En la rueda de prensa de su dimisión, Màxim Huerta declaró ser víctima de una “jauría” empeñada en atacar a un “inocente”. Sin duda, el exministro más breve de la Democracia ha sido inocente. Tanto, que si en lugar de presentar el recurso ante la sanción de la Agencia Tributaria se hubiese plantado tras pagar la sanción, 'El Confidencial' no habría tenido una sentencia condenatoria a disposición de quien supiera encontrarla y el único debate que habría sobre el escritor y presentador sería su interés o desinterés por el deporte.

Dice la RAE en su primera acepcion que el sustantivo inocencia se refiere a un “estado del alma limpia de culpa”. Y es difícil negar que Huerta se siente inocente. Lo dijo en la rueda de prensa, ha actuado como lo haría un inocente e intentó defender su falta de culpa ante los tribunales, allí donde corresponde.

La segunda acepción habla de “exención de culpa en un delito o en una mala acción”. En este caso, está claro que Huerta es culpable, o así lo declararon en 2014 el Tribunal Económico Administrativo Regional de Madrid y, el año pasado, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Se vio obligado a abonar las correspondientes multas y lo hizo, del mismo modo que lo habría hecho en caso de perder el recurso por una multa de tráfico.

La tercera acepción habla de inocencia como “candor” o “sencillez”. La cruel paradoja para el escritor es que, si el límpido estado de su alma no le hubiese llevado a buscar la exención de culpa en aquel fraude, la “jauría” mediática de la que habló en su despedida no habría tenido acceso a la sentencia condenatoria. Y hoy, culpable o inocente, sería ministro.

Sintiendo inocencia e intentando demostrar su inocencia terminó exhibiendo cierta inocencia.

También podemos recordar las acepciones propias del adjetivo “inocente”. La primera, “libre de culpa”, queda descartada, como ya hemos visto. Lo mismo podemos decir de la segunda, “dicho especialmente de una acción: que pertenece a una persona inocente”. Pero si nos fijamos en la tercera acepción, nos encontramos con “Cándido, sin malicia, fácil de engañar”. Desde luego, si Huerta  aún sigue pensando que Hacienda cambió de criterio o que se le aplicó un castigo retroactivo, puede que su gestor no le haya contado la verdad y que él se haya dejado engañar.

Nada se debió a un cambio de reglamento y la sanción no fue un intento de rearbitrar un partido imaginario. Simplemente, cuando apretó la crisis Hacienda empezó a hacer su trabajo y empezó a sacar tarjetas amarillas y rojas cuando antes estaba mirando a la inopia.

"¿Cambio de criterio? No he conocido nunca un criterio de Hacienda que permitiese deducir gastos personales, por ejemplo de una vivienda vacacional, como necesarios para obtener ingresos profesionales, y pagar menos por impuesto de sociedades”, tuiteaba Francisco de la Torre, diputado de Ciudadanos, inspector de hacienda y portavoz en la Comisión de Hacienda y Función Pública del Congreso.

“Igual que hay hombres que quieren ser pájaros para volar, hay profesionales a los que les gustaría ser sociedades para pagar menos impuestos”, escribió el propio de la Torre en su artículo sobre Juan Carlos Monedero ‘Yo, Sociedad Anónima’. Quizá Huerta fue inocente al creerse algo que no era, del mismo modo que lo fue al decir, por la mañana, que el Máxim ministro y Màxim Huerta no eran la misma persona. Como si el uno fuese un personaje desvinculado del otro y de los avatares de su pasado. Como si el Gobierno de Pedro Sánchez fuese una crisálida que limpió su alma y le metamorfoseó, limpiando sus pecados.

En este caso, podemos sentirnos apenados por el presentador. Porque su dimisión no sólo constituiría una segunda multa, como dijo en su comparecencia. Sería, incluso, el castigo metafísico contra alguien que hoy se ve obligado a volver a tierra después de tocar el cielo. Como un pájaro sin alas. O como una sociedad anónima que tributa como un simple asalariado.