Durante las décadas de la bonanza Valencia presumía de la potencia de su sistema financiero. Banco de Valencia, Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) y, sobre todo, Bancaja.

Eran los años de la Valencia de Eduardo Zaplana, Francisco Camps y Rita Barberá; las décadas con el PP al frente de la mayor parte de los Ayuntamientos. La década en la que bajo el paraguas de la ‘banca valenciana’ se formaba un peligroso triángulo: política, constructores y empresarios.

Un cóctel explosivo que provocó una explosión del crédito, especialmente dedicado al inmobiliario, la construcción o los promotores de vivienda. Basta para ello recordar un dato: más del 60% del crédito que otorgaban iba destinado a ellos.

Los mega proyectos

Eran años de champagne y caviar. Años en los que un presidente de la Generalitat paseaba en Ferrari por la calle. Años en los que la ‘banca valenciana’ acompañaba los grandes proyectos: Terra Mítica; el Aeropuerto de Castellón; la Ciudad de las Artes y las Ciencias; la Ciudad de la Luz en Alicante; el nuevo Mestalla… Y así un sin fin más.

Tiempos dorados que, en 2011, en pleno estallido de la burbuja, se volvieron negros. Comenzaba la tormenta que se llevaba por delante un gigante con pies de barro por culpa, en buena medida, de una gestión irresponsable y por la intromisión de los políticos.

La primera en caer fue la CAM. 5.800 millones de euros en ayudas públicas pusieron fin a 136 años de historia. Un año más tarde la Caja de Ahorros del Mediterráneo terminaba en manos del Banco Sabadell por un euro.

Casi en paralelo llegaba el turno del Banco de Valencia; que requirió de 5.500 millones de euros en dinero público, más la ayuda de Caixabank que se dotó de un Esquema de Protección de Activos facilitado por el Gobierno en previsión de posibles ‘desfalcos’ imprevistos en las valoraciones del inmobiliario.

El embrión de Bankia

Y por último le tocó el turno al gran orgullo de los valencianos: Bancaja. La entidad que ya venía muy tocada y que se unió a Caja Madrid bajo una fusión fría en 2010 junto a otras cinco entidades.

El objetivo era crear un gigante mediante un Sistema Integral de Protección (SIP) de 339.000 millones de euros en activos, que les permitiera dar un paso adelante y no caer por el camino. Pero fue imposible; no sólo no era too big to fail (demasiado grande para caer), sino que acabó convirtiendose en el embrión de la actual Bankia.

Hablamos del que se va a convertir de aquí a final de año en el cuarto banco del país, tras su fusión con BMN, con más de 223.000 millones de euros en activos y 2.515 oficinas. Una entidad cuya sede permanece en Valencia, para no perder la identidad de lo que fue, y que se sitúa en la calle Pintor Soroya, 8.

De rescatados a rescatadores

Unos mimbres que, sin embargo, no fueron aprovechados por Caixabank y Sabadell. Su implantación en Cataluña era histórica y, por tanto, no iban a trasladar sus sedes. Mejor quedarse en los cuarteles históricos.

Sin embargo, seis años después, aquellos que tuvieron que ser rescatados; aquellos que fueron la vergüenza del sistema financiero, se han convertido en los salvadores de sus rescatadores. ¡Quién lo iba a decir!

Caixabank ha elegido la sede del Banco de Valencia como nueva sede social. Un histórico inmueble construido en 1942 en la calle Pintor Soroya 2; justo enfrente del edificio central de BBVA en la región; situado entre los números 1 y 3.

Allí tendrá que reunirse Isidre Fainé con sus accionistas y su consejo de administración a partir de ahora. Será el centro de mano del tercer banco del país, con unos activos de 350.000 millones de euros.

Sabadell, por su parte, ha escogido la de la Caja de Ahorros del Mediterráneo. No en Valencia; esta en Alicante. Será el lugar desde el que ahora, Josep Oliú y los suyos decidan el futuro de una entidad con 217.000 millones de euros en activos; y cuyo 55% del negocio procede de España; el 15% de Cataluña y el 30% restante de Estados Unidos, Reino Unido y México.

La número uno

De este modo, Valencia recupera su esplendor financiero. Se convierte en el epicentro de la banca española, albergando a las tres entidades más importantes por detrás de Santander y BBVA.

Le roba, además, el trono a Cataluña (que hasta ahora albergaba a la tercera y cuarta); y supera ampliamente a Madrid, en donde excepto Bankinter, ninguna de las grandes tiene su sede social. Santander la tiene en Santander; mientras que el BBVA la mantiene en Bilbao.

¿Cuánto durará? Sólo Puigdemont lo sabe. Toca esperar. Pero parece que la denostada banca valenciana ha emergido para echar una mano al sistema y devolverle aquello que le prestó.