“On the crooked borderline, on the way to great destroyer, doom design”. James Hetfield

Esta semana hemos analizado el riesgo para el crecimiento global del abandono por parte de EEUU del tratado transpacífico y los efectos perniciosos de una temida guerra comercial con China, y a ello se ha unido la estimación realizada por el ministro Hammond en Reino Unido, que considera un coste del Brexit de unos 142.000 millones de euros y una ralentización del crecimiento económico que reduce las expectativas previas en más un 50%.



Todo ello puede que luego se quede en cifras menos alarmantes. No olvidemos que si podemos contar con algo es con los fallos de estimaciones. Si somos intelectualmente honestos, deberemos reconocer que las predicciones agoreras sobre la llegada del Brexit y Trump no se han materializado. Pero reconocer que las cosas no son desastrosas no puede llevarnos a ignorar los riesgos.



Lo peor es que, ante esta evidencia, la solución que se nos propone es tirar de la chequera y más elefantes blancos. La última “novedad” –a nadie se le había ocurrido antes- de la Unión Europea es otro plan de estímulo de 50.000 millones de euros. La UE propone que sea vía gasto público o bajada de impuestos, pero no se le escapará al lector que la mayoría de los países dejaron de leer antes de la palabra “bajada”. Y es un error, porque los países de la UE que en 2009 optaron por bajar impuestos salieron antes y mejor de la crisis que los que se lanzaron a hacer frontones duplicados por los pueblos.



¿Más estímulo vía gasto?. Total, el plan de 2009 de 200.000 millones de euros fue un (nótese la ironía) “exitazo” . El cacareado Plan Juncker ha supuesto una mejora inexistente de las expectativas de crecimiento. Dicho Plan se lanzó a bombo y platillo con una cifra de 630.000 millones de euros y solo se han aplicado 140.000 millones. ¿Y por qué se ha puesto en marcha una cantidad tan ínfima? No hay demanda de proyectos solventes. Porque el problema de la Unión Europea no es de falta de inversión, sino de exceso de capacidad. La Unión Europea ha sido una concatenación de planes industriales y elefantes blancos prácticamente desde 1996. Hoy, el exceso de capacidad industrial, a pesar de la recuperación, se mantiene por encima del 20%.

Cuando el BCE o la Comisión alertan del “exceso de ahorro” –una broma en economías hiperendeudadas-, el truco está en que usan como “base” niveles de “inversión” (gran parte de ella mala asignación de capital) de 2007, es decir, niveles de burbuja.

En cualquier caso, incluso si queremos aceptar el más que cuestionado impacto de los planes de infraestructura y gasto público (lean), estarán ustedes de acuerdo conmigo en que 50.000 millones de euros no van a conseguir lo que no consiguieron 200.000 millones en 2009 ni 140.000 millones en los dos últimos años. Y que el riesgo evidente es que lo que sí pueden dejar detrás es la deuda, el coste y el estancamiento por exceso de capacidad que es ya evidente.



Sin embargo, en un entorno complejo, como el que hemos comentado, las economías líderes del mundo están llevando a cabo o anunciando un estímulo completamente distinto y mucho más atractivo. Bajar el impuesto de sociedades.

Estados Unidos plantea un impuesto de sociedades del 15%, además de un apoyo fiscal a la repatriación de los más de 2,5 billones de dólares que las empresas norteamericanas tienen en el extranjero. Reino Unido plantea una reducción del Impuesto de Sociedades al 17%. Irlanda lo tiene en el 12,5% y Hungría lo quiere a un 9,5%. La media global ha bajado en los últimos diez años en 4 puntos (lean).



Ya comentamos aquí algunos mitos injustificados del Impuesto de Sociedades en España. Pero es que está demostrado que bajar el impuesto de Sociedades sí muestra claros efectos positivos reflejados en muchos estudios. Karel Mertens y Morten Ravn, por ejemplo, muestran además que la evidencia es clara en cuanto al impacto negativo de la subida de impuestos en el crecimiento y la creación de empleo.

Es más, para los que dicen que se pierden ingresos, los datos históricos–no solo de los últimos diez años- muestran que las bajadas de impuesto de sociedades llevan a aumentar el crecimiento y expandir las bases imponibles, sin impacto negativo en los ingresos fiscales. Si consideramos la incidencia económica sobre la recaudación en otros tributos gracias a mejora de empleo y crecimiento, de hecho es muy superior.



Una bajada de un 1% en el tipo medio de Sociedades eleva el PIB real per cápita en casi 0,4% a corto plazo y 0,6% en un año. De hecho, el efecto positivo excede en mucho al de otras bajadas de impuesto. En términos de multiplicadores, es decir, el efecto positivo en la economía de la medida, el estudio mencionado muestra que son muy superiores a los conseguidos vía gasto. Por supuesto, el efecto en ingresos fiscales viene de toda la cadena adicionalmente, ya que aumenta la inversión, el empleo y con ello, el consumo.



¿Y si no se lo gastan? ¿No es mejor que lo gaste el Estado? Uno de los errores más graves es suplir potencial de inversión por gasto. Porque lleva a una mala asignación de capital. Aún peor es suplir inversión con rentabilidad económica real por inversión sin consideración económica. Supone más losa al crecimiento y mayores impuestos después. Por ejemplo, la mejor inversión ante la ralentización de muchas empresas norteamericanas ha sido usar caja excedente para contratar, recomprar sus propias acciones y distribuirlas entre sus empleados. La empresa se ha fortalecido, en vez de debilitar su balance, y sus empleados atesoran una mayor riqueza personal vía acciones. Europa podría aprender de esa práctica. Invertir bien es excelente, invertir mal es doblemente negativo. Estropea el presente y el futuro.



No es casualidad, por lo tanto, que los países que se enfrentan a retos relevantes ante una ralentización económica global, decidan estimular vía bajada del impuesto de sociedades. Y ese impacto es doble. No solo atrae inversión y mejora crecimiento y consumo, sino que puede tener un efecto aspirador sobre aquellos países que deciden hacer lo contrario. Los datos que nos ha mostrado la historia dejan meridianamente claro que, desde hace ya más de dos décadas, el efecto de bajada de impuestos tiene un impacto neutral o positivo en el crecimiento y el empleo, mientras que el de aumento de gasto ha generado un efecto neutral o negativo.



Aunque queramos negar la evidencia, lo que queda claro es que la capacidad de economías como la nuestra de atraer inversiones y, con ello, facilitar el cambio del patrón de crecimiento y la mayor calidad de empleo, se resentiría si la política fiscal no solo no fuera competitiva, sino que corra el riesgo de moverse en el sentido contrario a la de los países líderes.



España se encuentra en un momento único para atraer inversión gracias a la recuperación, estabilidad y reducción ejemplar de desequilibrios. Si, además, somos capaces de ofrecer una fiscalidad orientada al crecimiento, pasaremos este periodo de desaceleración global mejor y con más fortaleza que la mayoría de nuestros socios.