“The simple things you see are all complicated I look pretty young but I'm just back-dated”, Pete Townshend

No es fácil de entender. Si uno atiende a las cifras que se hacen públicas, China es el mayor instalador de renovables. Sin embargo, y si analizamos las cifras de nuevas instalaciones en el país y el mix energético -tanto actual como a largo plazo- nos sorprenderá que el gran ganador es ¡el carbón!

Para celebrar que mi libro The Energy World Is Flat (Wiley, con Diego Parrilla) se va a publicar en China, me gustaría repasar el verdadero objetivo energético chino. Ya explicamos aquí la razón por la que China está reduciendo sus objetivos renovables.

En este año ha reducido un 30% sus objetivos, pero eso no es negativo. China instalará 110 gigawatios de solar y 210 de eólica a 2020 con el nuevo plan. Se estima que para 2020 un 15% de su mix energético vendrá de energías no fósiles.

Pero el 73% de la electricidad en China viene de generación térmica. Y en 2015 el 50% de la nueva potencia fue también térmica. China, en 2020, probablemente seguirá con un mix que será en su inmensa mayoría carbón (65%) y nuclear y donde la solar, por ejemplo, sólo pesará el 4,6%.

En China, el mix energético se analiza desde tres perspectivas. Beneficio para la economía china, competitividad -coste- y control local de la tecnología. Una vez analizado este trinomio, es normal entender por qué se sigue incentivando el carbón. Aparentemente, cubre los tres requisitos como ningún otro. Aparentemente.

A ello se añade que, entre 2013 y 2015 se añadieron 50,8 gigawatios de capacidad en generación con carbón, es decir, en dos años, casi la mitad de lo que planean instalar en solar a 2020.

Según cifras oficiales, la capacidad en carbón adicional a la cifra anterior que está en proceso de construcción es de 42 gigawatios, con 11 gigawatios aprobados sólo en 2015. Mientras tanto, se ha retirado menos de 10 gigawatios de capacidad obsoleta.

Si añadimos las cifras en energía nuclear, la decisión de China de duplicar su capacidad nuclear con 23 gigawatios más y seguir adelante con otros 50 gigawatios planeados sitúa a al gigante asiático como el mayor instalador de nueva energía nuclear del mundo (136 reactores de 340 aproximadamente planeados en el mundo).

La pregunta, por tanto, es ¿por qué?

Por un lado, el consumo de China supone casi el 50% del gasto de carbón del mundo, pero importa muy poco. Primer incentivo pro-carbón: la balanza de pagos.

Por otro lado, la enorme mayoría de las empresas carboneras, eléctricas y mineras, del país, son estatales. Segundo incentivo: “Sostener” el empleo y la “industria autóctona”. China sabe que sustituir carbón por renovables tiene un efecto neto negativo en el empleo, aunque sea una destrucción creativa y, desde el punto de vista social, mucho mejor. En EEUU si quiebra una empresa carbonera, es un problema acotado. En China es un problema político y estatal.

Finalmente, el coste y el control de la tecnología. Para China, que intenta reducir sus enormes desequilibrios exportando, lanzarse a una carrera que ignore el coste de la energía sería suicida. Pero disparar a más negativa su balanza tecnológica, estratégicamente muy peligroso.

A pesar de la bajada de costes, la media de costes de la electricidad con carbón en el país es muy inferior a la solar fotovoltaica, menos de la mitad. El propio CEO de Canadian Solar o Shi Dinghuan, presidente de la China Renewable Energy Society, estiman que la energía solar fotovoltaica será competitiva con el carbón en 2025, no antes. Pero, y esto es importante, para ello deberían ocurrir tres cosas, que la eficiencia de las placas aumente un 20% -asumible-, que la inmensa mayoría de la tecnología se cree y controle en China -complicado- y que el precio internacional del carbón suba por encima de la inflación nominal -imposible, ya que la propia sustitución global y el aumento de la utilización de otras tecnologías es desinflacionario para las materias primas fósiles-.

Por supuesto hay factores y costes a valorar -medioambientales y de salud-, pero si algo nos demuestra el hecho de que se deje la transición a la planificación central es que los incentivos erróneos -supuesta “defensa del empleo”, sostenimiento de sectores estatales rentistas- terminan pesando al menos tanto, si no más, que los medioambientales y tecnológicos.

Lo veamos como lo veamos, en China no se producirá una revolución como la que se ha dado en EEUU a menos que se demuestre de manera empírica -y no con promesas a 10 años- que la sustitución no va a dañar la competitividad y la posición estratégica.

Y ese es el gran reto. China puede beneficiarse más que ningún otro país de la banda ancha energética y la revolución tecnológica... Si los propios planificadores centrales quieren.