El pasado miércoles fue un día tenso en los despachos virtuales de la CEOE. El coqueteo que el presidente Sánchez se traía con la portavoz de EH Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurúa, hacía saltar todas las alarmas. Se avecinaba la traición y la derogación ‘completa’ de la reforma laboral podría ser inminente, tal y como la abertzale avanzaba desde la tribuna de oradores. 

Dicho y hecho. A las nueve de la noche Psoe, Unidas Podemos y Bildu mostraban con orgullo el acuerdo alcanzado confirmando los peores temores. La traición del Gobierno se consumaba. Habría derogación “integral” de la reforma laboral antes de que acabaran las medidas por el Covid-19. 

Sánchez daba una patada al Diálogo Social, tiraba las fichas y el tablero de juego de la mesa y ponía fin a la partida de forma unilateral. Una imagen que refleja a la perfección el sentir de los miembros de la CEOE, que intentaban entender qué movía al Gobierno a aceptar un pacto de este tipo. 

Mertxe Aizpurua, portavoz de EH Bildu en el Congreso de los Diputados. Efe

¿Por qué acelerar una reforma laboral que está ayudando a paliar los efectos de la crisis?, se preguntaban. Una respuesta difícil de entender, incluso teniendo en cuenta que de una manera u otra en el seno de la patronal se daba por descontado que en algún momento el Ejecutivo pediría reformar los aspectos más lesivos. Pero no lo esperaban ahora, en plena crisis, y de una forma tan agresiva y sin previo aviso. Sin anestesia. 

Comenzaban los lamentos. Lamentaciones por haber dado luz verde hace quince días a la extensión de los ERTE hasta el 30 de junio. Por aceptar una comisión tripartita que no les convencía. Por permitir que las exenciones a las cotizaciones a la Seguridad Social se fueran eliminando de forma progresiva. 

Recordaban aquella mañana del 8 de mayo en la que CEOE votó a favor del acuerdo en el diálogo social pese a que muchos de sus miembros creían que era una mala idea. Algunos lo dijeron. Exigían dar un puñetazo en la mesa entonces, antes de que fuera tarde, pero optaron por acercarse al Gobierno, por arrimar el hombro y evitar así que el Ejecutivo pudiera usar a los trabajadores en su contra. 

Pero la noche del miércoles todo cambió. Los empresarios se dieron cuenta de que de nada valía pactar con este Gobierno. Que su palabra vale poco, y que hasta algo tan importante como una reforma laboral se puede llevar a un mercadeo político para lograr una abstención innecesaria. 

CEOE, sindicatos y Gobierno aprueban el acuerdo para extender los ERTE hasta el 30 de junio y posibles prórrogas

Se avecinaba una noche de cuchillos largos. Los patronos clamaban venganza. Los sindicatos se regocijaban en las radios de los cambios que se avecinaban. Hacía falta un puñetazo en la mesa urgente, que llegaba en forma de un comunicado en el que hablaban de “irresponsabilidad” y de “desprecio”.  

No era suficiente. Era un comunicado duro, pero en la mente de los empresarios estaban todos los desplantes del Gobierno en esta crisis, como la noche en la que Iglesias dejó entrever que apoyaban el ingreso mínimo vital, o todas las negociaciones en las que las propuestas eran de tomar o dejar sin posibilidad de cambio alguno. 

La noche del miércoles al jueves entendieron lo que sospechaban desde hace tiempo. Sánchez no es de fiar, y necesitaban hacerlo reaccionar. ¿La mejor manera? Romper con un diálogo social que Sánchez ya había dinamitado. Ahora toca recomponer puentes, pero si hay algo que se pierde muy rápido y se gana muy lento es la confianza. ¿Se conseguirá?