Steve Jobs era un visionario que murió hace siete años porque padecía un cáncer pancreático que, probablemente, le habría matado en cualquier caso. Pero la palabra “probablemente” es clave.

Jobs tenía un tumor de células de los islotes, que tiene un pronóstico mejor que el de otros pacientes de cáncer de pancreas. Sin embargo, cuando se le diagnosticó en 2003, Jobs optó por cosas como terapias de zumos de frutas, consultas espirituales o acupuntura, retrasando la cirugía y la quimioterapia durante nueve meses.

Hace años leí un artículo muy interesante de Martina Cartwright al respecto en Psychology Today en el que se preguntaba por qué una persona tan visionaria e inteligente había tomado una decisión tan idiota. A su juicio, basado en años de tratamiento a pacientes críticos, “aquellos pacientes que escogen terapias 100% alternativas lo hacen por miedo o por un deseo de controlar una situación que está fuera de su control”.

El autor de la mejor biografía de Jobs, Walter Isaacson, afirmaba: “Creo que sentía que si ignoras algo que no quieres que exista, puedes optar por el pensamiento mágico”. Es probable, efectivamente, que Jobs escogiese una forma de afrontar la situación que, supuestamente, le otorgaba un control absoluto sobre sí mismo y sobre su cuerpo.

Según Cartwright, es el mismo mecanismo mental que hace que muchas personas opten por dietas restrictivas, patrones alimentarios desordenados y la práctica de terapias alternativas, pero que se acrecienta cuando un diagnóstico desfavorable te cambia la vida.

Finalmente, Jobs tomó la decisión correcta: mandar a la porra a los cantamañanas y buscar soluciones en el único sitio que las tiene: la medicina.

Efectivamente, el cáncer de pancreas es uno de los que tienen peor diagnóstico. Pero conozco personalmente a un superviviente. Un empresario bastante adinerado que, nada más conocer el diagnóstico, voló a la Clínica Mayo para recibir el mejor tratamiento que se puede comprar con dinero.

Se trata de un señor de más de setenta años que, pese a caerme estupendamente, no ha cambiado el mundo como lo cambió Steve Jobs. Pero uno de los dos está vivo y el otro no. A veces el secreto no está en ser el más listo, sino en esquivar una única decisión idiota. Como conducir bebido o confiar en Boirón.

Como todos los smartphones modernos son los hijos del iPhone -aunque llevan años sin gustarme y me tendrás que quitar mi Samsung Galaxy Note de mis fríos dedos muertos-, cada vez que te ofrezcan una terapia alternativa para tratar una enfermedad, mírate en el espejo negro que tienen por pantalla y piensa en Steve Jobs. Una vez que se te pase la tontería, acude a tu médico.