco sistémico quiebre son impredecibles, por lo que las autoridades siempre miran con lupa la evolución de estas entidades y les imponen requerimientos de capital más fuertes que al resto.

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Estos requerimientos, además, se van a ampliar próximamente. El Banco Central Europeo (BCE) acordó a finales del año pasado una revisión del marco metodológico que utiliza a la hora de determinar los colchones mínimos de capital exigibles a las entidades sistémicas de cada estado miembro. Este nuevo esquema se aplicará a partir del 1 de enero de 2024 y supondrá un endurecimiento de los requerimientos actuales.

De esta forma, el BCE amplía el alcance de un sistema de 'autosalvación' de los bancos que se creó al albur de la pasada crisis financiera. El objetivo es que las entidades emitan cada año un nivel de deuda suficiente que se pueda amortizar en el caso de que se produzca una quiebra.

Sede del Banco Nacional de Suiza. Denis Balibouse Reuters Zúrich (Suiza)

Unas emisiones que son el punto de partida para los esquemas de resolución, que están diseñados para disolver un banco con las mínimas pérdidas posibles a acreedores y depositantes (no así para los accionistas y los tenedores de deuda, que son los que deben hacerse cargo). Este esquema está creado, precisamente, para que hasta los bancos más grandes se puedan liquidar sin pérdidas para el erario público.

Este mecanismo opera en la zona euro y en Estados Unidos, pero también en Suiza, de forma que podría utilizarse si la cuantiosa línea de liquidez de 50.000 millones de francos suizos (unos 50.600 millones de euros) que Credit Suisse ha pedido al Banco Central Suizo no fuera suficiente para evitar la quiebra de la entidad.

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Lo que está claro es que la caída de un gigante de estas características generaría pérdidas millonarias, al tiempo que llevaría a una gran desconfianza por parte de los ciudadanos, que podría afectar a los bancos sanos. Y si la desconfianza se extiende podría gestarse una gran crisis financiera. No hay que echar la vista demasiado atrás para conocer las consecuencias, que todavía están frescas en la memoria colectiva.

La buena noticia es que, por lo que parece, las autoridades suizas no están dispuestas a dejar caer a la que es su segunda mayor entidad y una de las más grandes de Europa. Solo queda esperar que la ayuda sea suficiente para no comprobar jamás qué pasa cuando un banco sistémico cae.

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