El término nini se popularizó en España durante los años de gran expansión de la economía, en la década de los años dos mil y tenía un sentido peyorativo, al referirse a los jóvenes que no querían 'ni estudiar ni trabajar'. Un estudio de Fedea elaborado por los economistas Marcel Jansen, Sergi Jiménez-Martín y Lucía Gorjón analiza la situación de los jóvenes con un bajo nivel de formación que no estudian ni trabajan.

Al cierre de 2012 España era el tercer país de la OCDE con mayor porcentaje de jóvenes (menores de 30 años) que no tienen trabajo y tampoco están estudiando: un 27%. Sólo Grecia y Turquía estaban por encima. Sin embargo, el secreto está en los matices: más de dos tercios de estos jóvenes están buscando trabajo, por lo que están dentro de la población activa. Sólo un 8% de los jóvenes son ninis de forma voluntaria. El resto, hasta el 27% de los jóvenes, son ninis por culpa del paro juvenil.

Ese 8% de jóvenes que no estudian y tampoco están buscando trabajo sitúa a España como uno de los países de la OCDE con un nivel más bajo de ninis voluntarios. El problema vuelve a ser el mercado laboral, que es muy agresivo con la población menor de 30 años. “Italia tiene una tasa de ninis inferior a España, pero la proporción de jóvenes inactivos es casi dos veces mayor que en España”, explica el estudio.

Las consecuencias del ‘ladrillo'

El boom inmobiliario que vivió España en la década de los dos mil dejó una brecha generacional que todavía se siente hoy. Es el segundo matiz que explica la situación de los ninis en España. La mayor parte de los jóvenes que no estudia ni trabaja está en la franja de edad que va desde los 25 hasta los 30 años, tanto que hay el doble de ninis en esta horquilla que en la que va desde 16 hasta 24 años. “Estas cifras revelan que el estatus de nini es muy persistente entre aquellos jóvenes que abandonaron sus estudios en los años previos a la crisis”, indica el informe.

Esta es la consecuencia de los jóvenes que abandonaron sus estudios en pleno boom de la economía española para entrar en el mercado laboral, con especial penetración en el sector de la construcción, que es intensivo en mano de obra sin cualificar. Aquellos jóvenes son los que forman hoy el grueso de los ninis.

El estatus de nini es muy persistente entre aquellos jóvenes que abandonaron sus estudios en los años previos a la crisis

En el año 2007 la tasa de jóvenes entre 25 y 30 años que no estudiaba ni trabajaba se situaba cerca del 20%, según los datos de la EPA (Encuesta de Población Activa). El estallido de la crisis lo cambió todo y muchas de las personas con bajo nivel de formación que habían accedido al mercado laboral se vieron fuera. En poco más de cuatro años, la tasa de ninis alcanzaba ya el 45% de los jóvenes y actualmente sigue por encima del 40%. En el caso de los jóvenes que ni siquiera tenían la ESO, casi alcanzó el 60%. La formación y posterior estallido de la burbuja inmobiliaria marcó a toda una generación, la que hoy tiene entre 25 y 30 años.

La buena noticia es que la siguiente generación parece haber aprendido la lección. Los jóvenes que están en la franja de edad inferior, entre 16 y 24 años, nunca han llegado a estas cifras. En los peores años de la crisis, el porcentaje de ninis no superó el 30% del total de jóvenes y en 2015 volvió a caer hasta el 20%. La recuperación del empleo ha permitido que muchos encuentren trabajo y la otra parte de esta caída se debe a que los jóvenes hoy prolongan su periodo de formación.

El paro de larga duración

Estos jóvenes con baja cualificación que llevan mucho tiempo fuera del mercado laboral tienen que tener más miedo al tiempo que llevan en paro que a su nivel de formación. El estudio de Jansen, Jiménez-Martín y Gorjón pone de manifiesto que el mayor problema para los parados (de cualquier edad) es convertirse en parados crónicos, ya que este es un inconveniente para encontrar empleo mayor que el nivel de formación.

El porcentaje de parados de larga duración (más de dos años desempleados) ha aumentado en los últimos años hasta situarse en el entorno del 10%. De esta forma, ha superado incluso al número de parados que llevan sin empleo entre uno y dos años, un hecho que no ocurría desde finales de los ochenta.

“Muchos parados de larga duración pueden perder la conexión con el mercado de trabajo antes de que se complete la recuperación, ya sea porque dejen de buscar empleo o porque las empresas se nieguen a contratarlos”, alerta el estudio. Esto significa que en torno a dos millones de personas están en serio riesgo de quedarse fuera del mercado laboral para siempre, sea cual sea el estado de la economía. El estudio demuestra que cuanto más tiempo está una persona en paro (sea cual sea su nivel de formación), más complicado es que pueda encontrar trabajo.

Muchos parados de larga duración pueden perder la conexión con el mercado de trabajo antes de que se complete la recuperación

Todos aquellos parados de larga duración (que no estén desempleados por pertenecer a las capas más pobres de la sociedad) tienen una probabilidad muy baja de encontrar trabajo “lo que parece depender de la duración del desempleo, es decir, del impacto negativo de la duración del desempleo en la posterior probabilidad de encontrar trabajo”, indica el paper. Lo que significa que el hecho de llevar mucho tiempo en paro es causa directa de la baja empleabilidad de estas personas. Este colectivo se encuentra en claro riesgo de quedarse excluido de la sociedad de forma crónica.

El SEPE no sirve de nada

El estudio también denuncia el papel ineficaz que realiza el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). “Está infradotado de recursos y juega un papel residual como intermediario en el mercado laboral”, concluyen los investigadores. El mal funcionamiento de este servicio supone un riesgo para los parados de larga duración, ya que su efectividad a la hora de buscar trabajo es muy baja.

Los autores del estudio piden al Gobierno (sea cual sea) que “implemente nuevas reformas en el mercado laboral e intensifique sus esfuerzos para acelerar la reinserción de los desempleados”. En su opinión, el país tiene que “movilizar todos los recursos disponibles” para crear un entorno que “no deje a nadie atrás”.

Sus recetas van en tres direcciones: impulsar políticas activas para estimular el mercado laboral, un cambio en el SEPE para que sea efectivo a la hora de buscar empleo y, a corto plazo, contratar a agencias privadas de colocación y estimular la contratación de parados de larga duración con incentivos fiscales para las empresas.

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