Uno de los fenómenos más inquietantes de las últimas semanas es el grado de desconexión entre la política española y los nuevos equilibrios de poder globales. La victoria de Donald Trump en EEUU ha cogido fuera de juego a las élites locales que están ayunas de los contactos personales que son tan necesarios en la diplomacia directa. El viaje de Mariano Rajoy a Nueva York, para marcar la entrega del puesto rotatorio que España ocupa en el Consejo de Seguridad de la ONU hasta el 31 de diciembre, busca mitigar en parte esta deficiencia y que el presidente del Gobierno capte la intensidad de los nuevos vientos.

La desconexión provocó varias alertas en el seno del servicio exterior español en las última semanas. Hubo malestar e inquietud en algunos funcionarios porque el recién estrenado Gobierno de Rajoy no aprovechó el pasado 22 de noviembre la escala técnica que el primer ministro japonés Shinzo Abe hizo en Madrid tras ser distinguido por Trump como el primer aliado importante al que recibió tras su victoria electoral. Un oportuno encuentro -dicen- hubiese proporcionado información estratégica.

Dos cuestiones preocupan a la diplomacia española: la falta de lazos con el equipo de Trump y el acrítico seguidismo que se hizo de la política de Obama en Iberoamérica

Abe pasó por Barajas con una comitiva formada por un centenar de empresarios que ocupaban los dos Jumbo de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas destinadas al transporte de personalidades. El jefe del gobierno nipón procedía de Lima, donde asistió a la cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Asía-Pacífico), y de Buenos Aires, donde se entrevistó con el presidente Mauricio Macri. Hubo contactos preliminares para aprovechar las tres horas de parada en Madrid, pero Mariano Rajoy tenía ese día una sesión de control en el Senado con tres preguntas: de Ramón Espinar de Podemos, de Santiago Vidal de ERC y del socialista Vicente Álvarez Areces. Era, además, una de las primeras sesiones de control. Al final, la parada fue calificada como “escala técnica” y no hubo ningún contacto entre españoles y japoneses, salvo que se puso a disposición de los visitantes el pabellón de autoridades de Barajas.

Dos cuestiones preocupan a la diplomacia española. Una es que hay poquísimos lazos con el equipo que Trump está formando para gobernar. La segunda es que la política exterior española en Iberoamérica en el último año se alineó de manera extraordinaria con la del Departamento de Estado de Barack Obama. Esto llevó al ciego respaldo del proceso de paz en Colombia (con el fiasco del referéndum) y a la entusiasta acogida a la supuesta apertura del régimen castrista en Cuba. Sólo en los funerales de Fidel Castro se introdujeron matices.

Hay quienes dicen que España es un oasis de estabilidad contra el populismo y quien cree que estamos directamente desconectados

Hay voces en la diplomacia española que sostienen que nuestra política exterior se desdibujó al hacer ese seguidismo excesivo de Obama. La elección de Trump ha dejado en evidencia el error. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, estaría trabajando en un necesario reequilibrio. La semana pasada el ministro estuvo en Washington y se entrevistó con Susan Rice, directora de Seguridad Nacional, y con el que será su sucesor con Trump, Mikle Flynn.

Hay motivos para preocuparse. Dentro de unos meses puede darse el caso de que el cuadro permanente del Consejo de Seguridad lo formen Donald Trump, Vladimir Putin, la británica Theresa May, el chino Xi Yingpin y la francesa Marine Le Pen. Los discursos contrarios a la globalización, a la cooperación y al comercio que triunfan en los países líderes parecen marcar el fin de una era donde los bordes de los estados soberanos se difuminaron fuertemente. La globalización estaría en retroceso y los viejos valores analógicos serán claves en el equilibrio global. En este contexto, hay quienes dicen que España es un oasis de estabilidad, que su clase política ha sido capaz de frenar el avance de los discursos populistas. Otros creen que, simplemente, nos hemos desconectado.