Christine Lagarde se convertirá a los 63 años en la primera mujer que presidirá el Banco Central Europeo. Un puesto que hasta ahora ha estado reservado a los hombres y en el que aterrizará como una ‘paloma’, como se conoce a quienes son partidarios de una política monetaria laxa en el seno de la institución monetaria. 

La todavía presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI) llegará a sus nuevas funciones en octubre, una vez que concluya el mandato de Mario Draghi. A partir de entonces tendrá que decidir si continúa con los planes de su antecesor en torno al BCE, que pasan por mantener (e incluso reducir) los tipos de interés, y poner en marcha un nuevo programa de expansión cuantitativa (QE) para evitar que la economía europea se debilite. 

Con una inflación del 1,2% y una previsión de crecimiento para el conjunto de la Eurozona del 1,2%, no parece que Lagarde vaya a tener una política muy distinta a la del italiano. Al menos, eso es lo que se descuenta en el mercado, donde su nombramiento es muy bien recibido. En especial porque con la llegada de una ‘paloma’ se evita la entrada del ‘halcón’ Jens Weidmann, más partidario de subir los tipos y abandonar las políticas acomodaticias. 

El problema de la ralentización

El nombramiento ha causado sorpresa en el entorno del Banco Central. Se reconoce la capacidad política de la exministra de finanzas gala (algo que le permitirá sortear con cintura las presiones de los Estados). Sin embargo, se critica su falta de experiencia con la política monetaria, lo que podría ocasionarle más de un enfrentamiento con los responsables del BCE. 

En términos macroeconómicos, esa flexibilidad puede ayudar a la Unión Europea a ‘capear’ la posible crisis que puede avecinarse en los próximos años. Se teme que la ralentización que se vive pueda acelerarse, por lo que inyectar dinero a la economía debería ayudar a evitar que los efectos de la coyuntura económica hagan mella en las maltrechas finanzas estatales y los débiles ahorros de los europeos (como en el caso de los españoles). 

Lagarde es un nombre bien visto por buena parte de los Estados, sobre todo aquellos que están más endeudados como España ya que con bajos tipos y exceso de liquidez la financiación sale muy barata. Precisamente la francesa, durante su mandato al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI), fue una de las grandes impulsoras de que Europa rescatara a los países en problemas durante la crisis de 2008, especialmente a Grecia. 

A quienes no les hace tanta gracia su llegada a la institución es a los bancos europeos. Ávidos de buscar rentabilidades, mantener los tipos en mínimos históricos es algo que no les beneficia. Tampoco la posibilidad de que Lagarde (si no lo hace antes Draghi) opte por reducir la facilidad de depósito, lo que cobra el BCE a la banca por depositar el dinero en él. 

Sólo durante el año pasado los bancos europeos pagaron 7.000 millones de euros al BCE por poner allí sus depósitos. Si las cosas no cambian, y no parece que vayan a cambiar, nadie descarta ya que las entidades se decanten por cobrar a sus clientes por guardar sus ahorros. 

Guindos, número dos

Todas estas políticas propias de las palomas fueron articuladas desde 2012 por tres personas que ya no están en la institución: Draghi, ya de salida; Coeuré, cuyo mandato finaliza a final de año y el ex economista jefe, Peter Praet, cuyo mandato también terminó hace unos meses. A su lado se queda Luis de Guindos como vicepresidente, también con gran experiencia política pero poca macroeconómica. Una dupla que podría poner algo nerviosos a los mercados, según algunos analistas. 

¿Qué ocurrirá? El tiempo lo dirá. La gestión de Lagarde será observada con lupa por parte de los Estados miembros, más ahora que el cargo de presidenta del BCE ha entrado en el reparto político, algo que no había ocurrido hasta ahora. Se hacía previa consulta entre comisión, parlamento y consejo de la institución. Ahora, todo cambia. Veremos si Lagarde logra mantener su independencia.

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