Uno de los nuevos oficios que están comenzando a surgir en los albores de esta nueva era es la de los llamados “ingenieros de prompters. De momento, hay pocos anuncios en las páginas de LinkedIn y otras plataformas de empleo, pero si usted navega asiduamente por las redes, estoy seguro de que encontrará de manera habitual a muchos profesionales, aficionados o aspirantes aleccionándote con hilos perturbadores sobre cómo tienes que preguntar a las herramientas de inteligencia artificial para que te devuelvan los textos que tú quieres, las imágenes con las que sueñas, o la presentación en PowerPoint que te hará triunfar ante tus jefes el próximo lunes.

Parece que estas herramientas que predicen acabar con la escasez y extender la productividad y la dicha hasta el infinito, necesitan ser comprendidas en toda su extensión para poder utilizarlas, y el común de los mortales como que todavía no está en condiciones de semejante empresa. Vamos, que no vale con que tu madre escriba en el cuadro de texto, digamos una frase tipo “cómo hago un gazpacho andaluz auténtico”, sino que la cosa es un pelín más compleja.

Dicen los prompteros (mejor españolizar el término antes de que nos vayamos quedando sin palabras ni verbos en castellano al hablar de tecnología), que para exprimir hasta la última gota toda la sabiduría que nos ofrecen estas nuevas máquinas, necesitamos comprender cómo funcionan, cómo han sido entrenadas, y el trasfondo que se esconde en sus algoritmos detrás de una interfaz tan amable y divertida. Y que ellos son capaces de hacerlo, pero, como todo en la vida, eso tiene su truco, y, por supuesto, no desvelan nunca cuál es. Eso sí, te regalan sus creaciones como buenos samaritanos.

El progreso consistía, al aparecer, en depender de una suerte de zahoríes posmodernos que consiguen encontrar el agua escondida debajo de la tierra seca. Aunque creo que más bien podríamos pensar en ellos como auténticos tahúres que nos retan con su capacidad de lidiar con el azar, dado el desconocimiento de cómo ha sido entrenado (yo lo llamo adoctrinamiento) un algoritmo; a ver, si no, cómo podemos saber la forma en que va a devolvernos un planteamiento concreto la herramienta de marras.

Otras personas llaman a estos prompteros “susurradores de IA", lo cual me parece un poco más poético, pero también un poco excesivo, y sobre todo usurpador de un tipo de relación más profunda que se establece entre seres vivos y/o fenómenos naturales. Neruda ya dejó escrito en uno de sus sonetos aquello de “En los bosques, perdido, corté una rama oscura y a los labios, sediento, levanté su susurro”. Como pueden ver, primos hermanos.

El caso es que esta nueva habilidad de ser un intérprete de algoritmos para el pueblo llano, me recuerda mucho a cuando iba con mi madre de pequeño al mercado y le pedía al frutero un buen melón, es decir, que no fuera un pepino, que estuviera dulce y ya preparado para comer ese mismo día. Ante mi mirada estupefacta de infante imberbe, observaba cómo el frutero agarraba el melón con ambas manos, lo batía de arriba a abajo, y después, sujetándolo con una de sus palmas abierta hacia el cielo, procedía a dar golpes con la otra mano, como si lo estuviera despertando o tratando de comunicarse con su pulpa interna. Después de hacer esa operación con dos o tres de ellos, entonces le entregaba a mi madre el ejemplar seleccionado mientras le decía: ”Este es el que busca, señora”. Así estamos hoy, pero con la IA.

Supongo que estos son el tipo de empleos nuevos que van a crear las IA, pero me temo que no vamos a poder dedicarnos todos a esto. Personalmente, tengo depositadas algunas esperanzas en la huelga de los sindicatos de escritores de Estados Unidos, porque son conscientes de que su papel pueda quedar reducido a dar el visto bueno con algún retoque a lo que escupa la máquina en forma de guion o texto. O sea, que sí les van a seguir contratando, pero pagándoles la cuarta parte. Y aquí es donde está todo el meollo de esta cuestión, por si alguien se quiere poner manos a la obra.

No me llevo a engaño: al final todo esto, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, tiene que ver con quién se queda con la plusvalía. Pero no sé si estamos ya en un mundo en el que la gente está tan dispuesta a unirse y pelear por lo común, viendo en lo que ha devenido esto último en tantas partes del mundo.

Apenas si nos sorprende y arqueamos las cejas con cierto estupor ante nuestra tableta o teléfono, cuando leemos o vemos un vídeo sobre las condiciones de trabajo de tantos ciudadanos latinoamericanos, africanos y asiáticos que reciben salarios de miseria por entrenar, como etiquetadores o anotadores, a los algoritmos de las IA que hoy nos dejan a tantos obnubilados.

En sociedades opulentas como las europeas, pero en las que todavía anida con cierto prestigio la idea del bienestar y la justicia social, no podemos permanecer impasibles ante estos procesos, y necesitamos conocer en detalle todo el entramado de personas, empresas y fórmulas que están detrás de nuestras nuevas realidades tecnológicas. Deberíamos ser capaces entonces de entender, por compleja que esta sea, la cadena de relaciones y tareas que están construyéndose para poder tomar medidas y posicionarnos adecuadamente.

Volviendo a los susurradores de IA, creo que más que eso, lo que necesitamos, y con urgencia, son más susurradores de palabras. No sé si con nuestro léxico y nuestras categorías actuales, con las que nos manejamos desde hace tiempo, estamos en condiciones de entender todo lo que está pasando. Uno piensa que asistimos a una tremenda paradoja: nunca en la historia el ser humano ha tenido tanta información a su alrededor, de manera infinita y se podría decir que casi gratuitamente, y, sin embargo, cada vez nos sentimos más incapacitados para entender globalmente lo que está pasando. Es como si tuviéramos un empacho de realidad, y lo que nos recetaran para el mal es otra dosis de datos e información. El caso es que nos sentimos perdidos para transitar por tanta nueva realidad que nos abruma.

No sé cómo vamos a salir de la era del "solucionismo" en la que nos encontramos. Si tenemos un problema, la mayoría ya piensa que simplemente hay que programar una app que nos lo resuelva. Cuando decimos que las personas necesitan formarse para afrontar los desafíos de la revolución tecnológica, de nuevo el "solucionismo" nos brinda un remedio del mismo calado: más estudios STEM, más aprendizaje de lenguajes de programación. Y no es eso, creo. Necesitamos una comprensión y una alfabetización sistémicas, no vale el pensamiento funcional, ni sólo aprender a programar.

No podemos conformarnos con la simplificación que se nos ofrece a diario, ya sean prompteros o cualquier interfaz que te dice “pulsa aquí y tu problema se habrá solucionado”. Necesitamos entender las cadenas que se esconden detrás de semejantes arcanos por momentos indescifrables. Como dice el brillante James Bridley en un libro de reciente publicación titulada La nueva edad oscura, el cual recomiendo vivamente como primera lectura de inicio de curso: “Lo que se necesita no es tecnología nueva, sino nuevas metáforas: un metalenguaje para describir el mundo que los sistemas complejos han forjado”. Ya estamos tardando con esta tarea.